El desencuentro entre ERC y JxCat a cuenta de la mesa de diálogo entre gobiernos ha dejado estampas sorprendentes. La primera, la de Jordi Sànchez diciendo que Pere Aragonès miente. Así de claro y con esa rotundidad. La segunda, y tal vez la más diáfana, la de Elsa Artadi afirmando que Aragonès no representa a Cataluña. Será presidente de la Generalitat, pero sólo representa a su partido.

Negar a un presidente electo la representatividad lo hace cada día el PP con Pedro Sánchez pero en Cataluña, hasta el momento, sólo Marta Ferrusola se había atrevido a algo así. Cuando, tras el triunfo del primer tripartito tuvo que dejar la sede de la plaza de Sant Jaume explicó que tenía la sensación de que unos okupas la habían expulsado de su casa.

Poco después, Jordi Sànchez intentó quitar hierro a las declaraciones de Artadi, quien había dejado las cosas claras en la conversación que mantuvo con Gemma Nierga. Lo que no hizo el dirigente del partido del 3% fue corregir sus propias declaraciones en las que llamaba mentiroso a Aragonès. Éste había sostenido que ERC y JxCat habían pactado que a la mesa de negociación acudieran sólo miembros de ambos gobiernos. Jordi Sànchez jura y perjura que eso no es verdad, es decir, que Aragonès es un mentiroso. ¡Vaya tragaderas las de ERC! Porque en la mano de Aragonès está provocar una crisis de gobierno y echar a los consejeros que, un día sí y otro también, desafían su autoridad. Salvo que él mismo dude de tenerla. La visita a Puigdemont en Cerdeña el pasado fin de semana da la razón a quienes sostienen que Aragonès no se siente presidente. Más que un gesto de solidaridad, parecía de vasallaje.

Los independentistas se llenan la boca diciendo que respetan los resultados de las urnas. Pues bien, en las últimas elecciones, Aragonès sacó más votos que Puigdemont, que encabezaba una lista rival. Desde entonces el fugado no ha hecho otra cosa que erosionar la autoridad que pudiera corresponder a Aragonès.

El actual presidente, sin embargo, tiene todos los triunfos en la mano. Si mañana decidiera apartar del Gobierno catalán a los de JxCat, 250 militantes de esta formación irían al paro. Además, se cegarían casi definitivamente las vías de financiación del huido de Waterloo. Y ahí, en los ingresos mensuales, sí que les duele. Porque su patria es, precisamente, la nómina, el momio. En su mayor parte son tan habilidosos para conseguir un trabajo en el sector privado como Toni Cantó.

Los de Junts están ahora verdaderamente preocupados. Miran a la mesa de negociación con el Gobierno central y ven lo que más les angustia: un tripartito que puede gobernar sin ellos. En la mesa están los socialistas más los herederos de las formaciones situadas a la izquierda del PSOE y ERC, partido susceptible de todo y de lo contrario. Incluso es capaz de acordarse de que sus siglas dicen que es de izquierdas. Y eso significaría para Junts revivir el síndrome Ferrusola: el fracaso, económico y político. Por eso boicotean la negociación por todas partes. No falta razón a quienes sospechan que lo ocurrido en Cerdeña ha sido propiciado por el propio Puigdemont.

Después de todo, la función principal de JxCat es evitar que haya en Cataluña un gobierno de izquierdas. Jordi Pujol llegó al poder gracias a las ayudas que le prestó la burguesía catalana para frenar un posible ejecutivo formado por PSC y PSUC. Contó entonces con la inestimable (y bien pagada) ayuda de Heribert Barrera, de quien se decía que tenía muy buenas relaciones con la CIA. Luego demostró ser, además, racista y xenófobo. Y mentiroso. Algunos periodistas grababan sus intervenciones porque, cuando veía impresas las barbaridades que decía, se dedicaba a enviar cartas a los medios desmintiéndose a sí mismo. Por fortuna para los redactores, ya se habían inventado las grabadoras.

Lo más llamativo del presente es que el papel de freno a la izquierda no lo hace un supuesto agente de la CIA sino una formación que se autoproclama anticapitalista y de izquierdas: la CUP, facilitando un gobierno en el que participan las huestes de Jordi Sànchez y Laura Borràs. Porque los cuperos pueden jugar con el lenguaje, pero si en la cámara catalana hay un partido decididamente procapitalista (y sospechoso de comisionista), ése es JxCat. En materia económica y social, apenas en nada se diferencia del PP y poquísimo de Vox. Y gobierna gracias a la CUP, a la que también le da calambres la posibilidad de otro tripartito. Después de todo, ellos viven de la crítica hipercrítica, muy cómodos no teniendo que proponer nada. Ya se sabe: todo por la patria.