Hay muchas clases de periodistas, como de médicos, libreros o políticos. El fundador de El Periódico de Catalunya que acaba de fallecer pertenecía al colectivo de los que saben oler una noticia a kilómetros de distancia. Esa era probablemente su principal cualidad profesional.
Su meteórica carrera le llevó a crear y dirigir el diario con solo 31 años después de haber pasado por la redacción de El Diario de Barcelona, desde cuya la sala de máquinas hizo posible que uno de los rotativos más antiguos del continente se pusiera a la cabeza de la información libre en aquella España que salía de la dictadura con directores como Josep Pernau, uno de sus profesores.
Finalmente, no sería El Brusi, sino el diario de nuevo cuño que le propuso construir y dirigir Antonio Asensio el que se encargara de representar en Cataluña los aires de apertura de la España que despertaba tras las cuatro décadas de oscuridad una vez desaparecido el dictador.
Asensio había acumulado recursos y experiencia en la revista Interviú con los que lanzarse a la aventura de una publicación diaria, plural, socialdemócrata y catalanista capaz de competir con la consagrada y centenaria La Vanguardia. El Periódico obtuvo un éxito inmediato en difusión, ventas y resultados hasta consolidarse en un tiempo récord como la voz de la Cataluña que se abría a la democracia.
El diario de los Godó supo mantener el tipo pese a la presión de la nueva y agresiva competencia, como ocurrió en Madrid con el también monárquico ABC, que logró sobrevivir al enorme ímpetu profesional y centrista de El País, que logró afianzarse como representación en la capital de la nueva España, y a los que vinieron después.
Antonio Franco pilotó el diario en su transformación bilingüe casi 10 años después de su nacimiento. La frase con que el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, recibió el primer ejemplar en catalán de El Periódico -- “Está bien, pero no es esto lo que yo quería”-- define a la perfección el trato que el nacionalismo catalán había dado desde el primer día al Grupo Zeta, hoy en manos de Prensa Ibérica.
Durante los cuatro años en que Franco interrumpió su etapa como director de El Periódico para conducir la edición catalana de El País se produjo el estallido del caso Banca Catalana, un episodio en el que el diario madrileño llevó la iniciativa y que marcaría la relación futura con Pujol y CDC. Aquella crisis se tradujo en distancia y desconfianza. Pese a la vinculación profunda con Cataluña del periodista ahora desaparecido, el nacionalismo convergente nunca olvidó el escándalo, pese a que el propio pujolismo supo transformarlo en gran victoria victimista en las elecciones de 1984. Eso le hizo andar con pies de plomo el resto de su vida profesional.
El fundador de El Periódico volvió a su dirección tras la etapa de El País para mantener vivo un tipo de periodismo muy cercano a los intereses de los ciudadanos, a lo que para la mayoría de los catalanes era noticia. Y las presentaba con grandes titulares y profusión de fotografías para inducir una lectura cómoda, para atraer nuevos lectores. Era tan fácil de leer que sus críticos querían pensar que también era fácil de hacer. La competencia, que no tardó en adoptar los elementos básicos de la compaginación de El Periódico, aprendió pronto que no era así, sino todo lo contrario.
¿Qué le interesa a la gente, qué le preocupa? Ese era el leitmotiv de Franco. Nunca manifestó vocación de marcar la agenda de los políticos.
En términos de hoy día, podríamos decir que tenía un concepto de la información como servicio. Tanto en la información general, lo que veía que motivaba a los asiduos de los encants de Sant Antoni, por ejemplo, como en la futbolística: era un forofo del Barça y un enamorado de Cruyff. Cuando reproducía en la mesa de trabajo los esquemas de juego que el holandés le había dibujado sobre el mantel mientras comían, era el hombre más feliz del mundo.