En el acervo coloquial español se interpreta de forma positiva el buen augurio que supone pisar una mierda al caminar --en muchas ciudades españolas, como en la Barcelona de Ada Colau sin ir más lejos, eso no tiene nada de extraordinario--, porque se dice que pisar una trae muchísima suerte. Tú vas tan campante y suddenly, ¡chaff...!, pisas caca, o te cae desde las alturas el guano de una paloma en la americana. Cuando eso ocurre, procede ir a comprar un décimo de lotería. Y si se es dado a supercherías hay que buscar a un jorobado (en catalán: geperut) y frotarle la participación por la espalda. Del mismo modo, y eso seguro que lo saben todos ustedes, al publicar un libro, optar a un premio, o estrenar una obra de teatro, todos se desean "¡Mucha mierda!". No sé si el sortilegio funciona, ni idea, pero es así. Curiosamente en Cataluña esta expresión se interpreta al revés. Si alguien dice "companys, hem trepitjat merda!" --que viene a ser como decir "hem begut oli", hemos bebido aceite-- la connotación es tremendamente negativa. Un auspicio absolutamente nefasto.
Pues yo murmuré exactamente eso hace un par de días, al enterarme de que Pablo Iglesias se instala en Barcelona. Bueno, a ver, seré sincero, no murmuré exactamente eso, ya que como catalán de pura cepa dejé de rezongar en catalán hace unos cuantos años. Creo que dije algo así como “¡Jodida la hemos, éramos pocos y parió la abuela!”. Porque tras diez años “pisando mierda política”, día sí y día también, a los catalanes constitucionalistas, a todos cuantos estamos hasta la coronilla del nacionalismo supremacista hispanofóbico, y de la inculta izquierda mamporrera que les hace la ola y les ríe las gracias con vergonzosa sumisión, esta noticia es cualquier cosa menos buena.
A mí Pablo Iglesias, ese ropavejero de demagogia prêt-à-porter raída, apolillada y mil veces remendada, me llamó mucho la atención --y vive Dios que le escuché atentamente, como siempre se debe escuchar a cualquiera antes de rebatir sus argumentos-- cuando en su día, en medio de una crisis brutal que lo arrasaba todo a su paso, se alzó cual cristo proletario “de entre” los famélicos de la tierra reclamando un nuevo paradigma social.
Diez años después cualquiera con memoria y dos dedos de frente tendrá claro que detrás de tanto aspaviento no había nada. A lo sumo, humo. Aquel que clamaba a los cielos indignado ante los exorbitantes emolumentos percibidos por la amoral clase política ha demostrado con creces ser de la misma ralea, o mejor dicho, de la misma casta o pasta; acaparando cargos; extendiendo el número de mandatos; colocando a dedo a amigos, aduladores, diletantes cum laude y amantes; y, sobre todo, protagonizando una impúdica metamorfosis que, sin necesidad de segregar hilo y formar capullo de seda, le llevó de gusano asambleario en Vallecas a mariposa burguesa en Galapagar.
Seguramente ese era el significado de aquello tan repetido de “expugnar murallas y tomar el cielo al asalto”.
Todo en Pablo Iglesias y en Podemos --les ahorraré nombres y apellidos, ya les conocen a todos-- es absolutamente vergonzoso. Su máximo logro ha sido sembrar cizaña, odio y fragmentación en el seno de la sociedad a base de ensanchar, en tiempos revueltos, tristes y miserables, el foso que separa a los españoles. En todas esas batallas les encontrarán siempre en primera línea de fuego: hispanofobia galopante; guerracivilismo; denostación de la monarquía, del Poder Judicial, de las Fuerzas Armadas y de cualquier símbolo o elemento de identidad nacional; hembrismo versus heteropatriarcado; desigualdad de género y criminalización sistemática del hombre; islamismo frente a cristianismo, y por descontado apoyo incondicional al nacionalismo más rancio. En resumidas cuentas: una parroquia de peronistas radicales, zafios e incultos.
Ante la debacle de la formación en el País Vasco, en Galicia y en todas partes, optaron por el clásico “from lost to the river”, que con el condumio no se juega, y se afanaron in extremis, a la desesperada, en entrar en el Gobierno de un Pedro Sánchez que solo podía reinar con el concurso de lo peor de cada casa. De su paso por el poder, mejor ni hablemos. Verborrea, despilfarro y chiringuitos.
Hoy el crédito de Pablo Iglesias, ese embaucador que bajó a la tierra cual airado 'ángel exterminador' de la casta extractiva, ese prescriptor de series televisivas que no llegó a pisar una residencia en lo peor del embate vírico, está absolutamente agotado. Pero no teman por él, porque la penuria no se cruzará en su camino. La 'Operación Cataluña' es una magnífica jugada.
En Barcelona y tras ser adecuadamente inmersionado, con certificado “nivel C”, en el Llobregat por Santa Ada Colau la Bautista, Pablo catalanizará su nombre --llámenme Pau Esglésies, que soc de Barcelona i am moru de calor...-- y se fundirá con absoluto deleite, sin mascarilla ni distancia de seguridad, como el protagonista de El lobo estepario de Hermann Hesse, en el paroxismo estúpido y desenfrenado de una tierra plagada de cretinos con carné de la República Milenaria.
El exvicepresidente segundo se incorporará, de entrada, y en horario reducido, a la Universitat Oberta de Cataluña, como analista e investigador --o quizá como 'unabomber' experto en agitación de masas-- en redes sociales; pero siendo como es protegido dilecto de Jaume Roures redondeará su sueldo participando en el consejo de redacción y escribiendo en la revista de izquierdas Ctxt; tampoco tardaremos mucho en verlo en algún espacio creado ad hoc en Mediapro, dirigiendo, presentando o participando en debates de “periodismo crítico”, que es lo que le va. Anuncia también unas interesantísimas memorias políticas que harán las delicias de Dolores Ibarruri y de Buenaventura Durruti el próximo Sant Jordi.
Pero lo más importante no es eso. Lo que realmente importa es que Cataluña --ya sea su presencia continuada o intermitente--, como “terra d’acollida” que es, lo recibirá con los brazos abiertos. Ya saben que hay que ensanchar, a toda costa, la base social proclive a la sedición, y a tal fin unos y otros se lo rifarán. Podremos verle en el FAQS de TV3, en los telenotícies, en mesas redondas y debates. También en las radios esteladas, altavoces hertzianos del interminable Procés, y muy especialmente en El Món de RAC1, espacio al que se incorporará como invitado de honor de Jordi Basté.
¿Y eso es todo? ¡En absoluto! ¡A Pau Esglésies lo veremos hasta en la sopa! A todo lo dicho sumen además infinidad de invitaciones de Pere Aragonès desde la Generalitat, de Laura Borràs desde el Parlament, de la ANC y su “tramo VIP” el 11S; añadan presentaciones de libros, “fulls de ruta”, campañas y todo tipo de actos de reafirmación nacional que precisen del concurso de mamporreros defensores del “Dret a Decidir”. Y por descontado, ni lo duden, Ada Colau se beneficiará de su presencia y carisma, porque ante la amarga tesitura de tener que soportar abucheos, mofa y befa en fiestas mayores, de Gracia o de Sants, siempre preferirá enjugar llanto y mocos en el hombro de un macho alfa como el ex líder podemita que ser salvada por el majadero de Jordi Cuixart.
El nacionalismo catalán de alta cuna, y también la izquierda que ya vive del cuento, exprimirá sin pudor a Pau Esglésies como en su día exprimió al hoy denostado Gabriel Rufián. Convertido en el nuevo 'pijoaparte' de moda, Iglesias será utilizado por unos y por otros. Y él aceptará encantado el papel, por la notoriedad, por el dinero y por el atril egoico que eso supone. De tonto no tiene un pelo. De hecho es un español muy catalán, que entiende mejor que nadie el refrán catalán ese que reza: 'Qui dia passa, any empeny', que podríamos traducir ad sénsum como “quien supera el día, el año empuja”.
Y así algunos van haciendo camino vital y fortuna, aunque sea por senda tan demagógica como indigna.