Para escribir sobre otro tema, hoy, hay que tener ganas de hablar, o “hablar paja”, según la locución común a varios países suramericanos. Comparado con la catástrofe de la fulminante caída de Afganistán en manos de los talibanes, especialmente teniendo en cuenta lo que esa caída significa para las mujeres afganas, que son colectivamente devueltas a la esclavitud y la tortura, todo lo demás suena banal. Suena banal, y es banal.
Ahora bien, el problema es que sobre Afganistán es imposible hablar sin “hablar paja”, precisamente. Ya que manifestar pena o compasión por los desdichados, escandalizarse de las escenas en el aeropuerto de Kabul, comparar esta derrota sin paliativos de Occidente con la derrota de Vietnam, todo eso no ayuda mucho que digamos a los afganos, ni, sobre todo, a las mujeres afganas. Sirve, acaso para que el columnista se permita el lujo de manifestar su empatía y sentirse bueno. Decir “¡aquello es un horror!”, decir “¡hagan algo, por favor!” es pura manifestación de candidez… o de fariseísmo. Para eso es mejor no escribir nada. Y lo digo yo, que ya llevo dos párrafos, y encaro el tercero:
Recuerdo que en su día un estruendoso opinador internacional, el filósofo francés Bernard-Henri Lévy, criticó apasionadamente, en varios artículos que se publicaron en la prensa francesa y española, el horror de la destrucción de Chechenia, y postulaba la intervención militar de la OTAN, ya que era una indecencia que nos mantuviésemos de brazos cruzados mientras se producía el exterminio de la población, como quien dice ante nuestras narices.
Naturalmente, nadie le hizo caso, pues la idea de embarcarse en la tercera guerra mundial tenía un atractivo escaso y perfectamente descriptible para la mentalidad de los votantes de Francia o de España. De manera que se le dejó desfogarse y se cambió de tema.
Y bien que se hizo, pero, aun así, pienso que Bernard-Henri quizá era un inconsciente pero por lo menos no era hipócrita. Es decir: todo lo que ahora se diga sobre los horrores que le espera a la población afgana, si no va seguido de un llamamiento a la declaración de guerra, y además predicando con el ejemplo, tomando las armas el mismo opinador, enrolándose en alguna guerrilla antitalibana, o incluso creándola, también es “hablar paja”.
Sobre este tema lo único sensato que se me ocurre que puede decirse es el adagio castizo en la que fue durante siglos zona fronteriza del río Duero: “Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos".