El caso de Jordi Pujol Soley y su clan, de presunta corrupción política, está a punto de juzgarse en los tribunales. La instrucción ha durado nada menos que siete años. En ese periodo, el expresidente catalán, su esposa y sus siete hijos han estado de forma permanente bajo la lupa de la justicia y de los medios informativos.
Siete años con la espada de Damocles sobre sus cabezas, es un duro castigo que no debe desearse al peor enemigo.
El sumario detalla una retahíla incontable de mangancias que dejan en muy mal lugar a la familia Pujol. Revelan la inmensa fortuna que la saga escamoteó a la Agencia Tributaria, así como sus trapicheos en una larga lista de paraísos fiscales.
El juez Santiago Pedraz le achaca los delitos de asociación ilícita, blanqueo de capitales, falsificación continuada de documentos y contra la Hacienda Pública. La pena más elevada, 29 años de cárcel, se pide para Jordi Pujol Junior.
El patriarca y su prole presentaron esta semana en la Audiencia Nacional los escritos de defensa. En ellos niegan la mayor. Afirman con singular desenvoltura que las riquezas ocultas en Andorra proceden del abuelo Florenci Pujol Brugat, traficante de divisas, quien las habría depositado en los valles andorranos para asegurar en el futuro un buen pasar a su vástago y a su nuera Marta Ferrusola. Esta no será juzgada debido a una demencia sobrevenida.
Los abogados defensores, Cristóbal Martell y Albert Carrillo, sostienen que el expresident es un santo varón, la encarnación misma de la rectitud y la honradez. Aseveran que el dineral escondido no guarda relación alguna, ni por asomo, con las andanzas del primogénito.
Los siete hermanos van más lejos. En sus respectivos escritos de descargo achacan el caso Pujol entero a un sucio montaje de las cloacas del Estado. Pretenden que las fuerzas ocultas del aparato del régimen perpetraron el acoso contra ellos para cortar de raíz las veleidades independentistas del Govern. Sobre la cuantía del pastón amasado, repiten machaconamente la increíble versión de su padre y le cargan el mochuelo al abuelo Florenci.
A Jordi Pujol hijo, de 63 años, nunca se le conoció un oficio digno de tal nombre. Durante cuatro décadas se dedicó a trabajar en lo que él mismo calificaba de labor “dinamizadora” de compañías. Siempre fue un mero intermediario y comisionista de empresarios espabilados, ávidos de mangonear contratas administrativas en Cataluña. Actuó como una suerte de “abrepuertas” provisto de poderosas aldabas para acudir a las más altas instancias oficiales.
Otro de los acusados que se sentará en el banquillo es Carles Vilarrubí Carrió, marido de Sol Daurella, lideresa y principal accionista del gigante empresarial Cobega-Coca-Cola.
Vilarrubí, que ya calza 67 años, tampoco se significó durante su trayectoria profesional por un trabajo más o menos corriente, al margen de las mediaciones, el trasiego de influencias y el cobro de mordidas.
Ejerció de agente del lucrativo “sector negocios” de Convergència en los consejos de administración de algunas corporaciones madrileñas deseosas de abrirse un hueco en Cataluña o ganarse los favores del gobierno pujolista. Para ello, creyeron que nada más indicado que contratar a Vilarrubí, a título de distinguido conseguidor.
Vilarrubí sostiene ahora la peregrina teoría de que apenas conoce a Jordi Pujol hijo, pese a haber compartido con él intereses y otras andanzas inconfesables.
El juicio promete emociones fuertes y a buen seguro hará correr ríos de tinta digital. Están llamados en calidad de testigos varios capitostes y empresarios de postín. Entre otros, desfilarán por la Audiencia Nacional los banqueros andorranos Manuel Cerqueda y Óscar Ribas Reig, dueños de la entidad Andbank, así como Higini Cierco, expropietario de Banca Privada d’Andorra y el exconsejero delegado de esta última Joan Pau Miquel.
Además, comparecerán ante los jueces el financiero Carlos Tusquets Trias de Bes, amo de Trea Capital; y Javier Suqué Mateu, presidente ejecutivo del Grupo Inverama-Casinos de Cataluña.
El abultado sumario que en breve se juzgará sobre Pujol Soley y sus descendientes es una enmienda a la totalidad a la larga etapa del veterano político en la cima de la Generalitat y a su legado.
Jordi Pujol está obsesionado en el ocaso de su vida por lo que reflejarán sobre él los libros de historia. Pero no hace falta esperar más, porque a la vista de todos está presente su obra magna. Esta no es otra que el agujero negro en que Cataluña se ha convertido en todos los órdenes, tras cuarenta años de nacionalismo cada vez más exacerbado.