Del abrupto final en la negociación para la ampliación del aeropuerto de El Prat, lo más relevante es su carácter paradigmático y categórico de lo complejo que resultará el salir del enorme embrollo en que nos hemos sumido los catalanes.
Lo sucedido representa el fracaso de una cierta aproximación al conflicto que había despertado muchas esperanzas: la del liderazgo del Gobierno para favorecer el apaciguamiento, la aproximación y el pasar página, por la vía de satisfacer viejas aspiraciones y comprometerse conjuntamente en nuevos proyectos. Así, entre otros, la concesión de los indultos, la candidatura a los JJOO de invierno o la ampliación del aeropuerto. Sin embargo, lo sucedido con el aeropuerto destroza cualquier expectativa.
Desde hace décadas, el nacionalismo catalán se sentía agraviado por las inversiones en Barajas. Pero, curiosamente, en el momento en que se anuncia el compromiso de AENA para invertir 1.700 millones de euros en El Prat, estallan todas las contradicciones y desatinos de nuestra política, más allá de la comprensible prevención por la posible afectación medioambiental.
Así, por una parte, resulta que pese a venir reclamando dicha modernización desde hace muchos años, no se había trabajado en un posible proyecto aeroportuario para Cataluña. Eso sí, un incesante alardear de que, de gestionarlo, El Prat funcionaría mucho mejor. Sorprendente pero entendible, en la medida en que las energías se orientan al sueño independentista y a endosar al vecino la responsabilidad de nuestros males. Algo que también vivimos recientemente con los peajes: tras décadas acusando al centralismo de nuestras autopistas de pago, resulta que las concesiones finalizan y el gobierno catalán no sabe qué hacer. Siendo una reclamación tan antigua, y conocedores de la fecha de liberación de los peajes, ¿no podían haber trabajado un proyecto consensuado de gestión viaria? Pues resulta que no.
Y, por otra parte, se han evidenciado con toda crudeza las contradicciones del independentismo que nos gobierna. No es nada nuevo, pero ahora emerge de manera ya indiscutible. Acumulamos muchos años en que predomina el tacticismo, las luchas entre facciones de un mismo partido, la ausencia de criterio o la falta de coraje para decir en público lo que se afirma en privado. A ello añadamos una dosis de incapacidad para el gobierno de las cosas, de aquello que incide directamente en el bienestar diario de los ciudadanos.
Por todo ello, dejemos de considerar que la salida del entuerto vendrá desde fuera. El primer e ineludible paso nos corresponde a nosotros. Los propios catalanes debemos acordar qué escenarios posibles compartimos de manera muy mayoritaria. Y ello sólo será posible si los líderes políticos son los primeros en practicar con el ejemplo. Lamentablemente, aún no será así, y lo vivido en el aeropuerto será uno más de la larga lista de disparates que acumulamos, y que seguiremos engrosando en los tiempos que vienen.