Que Junts es un totum revolutum, un cajón de sastre, un partido sin ideas claras cuyo único nexo de unión es la lucha por el poder, nos lo contó magistralmente, Maria Jesús Cañizares, en estas mismas páginas. Quizás por ello no debería extrañarnos que, de ese conglomerado político de personajes tan dispares, emerjan declaraciones extemporáneas exentas de solvencia y rigor histórico. Los seguidores de Carles Puigdemont, en un nuevo intento de exprimir el pasado y manipularlo para justificar el presente, han porfiado hasta lograr que le fuera entregada, al prófugo de Waterloo, la Medalla Carrasco i Formiguera 2020. Lo han hecho en la Casa Macià de Prats de Mollò rememorando los intentos de l’Avi de invadir militarmente Cataluña en 1926. Para ello han aplicado la vieja receta nacionalista consistente en mezclar, sin ningun tipo de escrúpulo, sentimientos, memorias y biografías tergiversadas. La distinción de marras le ha sido otorgada a Carles Puigdemont por Demòcrates de Catalunya y la familia Carrasco Azemar. No se qué pensaran al respecto los antiguos militantes democratacristianos de Unió Democrática de Catalunya, como Josep Antoni Duran Lleida o Ramon Espadaler, que no secundaron las aventuras del secesionismo y siguen siendo fieles al pensamiento político de UDC.
Me dirán ustedes que ese tipo de eventos son parte esencial del martirologio y la liturgia del nacionalismo consistente en instrumentalizar el pasado y llorar por lo que pudo ser y no fue. Cierto, pero es precisamente en este tipo de homenajes y actos donde aflora, como fruto de las emociones fabricadas, la exageración y el ditirambo que conducen al esperpento y al ridículo. Y fue precisamente el responsable de la oficina de Carles Puigdemont, Josep Lluís Alay, el que, rebosante de culto a la personalidad, equiparó al prófugo de Waterloo con el president Francesc Macià por intentar liberar Cataluña de la ocupación española. Poco importa que España sea hoy un país de la Unión Europea con una democracia consolidada, y que l’Avi intentara en los turbulentos años veinte derrocar la dictadura del general Primo de Rivera. Todo vale cuando de lo que se trata es de enaltecer al líder que te da de comer.
Las analogías pueden llegar a ser odiosas pero, visto lo visto, alguien podría pensar que el furor pro ruso de Josep Lluís Alay le llegó tras comprobar que el presidente Macià procuró el apoyo soviético para su proyecto de intervención militar en España. Como es sabido no lo obtuvo, pero en el cosmos independentista siempre hay quien actúa por emulación. Sospecho que entre los partidarios de Junts abundan los emuladores y no se si Alay es uno de ellos. No obstante, si están interesados en el tema, en el libro Macià en el país de los soviets, de Ucelay-Da Cal y Joan Esculies se explica con rigor y documentos el asunto.
Regresando al tema comparativo que nos ocupa. Sorprende que todo un profesor de historia contemporánea, como Josep Lluís Alay, se preste frívolamente a comparar y emparejar la trayectoria de ambos presidentes. La osadía del responsable de la oficina de Puigdemont, al interrelacionar burdamente personajes de diferentes épocas y momentos históricos, puede --o podría-- desencadenar una oleada de analogías poco edificantes. Podría incluso llegar a darse el caso que alguien, echando mano de los sucesos del octubre de 1934, tuviera la ocurrencia de asemejar la indecorosa huida de España de Carles Puigdemont, vía maletero, con la Josep Dencàs, vía alcantarilla. Si, aquel Dencàs consejero de Gobernación de ideología sospechosa y duras campañas represivas contra los sindicalistas. Con medalla, o sin ella, la historia se repite. Unos ‘pringan’ mientras los espabilados huyen. Ahí también hay materia para otro tipo de analogías.