A juzgar por mi Instagram, este verano todo el mundo parecía estar en las islas griegas: Zakynthos, Mykonos, Creta, Santorini, Paros... La verdad es que no he estado en ninguna (bueno, sí, en Creta, hace mil años, con mis padres, pero ya no me acuerdo de nada, más que de estar asándome como un pollo mientras visitábamos las ruinas de Cnosos) y no creo que vaya en los próximos veranos (odio la playa). Pero si un día fuera, le pediría consejo a mi amiga Gemma Carbonell, que acaba de publicar un libro guía sobre sus vivencias por el archipiélago heleno, a donde lleva viajando religiosamente cada verano desde hace ocho años.
“Muchas de estas vivencias ya las había publicado en mi blog, pero me hacía ilusión recopilarlas en un libro”, me explicó en septiembre, justo después de publicar Gaudint de Grècia i Xipre, guia personal de viatge (Editorial Ushuaia, 2020).
Gemma, profe de secundaria de toda la vida, es una de esas personas que gracias a la pandemia ha hecho cosas que nunca se hubiera imaginado. Recuerda que cuando nos confinaron a todos en casa, empezó a pensar que su vida necesitaba un cambio, “hacer algo artístico”, pero no sabía muy bien qué. Ese verano, cuando por complicaciones pandémicas con las conexiones de vuelo tuvo que cambiar Corfú por Creta, le llegó la primera pista: la cerámica.
“Creta es un enclave histórico de la cerámica antigua”, me comentó, recordando ilusionada cómo disfrutó visitando los diferentes museos de cultura minoica de la isla. El detonante, sin embargo, fue la relación que estableció con una mujer ceramista en una pequeña aldea del interior. “Verla trabajar con el barro me inspiró”.
Al regresar de las vacaciones, Gemma se apuntó a un taller de cerámica cerca de su casa, luego a otro en La Bisbal, y empezó a crear: “Al principio hacía cosas utilitarias, como los griegos: tazas, platos, vasos... sacaba el tiempo de donde fuera para ir al taller, la cerámica se convirtió en un aliciente en tiempos de pandemia”, me explicó. Lo que más le gusta de su nueva afición es que “estás todo el rato aprendiendo, es un aprendizaje que no se acaba nunca”, me dijo.
Pero todavía le faltaba algo más: y ese algo era sentarse de una vez a escribir el libro de sus viajes por las islas griegas, a las que no había vuelto desde su primera salida al extranjero, cuando tenía 22 años. “Volver a un lugar no es fácil”, escribe Gemma en el prólogo, “pero cuando ha pasado tanto tiempo, el punto de vista resulta tan distante que se convierte en nuevo”.
El resultado de su regreso a Grecia es una simpática guía de viaje, salpicada de apuntes prácticos y anécdotas personales, como el de su primer viaje a las Cícladas, en 2014, con la maleta llena de monedas de un euro porque los medios de comunicación alertaban de un posible corralito, hasta el viaje a Chipre, en 2016, descubriendo el que fue el paraíso secreto de Lawrence Durrell.
Estamos todavía en noviembre, pero Gemma ya está pensando en su próximo viaje a las islas griegas. Mientras tanto, ha decidido redecorar la antigua casa de su madre en un pueblo de la Ribera d’Ebre como si fuera un apartamento en una isla griega. “La idea era traer un poquito de Grecia aquí”, me comentó agradecida por este último año y medio, ya que le ha hecho entender que lo importante en esta vida es salir de la zona de confort y plantearse retos.