Algunos pocos políticos de la época, amigos, compañeros, concarnetarios y comentaristas políticos (hace poco más de un año lo recordaba Ferran Belda) podrán recordar que, allá por 1997, me enfrenté en un Congreso del PSPV-PSOE de la ciudad de Valencia contra José Luis Ábalos por la secretaría general de la ciudad de Valencia, donde existían unas cinco agrupaciones. Cada una de ellas elegía sus delegados al congreso celebrado en el salón de actos de la entonces Facultad de Económicas, y que nombraría del secretario general del Cap i Casal como representante de los socialistas valencianos y de la ejecutiva. Todo estaba controlado por el aparato de Ábalos (Rafa Rubio, Camarasa…) y tuve dificultad para hablar en un segundo turno de réplica sobre mi proyecto político para Valencia porque me cortaron la palabra. Me derrotó con toda las de la ley de acuerdo con los votos emitidos. Desde entonces fue controlando el PSPV-PSOE de la ciudad como de la provincia de Valencia congreso tras congreso.
Yo entonces estaba enclavado en la tendencia que representaba Ciprià Císcar en el partido (todavía pertenezco a las juventudes ciprianistas donde solo pueden entrar los mayores de 60 años). Con él había sido director general de Educación en la Conselleria de Educació, Cultura, Joventut i Esports entre 1983 y 1986, pasando posteriormente durante cuatro legislaturas al Congreso de los Diputados en Madrid (1986-2000) en el grupo socialista. No creía que Ábalos fuera el mejor representante del socialismo valenciano en una ciudad donde el liderazgo de Rita Barberá era hegemónico, para mí no era el líder adecuado para ganarse el apoyo electoral de unas clases medias que eran el elemento sociológico esencial en la ciudad. Me parecía poco empático, turbio en sus relaciones y con poca formación intelectual, aunque actualmente estaría por encima de la media de los políticos valencianos como, por ejemplo, el presidente de la Diputación de Valencia, Antoni Francesc Gaspar Ramos, que quedó en silencio ante la censura de mi libro (Nosotros, los socialistas valencianos) en la Institución Alfons el Magnànim dependiente de la Diputación. ¡He ahí un socialista aceptando la censura! No, si será verdad que el único partido serio de derechas actual en España estructurado históricamente y con un buen entramado será el PSOE. A Ciprià no le pareció adecuado que decidiera presentarme porque sabía que el Congreso estaba controlado por Ábalos y consideraba que si lo perdía al final quien lo pagaba era él, que entonces era el secretario de organización del PSOE en Ferraz. Como no me ha gustado nunca recibir órdenes que no asumiera intelectualmente y estuviera convencido de ellas, como saben la mayoría de mis amigos (he estudiado e investigado como profesor universitario la historia del pensamiento libertario, y algo se me quedó de sus lecturas y actividades), decidí competir a pesar de todo contra Ábalos.
Desde entonces (más de 22 años) apenas he tenido relación con Ábalos, nos saludábamos si nos veíamos en cualquier acto o casualmente. Aunque fue el único diputado valenciano que asistió a la presentación de mi libro El Socialismo. De la socialdemocracia al PSOE y viceversa (Cátedra, 2016) en la librería Alberti de Madrid.
Durante ese tiempo él tuvo el instinto de apostar por aquellos que consiguieron ganar la secretaría general del PSOE, primero Zapatero, cuando en la Federación Valenciana del PSPV-PSOE pocos apostaban por él y apoyaban masivamente a Bono, y en algún caso a Rosa Díez como Ignasi Pla. Formé parte de la Comisión Política que se constituyó después de la dimisión de Almunia, una vez celebrada las elecciones generales de 2000 donde Aznar ganó por mayoría absoluta, y en el Congreso del 2000 por nueve votos Zapatero se impuso a Bono, se convirtió en secretario general y, después, en presidente del Gobierno en 2004. Desde julio de 2000 mi vida estaba fuera de la política, incorporado a mi plaza universitaria de profesor e investigador de Historia Social al tiempo que dirigía el Centro de la UNED de Alzira-Valencia Francisco Tomás y Valiente –que había inaugurado y dirigido en 1978— hasta mi jubilación en 2016. En este tiempo la política la veía desde fuera, analizando en una columna semanal los avatares que sucedían en la Comunidad Valenciana y en España. Pero observé como el instinto político de Ábalos volvía avivarse, y cuando nadie daba nada por Pedro Sánchez (el forajido, que dice mi amigo Paco) de nuevo Ábalos apostó por él y lo acompañó a muchas agrupaciones de España. Celebró un gran mitin en la ciudad de Xirivella, y cuando nadie lo esperaba ganó las primarias a Susana Díaz, la andaluza, apoyada por el aparato de la Gestora constituida cuando dimitió Sánchez en 2017. Ábalos le siguió en su nueva trayectoria a la secretaría general, mientras otros le abandonaron, aunque ahora los ha recuperado, como a Hernando.
Ábalos llegó a ministro y secretario de organización del PSOE en Ferraz y nadie esperaba que fuera cesado por creérsele un hombre de confianza del presidente. Pero no solo dejó el ministerio, lo que puede ser normal en las decisiones del jefe del Ejecutivo, sino que dimitió como secretario de organización porque de este cargo Sánchez no podía cesarle ya que era un nombramiento elegido por el Congreso y solo el Comité Nacional podría hacerlo. A partir de entonces aparecieron noticias elaboradas por una periodista en un digital hasta entonces desconocido, con un director que había sido despedido de El País y le había pedido trabajo a Ábalos. Se referían a sus aventuras en habitaciones de paradores, con mujeres (¿cuáles?), sus viajes pagados en cash recogidos en sobres, (¿y?), además de que llegaba tarde a los Consejos de Ministros y bostezando. Al parecer, la periodista le atribuía la información a la exministra y compañera en el Consejo de Ministros Carmen Calvo. Ábalos en el programa de Risto Mejide Todo es Verdad, de la Cuatro, manifestó que Calvo había desmentido la noticia. Sin embargo, al día siguiente prácticamente ningún medio aludió al contenido del programa y, desde luego, la exministra no parece que dijera nada sobre la información que se le achacaba, ni tampoco ningún otro socialista de su contorno. Todo lo contrario de lo que ocurrió con Díaz Ayuso en El Hormiguero, donde se comentó ampliamente sus declaraciones. ¿Por qué esta diferencia informativa? ¿Era verdad lo publicado o estaba dirigido a destruir al político que en Valencia dirigía la oposición a Puig, que había sido un crítico en 2017 con Sánchez, del que pidió su dimisión, y ahora aprueba y defiende públicamente su política sobre Cataluña?
Todo ha quedado en una bruma de dimes y diretes, sin que nadie aclare nada, al contrario que pasa con otros políticos. Hasta Zaplana tiene un libro sobre sus actuaciones escrito por un buen periodista de investigación. Un presidente tiene todo el derecho a prescindir de un ministro, pero pedirle que dimita también de un órgano como la secretaría general de organización que se elige en un Congreso, dos meses antes del que tenía que celebrarse en Valencia, parece algo poco común. Pero, en fin, la política no ha cambiado desde que Maquiavelo y Hobbes escribieron sus tratados. ¿Pero dónde queda la condición humana y la información periodística?