El independentismo catalán necesita siempre presentarse como víctima insatisfecha. Viven bajo el síndrome de zarina ofendida. Esta semana se han desbloqueado los traspasos de becas. La Generalitat de Cataluña deberá asumir las cuantías y los topes que tendrán que cumplir los solicitantes. Solo las repartirá. El Constitucional dio la razón al gobierno autonómico en 2001 y desde entonces las becas dormían el sueño de los justos.
También la formación técnica sanitaria ha abierto las puertas, como lo han hecho las inversiones pendientes en Cercanías y quién sabe si la gestión de Renfe, como el ministro Ábalos y el conseller Calvet habían trabajado en los últimos meses. Y como no, el Gobierno y el Govern han llegado a un acuerdo para que los catalanes no perdamos una inversión de 1.700 millones para ampliar el aeropuerto de El Prat.
A pesar de todo esto, el presidente Aragonés dice que es insuficiente. Sigue erre que erre afirmando que en septiembre amnistía y autodeterminación, como si todo lo acaecido en estos días fuera una minucia, y advirtiendo al Gobierno de Sánchez sobre los presupuestos de 2022. Sigue erre que erre con su liturgia aunque le convendría al independentismo tocar de pies en el suelo.
Si cae el Gobierno de Pedro Sánchez no habrá más traspasos de competencias, ni más inversiones, de las del pasado nunca pagadas ni hablar, y de mejorar la autonomía mucho menos. Incluso, a los líderes independentistas les convendría pensar que sus líderes indultados podrían volver a prisión con un nuevo Gobierno en España liderado por la derecha enamorada de la extrema derecha. Les convendría pensar que Pablo Casado podría poner en marcha un nuevo 155 --las encuestas hacen vislumbrar que podría ser posible porque tendría con Vox mayoría absoluta en el Senado-- y no tengan dudas que ese 155 no sería temporal sino que se mantendría en el tiempo.
Los independentistas siguen subiendo el tono en su denodado pulso para ver quién en su mundo es el primo de Zumosol. Nos han dicho durante años que PP y PSOE son lo mismo, pero la puñetera realidad dice que no, que no son lo mismo. Que la derecha, la rancia derecha centralista, españolista y mesetaria hace tiempo que ha dado la independencia a Cataluña. Si se amplía el aeropuerto es una cesión, si se traspasan las becas es una aberración --pasan por alto lo que dice el Constitucional y eso que se llenan la boca de Constitución--, si se traspasa la formación sanitaria es la ruptura de un modelo que funciona… Si gobierna la derecha, señores independentistas, mantener la autonomía será un gran reto, porque para esa derecha mesetaria el objetivo es asfixiar la economía catalana, porque todo lo que suena a catalán les suena a independentista, y las libertades individuales serían reducidas a una mínima expresión.
El problema es que Aragonés y Puigdemont no han visto, o no quieren ver, que cargarse a Sánchez deja a los catalanes, independentistas o no, en una situación delicada. Tantos años diciendo que viene el lobo y ahora que llega no lo ven. Una pena.