El pasado miércoles, una amiga me descubrió una tienda de vinos y espirituosos detrás del Mercado del Born, Magatzem Escolà, que este año cumple 10 años. El local, situado en un antiguo almacén de plátanos que servía al mercado cuando este aún estaba operativo, es un paraíso para los amantes de la coctelería y el buen beber: licores, champañas, amaros, vermuts, tequilas, mezcales, whiskys, borbón, coñac, brandy, calvados... hay bebidas para todos los gustos y bolsillos, desde un whisky Macallan de 500 euros (los hay de hasta 5.000 euros, pero no están a la vista) a una simple botella de Pimm’s, un licor de hierbas con ginebra que los ingleses usan para preparar una especie de sangría cuando llega el buen tiempo.
“Ah, qué gracia, el Pimm’s me lo descubrió un noviete inglés, me pareció asqueroso”. “¿El novio o la bebida?”, me contestó en broma Xavi Lamelas, director adjunto del negocio. Me reí mucho. “Los dos”.
Mientras curioseaba por la tienda recordando al pelirrojo inglés que antes de cambiarme por otra 10 años más joven me descubrió cosas tan variopintas como el Pimm’s, el Museo del antiguo quirófano de Londres, cómo montar una impresora 3D en casa y espiar a los zorros correteando entre las basuras por Denmark Hill, Lamelas me contó que, en realidad, Magatzem Escolà es la cara visible de Comercial Escolà, una distribuidora de vinos y espirituosos con casi 50 años de historia. La tienda les sirve un poco de showroom para enseñar el producto a los clientes y también para abastecer a los bares, coctelerías y restaurantes del barrio, apostando por la filosofía “kilómetro 0” (sus repartidores van en bici). “Somos la boquería de los cocteleros del barrio”, me comentó, aclarando que los clientes habituales de la tienda son bármanes y restauradores del barrio en busca de nuevos ingredientes para sus creaciones o ampliar su carta de bebidas. Poco a poco, la tienda también ha ido atrayendo a los vecinos, especialmente durante el confinamiento, cuando los bares y restaurantes estaban cerrados.
De hecho, recuperar esta proximidad con el cliente del barrio es un poco lo que pretendía Francesc Escolà cuando decidieron abrir una tienda física en el Born, hace 10 años. “Fue una especie de homenaje a los orígenes del negocio, a la esencia del botiguer que habían sido su padre y sus tíos”, me explicó Lamelas, recordando que Magatzem Escolà empezó cuando los padres y tíos de Francesc Escolà abrieron un pequeño bar-bodega en el barrio de Horta, en 1962, al regresar de un viaje por Alemania. A partir de ahí, coincidiendo con la llegada de las grandes superficies comerciales a España, surgió la posibilidad de comercializar con stocks de coñac, vino y otros destilados, y el negocio fue ampliándose, hasta consolidarse como distribuidora especializada. “Esa sería la historia romántica de la empresa”, me dijo Lamelas, antes de acompañarme al sótano de la tienda, donde se organizan talleres y catas para profesionales y aficionados. En ese momento estaba teniendo lugar un maridaje de whiskys con queso organizado por una destacada multinacional de bebidas alcohólicas.
“¿Whisky con queso?”, pregunté extrañada, agradeciendo que la mascarilla ocultara la mueca de circunstancias que formaban mis labios. Me acordé de la vez que mi amiga Mónica me llevó a un maridaje de ostras con whisky en Glasgow, donde vive desde hace mucho tiempo. A mi inexperto paladar le pareció que el sabor ahumado del whisky de malta, además de emborracharme, mataba totalmente el gusto a mar de las otras, así que no he vuelto a combinar un buen whisky con nada, más allá de patatas fritas o cacahuetes. “El queso, mejor con vino tinto. Y las ostras, con vino blanco o champán”, le dije a Lamelas convencida de mi sabiduría gastronómica. Él se encogió de hombros. Un buen whisky ahumado es un gran potenciador de sabores, insistió, quizás en Glasgow no me dieron el whisky adecuado. Pero en gustos no hay nada escrito.