Existe una afirmación en Cataluña según la cual hay unas trescientas familias que siempre han mandado en el conjunto del territorio. No sólo en Cataluña, también en toda España o en el mundo esa aseveración resulta cierta. El poder fue y será para un selecto club, para unos privilegiados que ingresan en Esade para hacer negocios y dedicarse a la política, y son de derechas y de izquierdas. Da igual. Pese a todo, me gusta la política. La llevo en la sangre.

Los ex moderados de Convergència hoy imitan a los radicales de la CUP. Es el mundo al revés. Si hoy nacieran nuestros padres, no entenderían nada, porque los independentistas de Esquerra parecen ahora más sensatos que los hijos de Jordi Pujol. El mundo ha enloquecido.

Me gusta que los separatistas se lleven como el perro y el gato, porque eso los debilita. Tampoco me fio de Pedro Sánchez. No me fio de nadie.

No existe la meritocracia, inventada por los chinos en la antigüedad. Lo único que vale no es la cultura, sino el don de la palabra: los mercaderes. El mundo es un mercado dominado por agentes comerciales. El sabio de Sócrates sería un desconocido, porque sobre él sólo escribió Platón.

Vivimos en el mundo del dinero, esa es la única verdad del marxismo: la interpretación materialista de la Historia. Yo siempre he defendido que los pobres deben tener tantas oportunidades como los ricos. Soy realista y sé que es imposible. No soy socialista, porque no estoy en contra de los ricos, al considerar que éstos generan riqueza. Pero sí quiero que los pobres sean menos pobres. En ese caso, el mundo iría mejor.

Hoy no he hablado de política, sino de ética, que no se parece a la política.