El flujo de oportunidades favorece el despojo y elimina competidores. Cuando supo que no podía celebrar todavía la rentabilidad de su OPA sobre el banco turco Garanti, a Carlos Torres, presidente del BBVA, lejos de deprimirse, se le abrió el apetito. La bajada de los tipos de interés en Turquía deslució el pasado jueves el inicio de la operación Garanti, pero Torres ya había descontado el incidente; miró a derecha y a izquierda y acto seguido proyectó su sombra sobre el Banco Sabadell; resucitó la posibilidad de una nueva fusión española. En su velocidad de ejecución, lo nuevo prevalece sobre lo desvanecido.
El presidente del BBVA, ingeniero y master por el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets, siente la misma propensión catalana que sus antecesores. La misma que tuvo Francisco González (FG), cuando devoró lo que quedaba de Catalunya Caixa y de otras cajas menores del territorio. Recordemos que esta misma inclinación la exhibió en su momento Alfredo Sáenz Abad, salido del antiguo corro de Pedro de Toledo (el impulsor del Vizcaya, el banco cuco) y nombrado presidente de Banca Catalana, cuando el grupo financiero vasco se hizo con el control del banco fundado por Jordi Pujol.
El BBVA tendrá sus cosas, pero lo cierto es que, en nuestro entorno, el Euskadibusiness limpia, pule y da esplendor. Dicen que se debe a la buena relación de siempre entre Neguri y Pedralbes, los enclaves afortunados de Bilbao y Barcelona; pero más que una relación lo que hay es una correlación en la que los señores del hierro y los altos hornos se han impuesto literalmente a las élites catalanas, que hoy atraviesan un auténtico ocaso.
La siderurgia vasca estuvo en el origen de la metalurgia española, joya de la corona en términos de empleo fijo. Además, a la hora de formar financieros, Deusto gana a nuestras escuelas de negocio, pese a quien pese. La imbricación entre la industria y las finanzas pasa por Baracaldo o por Lezama y recorre la cornisa cantábrica, antes de fijarse en los clusters catalanes. Y esto no es nuevo. Cuando los ejecutivos vascos se pusieron a los mandos de Banca Catalana, la entidad transitó de la quiebra al dividendo en apenas un año y medio. No fue un síntoma; fue un hecho, como lo es que José Ignacio Goirigolzarri, el ex consejero delegado de BBVA, un ignaciano pulido en Deusto, devolviera el resuello a Bankia y saltara después a la presidencia de Caixabank, la marca ganadora por antonomasia.
Si el BBVA da su último paso en Cataluña, el Sabadell se convertirá en su segunda marca. En sus mejores momentos, el banco comandado por Josep Oliu y Jaume Guardiola renovó su accionariado tradicional --los Corominas, Torredemer, Casbalncas, Oliu, etc-- para dar paso a empresarios de fuste: los Andic, Hemisferio, Jaipuc, Blackrock, Daurella, Permanyer, Folch-Rusiñol i Corachan, Bosser, Llonch, Famol, etc. Sin embargo, la lista de preferencia ha sido devastada por las deserciones y los cambios.
Carlos Torres pasó por Endesa y asumió un papel destacado frenando las opas de Gas Natural (Naturgy) y E.On, pero dando curso a la de la italiana Enel. Gobernó a favor del viento y entró en el BBVA Ventures con un portfolio ganador de startups financieras. Escaló hasta substituir a Ángel Cano, el ex consejero delegado del trust bancario. En enero de 2019, se subió a las barbas de FG. Hoy sabe que una nueva vuelta de tuerca a la concentración del sector resulta inevitable.