Xavier Novell, el obispo de Solsona que ha dejado el cargo a petición del papa Francisco, daba lecciones de sexualidad a jóvenes incautos. Practica el no a la homosexualidad mediante cursos de conversión gay, el rechazo de la eutanasia y del aborto, y la expulsión de los ángeles caídos del mismísimo Paraíso. Este cura miltoniano, martillo de moriscos, es también un adocenado de la vanguardia Noecatecumenal y acólito vocacional de Sanjosemaría. Lo tiene todo. Hasta le pega la difunta dedicatoria valleinclaniana: Pardillos de hablar adusto/ con resonancias latinas/la cara el perfil de Augusto/ las intenciones dañinas.
Novell se ha colgado a sí mismo la etiqueta de catalán de socarrel a base de defender el independentismo y de visitar en Lledoners a Jordi Turull y Xavier Rull, cuando cumplían pena; Turull y Rull dicen haberse sentido espiritualmente reconfortados gracias al mitrado. Novell compartió con ellos alguna merendola por aquello de “la cena que recrea y enamora”, el rico ágape del amor místico. Pero la reverencia pía de los dirigentes del procés no ha contado finalmente con el nihil obstat del Papa, en aras del perdón; Francisco considera que un homófobo y apasionado de las iglesias heréticas de Wojtyła, no podía seguir ejerciendo.
Novell luce un viejo rasurado, expresión dulce del lego franciscano; su frente se amotina por encima del vasto entrecejo, que le permite la visión estereoscópica y el gozo contemplativo del hereje que colgó los hábitos en la cálida comarca. Aunque rácano y rancio sin desmerecer, lo que ha predicado el obispo desde el púlpito ha sido verbalmente infalible; pero Roma sabe que, sobre el oro de sus patenas, resaltan más los arañazos.
Digamos que el peculiar punto de encuentro pirenaico entre la geopolítica y las parroquias le ha venido bien al prelado destronado por un Santo Padre, dispuesto a limpiar el templo de escribas y fariseos. Novell ha recorrido caminos de carro, granjas y mayorazgos al estilo del canónigo Claramunt de Sagarra, que administraba bienes a cambio de dádivas y de indulgencias, y que guardaba pirulís para los niños debajo de la sotana.
Novell disfrutó ante los fotógrafos el 1-O de 1917, fecha de infausta memoria en la que Cataluña hizo el ridículo, a lo ojos del planeta. Lástima que aquel mismo día, la Comedia catalana fuese innecesariamente reprimida por capataces de pirámides, enviados desde la política lerda del entonces ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido.
Novell dejó clara su propensión al nacionalismo duro, pensando tal vez en convertirse en el purpurado de referencia de la República catalana, una nación laica que Oriol Junqueras quiere convertir algún día en Estado confesional, según sus peroraciones. El instinto sefardí del político bebe en las fuentes que unen política y religión, al estilo de Netanyahu, en Israel. Los indepes van bien de inspiración edénica, pero están confundidos con el mientras tanto. La velocidad del ingenio local choca frontalmente con la racionalidad de Francia, Italia, Alemania y Portugal. Inexorablemente, los catalanes nos estamos convirtiendo en los insolentes e irrelevantes del teatro de operaciones europeo. Pero nos aguarda el Paraíso. Junqueras, Rull y Turull le han robado la idea a Agustín de Hipona, quien hablaba de un Edén con relaciones sexuales, padres e hijos, pero dejando al margen los intercambios carnales de este mundo, llenos del “desordenado ardor de la concupiscencia”. ¡Ah!
Ahora, el exobispo, miedoso él, no habla de política en público por orden de Nuncio español de su Santidad; los de la Curia le han corrido a golpe de casulla y ahora teme que le dejen sin pensión. Y es que Novell, como él mismo dice, solo intenta ser fiel al misticismo de sus antepasados; o sea, subir a los cielos algún día, después de arreglar el suelo y el subsuelo.