Dice la bien pagada propaganda paragubernamental de la actual Generalitat que son más de 150 ayuntamientos los que han conmemorado la fecha del 1 de octubre, denominando una calle, una plaza, un parque o un polideportivo. Ha habido municipios que incluso se adelantaron a la celebración del referéndum ilegal de 2017 y, en previsión de lo que debía suceder, asignaron el nombre a una plaza, así ocurrió en Montoliu de Segarra (Vilagrasseta).
A esta ola conmemorativa pétrea no se ha sumado la casi totalidad de las grandes poblaciones catalanas. Este dato cualitativo y cuantitativo es tan relevante que indignó hace algún tiempo al vicepresidente Puigneró cuando comprobó que en Barcelona, “capital del nostre país”, no hay “una plaça per homenatjar les persones que van defensar la llibertat”. Los comunes de Ada Colau se dieron por aludidos, y el mediatinta de Jaume Asens respondió que en ese momento, en el espacio de la Modelo, había abierta una exposición sobre el 1 de octubre. Menos da una piedra.
Los políticos tienen la manía de denominar calles o plazas con un día concreto, aunque esa fecha sólo represente a una corriente ideológica y política, mayoritaria o no, pero instalada o socia del poder. Sucedió con el franquista 18 de julio, y en democracia con el andalucista 28 de febrero, el feminista 8 de marzo, el republicanista 14 de abril, el sindicalista 1 de mayo, el catalanista 11 de septiembre, el valencianista 9 de octubre, el españolista 12 de octubre, el constitucionalista 6 de diciembre… y así podríamos seguir hasta Navidad, Fin de Año y más allá.
Visto lo visto, esta obsesión por fijar en el espacio público momentos del pasado, debidamente relamidos por el gobernante de turno, es difícil de erradicar. Recuerda aquel castigo escolar de copiar cien veces la palabra o frase debidamente corregida. Ahí la tienes, para que no te olvides, deben pensar los políticos cuando ordenan grabar una fecha, al mismo tiempo, en la piedra y en la mente de sus vecinos.
Ante tanta imposición se entiende que surjan diversas formas de resistencia ciudadana. Si por el buen ornato público, las placas de las calles no se deben cambiar sin el debido acuerdo del consistorio, siempre cabe reinterpretar su mensaje. Así el 1 de octubre en algunas localidades catalanas ha pasado a denominarse, con un simple añadido, 12 de octubre. Este tipo de acción simbólica, atribuida a tabarneses desconocidos, se puede interpretar no solo como un gesto de resistencia al dominio etnicista del independentismo, sino también como un sencillo gesto para que sujetos como los Puigneró, Donaire, Canadell y cia puedan comprender por qué en Barcelona y su entorno, por ejemplo, muchas dependientas o camareros hablan español.
Referéndum por la autodeterminación o consulta ilegal, antidemocrática y fraudulenta, si no hay consenso en el significado del 1 de octubre, lo más saludable para la recuperación de la convivencia sería abandonar esta disputa. Pero ya que se han colocado las referidas placas a costa del dinero de todos y todas y si no hay más remedio que dejarlas puestas, se podría resignificar dicha fecha y recordar el 1 de octubre, pero de 1931, cuando se aprobó en Cortes el artículo constitucional que consagró el derecho al voto femenino en España (Cataluña incluida). Nadie puede negar la trascendencia de ese hecho, ni siquiera las que fueron a votar aquel deletéreo día de 2017. Conmemoremos pues ese 1 de octubre en plazas, calles, parques y polideportivos, y a ser posible que sea festivo en toda España (Cataluña incluida).