Como no sea el Espíritu Santo, en el doble sentido religioso y portugués, nada que hacer. Jaume Giró, consejero de Economía de la Generalitat, no encuentra un banco español que le permita apalancar el contra aval del ICF de 10 millones de euros destinados a cubrir la penalización del Tribunal de Cuentas, dictada contra los dirigentes del procés, que incurrieron en malversación de fondos públicos. Ahora, la Generalitat busca la ayuda de la banca extranjera, pero los italianos dudan, las grandes marcas francesas miran para otro lado y los británicos de la City son simples bucaneros.
Si la banca amiga --amiga de Giró, que desempeñó un alto cargo en Caixa-- dice que no, ni te cuento lo que dirá la banca cínica, que dejó en mantillas a la población después del estallido de Lehman Brothers. Las entidades han devuelto una décima parte de las cláusulas suelo, inundaron el mercado de Preferentes y ejecutaron miles de hipotecas. Ahora no les vengas con monsergas; suben y suben las comisiones, porque no saben trabajar en un mercado competitivo de verdad, que ya no cuenta con altos márgenes. Cuando el banquete se acabó, echaron carretadas de gente a la calle.
Estos no ayudarán a Giró. Tampoco ayudarán al Barça de Laporta al borde de la quiebra. No puedes ir a pedir fondos (ni el chocolate del loro de 10 millones) a los bancos, cuando has empujado a sus sedes corporativas fuera de Cataluña. ¿Saben la cantidad de oportunidades que pierde la economía catalana cada vez que los consejos de administración de grandes grupos celebran una reunión fuera de Cataluña? El procés expulsó de casa a los eslabones más altos de la cadena de valor de nuestra economía. Desde Artur Mas, un economista con nariz de Pinocho, hasta Aragonès, un economista sin luces macro, han repetido que “lo de las sedes no es importante, mientras tengamos las fábricas”.
Ignorancia supina que resulta imprudente para el actual president, el hereu de una cadena de hoteles de playa con sede en Pineda de Mar. El nacionalismo catalán siempre ha vivido del mito fabril. Y ahora, Roger Torrent, desde el Departamento de Empresa i Treball, quiere impulsar un nuevo pacto para la industrialización, después de años prevaricando en el Parlament.
El Govern, que lleva una década sin gobernar y elucubrando sobre la mejor vía para la independencia, no tiene credibilidad. La culpa no es del conseller; si Giró no consigue los avales quién lo hará. De momento, le pedimos que vuelva a sus cuarteles de invierno para seguir elaborando el Presupuesto con fondos Next Generation incorporados y que confirme el regreso catalán al Consejo de Política Fiscal y Financiera.
Como no sea un banco ruso --¡Nasdrovia! gritaría David Madí, como hizo en TV3-- nada; estamos fuera de mercado. La Deuda de la Generalitat no se coloca. Siento auténtica nostalgia de la etapa en que el descuento de la Deuda Pública catalana llenaba de liquidez la Bolsa de Barcelona, presidida por Joan Hortalà, longevo en el cargo. El Gobierno y el PSC no han puesto pegas a nivel jurídico sobre el fondo creado para avalar a los empleados públicos, ya que, si fueran condenados, tendrían que devolver el dinero. Parece fácil lo del aval, pero no: el Sabadell se negó amablemente y la Caja de Ingenieros le ha dado a Giró con la puerta en las narices.
¿Quién va a jugársela ahora con un país caído y con su clase política en estampida de canícula? Esta vez, los bancos le niegan al soberanismo la pólvora del rey (los 10 milloncetes). Más adelante confirmarán que Nissan, General Cable, Robert Bosch, TE Connectivity, Aludyne Automotive, Italco... nunca volverán. Este es el precio de la República Catalana. Nos pasará como al catolicismo del Reino Unido que, cuando recuperó las Abadías, estas se quedaron en manos de las clases más desfavorecidas de Inglaterra y de los irlandeses pobres de Belfast; y estos últimos ya sabemos cómo las gastan.