Los estrategas del PP han pretendido escenificar la entronización de Pablo Casado como líder indiscutible. Hasta hoy el fracaso de la operación es manifiesto. La cosa empezó mal con Díaz Ayuso dispuesta a torpedearla desde el principio. Lo ha hecho con una estrategia similar a la de Puigdemont, que viajaba por el mundo con un nivel de relaciones internacionales de segundo o tercer nivel, pero que clavaba los mensajes en los medios de comunicación catalanes, porque hacer unas declaraciones en Nueva York, que a los norteamericanos les traen al pairo, dan mucho poderío de cara al autóctono que escucha embelesado como su lideresa habla desde la ciudad de los rascacielos. Y más, si se facilitan entrevistas en prime time a las televisiones. Ayuso ha copiado la estrategia y la comunicación política del independentismo con tres objetivos: anular a Pablo Casado, hurtarle el protagonismo y marcar una línea ideológica muy determinada, poniéndose en cabeza del nacionalismo español más irredento al tiempo que liderar un discurso ultraliberal.
La ausencia de Ayuso en la convención a la que llegará investida de lideresa --en el PP aguantan la respiración para que no sea recibida al grito de presidenta-- ha marcado estos días que ella ha jalonado de mensajes que han achicado espacios a Casado, que no pasará a la historia reclamándose el nuevo líder del centroderecha europeo tras la marcha de Merkel y la derrota de la CDU-CSU, ni por comparar a los independentistas con los asesinos de Bataclán. Ayuso ha levantado el más rancio nacionalismo español, ese que recuerda con añoranza al imperio desaparecido. Empezó con los indigenistas, “el nuevo comunismo”, le dio una coz al Papa por pedir perdón por el papel de la Iglesia en la colonización, alegando que España les llevó la religión y la libertad, aunque no dijo nada si los mayas o los aztecas querían que les llevarán una religión y una libertad que no era la suya, y ha aprovechado para hacer anuncios para la parroquia como la finalización de las restricciones en el ocio y en la hostelería, otra llamada a la libertad en el lenguaje del ayusismo. Con todo esto, Casado desaparecido.
Su equipo ha querido contrarrestar con la presencia de líderes europeos que elogian a Casado de una forma empalagosa. Aunque sería mejor decir exlíderes europeos. Hasta mañana domingo no aparecerá el líder austriaco, el que tiene un acuerdo con la extrema derecha, y el primer ministro griego. Poca cosa, sin duda para ensalzar al “nuevo líder”. Por si fuera poco, Nicolás Sarkozy fue la estrella el miércoles. ¡Oh Sarkozy!, escribían los argumentarios populares para poner en valor su presencia. Lo negativo de la cosa, su condena, la segunda, por corrupción el jueves. El jarro no era de agua fría, era helada, y más si pensamos que la convención acaba mañana en la Plaza de Toros de Valencia, lugar iconográfico de la corrupción del Partido Popular.
Rajoy y Aznar, dos ex más, se sumaron al concierto diciéndole al “nuevo líder”, que ambos sitúan en el papel de discípulo aplicado, cómo tenía que hacer las cosas. Rajoy lo hizo en su papel moderado y contemporizador, Aznar sacando la misma bandera que ondea Ayuso, la del rancio nacionalismo español, ese de España una y no cincuenta y una, donde la diferencia, la diversidad, no tienen espacio. “Somos una nación, ni plurinacional, ni multinivel, ni la madre que los parió”, muy en la línea de Alejo Vidal-Quadras que puso de vuelta y media al estado autonómico.
La Convención Nacional del PP está pasando sin pena ni gloria. Cierto, que el volcán de La Palma ayuda, porque en las televisiones no hay espacio para nada, so pena de caer en el ostracismo de las audiencias. La hipnótica imagen de la erupción tiene anonadados a la mayoría de los españoles, aunque conmigo no cuenten para asistir de forma militante ante el televisor a la narración de la evolución de la lava, a la retransmisión de un proceso natural del que nadie tiene ni idea, excepto el ejército de vulcanólogos, sismólogos, científicos y toda una retahíla de profesionales que nos explican la diferencia entre una erupción hawaiana o una estromboliana. Pero, a pesar de la competencia desleal de las erupciones volcánicas, algo se ha hecho mal. Muy mal.
Dos opciones. Una, hay un infiltrado, de Moncloa o del PSOE, o de ambos. Y no descarten que este infiltrado esté al servicio de ERC, Podemos o vaya usted a saber, del PNV, en la preparación de la convención. Y dos, el equipo de Casado ha hecho una auténtica pifia. Sus objetivos están lejos de conseguirse y el líder ha quedado reducido a la mínima expresión. Cualquier error mañana puede ser una losa imposible para un Casado que en su mejor momento no logra despegar en serio del PSOE en las encuestas y su dependencia de VOX para llegar a la Moncloa le ponen muy cuesta arriba los dos años que faltan para las elecciones. Y encima, Ayuso le sigue segando la hierba por dónde pasa porque su aspiración no es la presidencia del PP de Madrid, es la Moncloa, y Casado parece no haberse enterado. Mañana se la juega en el discurso y el aplausómetro con Díaz Ayuso. Fotos juntos, fingiendo quererse mucho no serán ningún antídoto para un Casado que está en el alambre.