Mientras nos entreteníamos discutiendo si lo que salió corriendo del Tribunal Constitucional era un galgo o un podenco, Òmniun Cultural celebraba sus sesenta años en el sur de Francia. Ya saben ustedes que a los nacionalistas les gusta adornar sus performances con elementos ricos en carga simbólica, referencias históricas y algo de martirologio. Para ello nada mejor que acudir a Elna. Este municipio del Rosellón rebosa historia por los cuatro costados; guardó las urnas del 1-O y albergó, al final de la Guerra Civil, la Maternidad de Elna, una entidad solidaria que ayudó a parir a muchas madres internadas en el campo de refugiados de Argelès-sur-Mer. La localidad reunía todos los requisitos necesarios para escenificar una llamada a olvidar agravios entre secesionistas, un paraje idóneo para cerrar filas. Otros analistas más tiquismiquis insisten en el doble significado de la elección de este enclave para el acto. Elna es también una conocida marca de máquinas de coser con sede en Ginebra --seguro que Anna Gabriel la conoce bien-- muy indicada para recoser lo que sea preciso. Y lo cierto es que el cosmos independentista anda falto de zurcidos.
Al encuentro acudieron indultados y fugados, consejeros de la Generalitat y diputados, Pere Aragonès, Laura Borràs, Carles Puigdemont y la corte de Waterloo. Incluso la Gabriel abandonó las montañas de Heidi para sumarse a la kermés. Como es obvio, no faltaron en el programa ni la mística patriótica ni los llamamientos a la unidad del independentismo. Tampoco las denuncias contra la ‘represión’ del estado español, ni el socorrido mantra de Jordi Cuixart: “Lo volveremos a hacer, lo haremos juntos, lo haremos mejor”. El acto culminó con una foto de familia en la que solo faltaba un Jordi Turull metido a peregrino andarín, y Dolors Bassa que recibía el abrazo sindical de Pepe Álvarez. Otro día ya hablaremos del sindicalismo de clase y de sus relaciones patrióticas.
Junts y ERC estan velando armas a la espera de los frutos comestibles y vendibles que salgan de la Mesa de Diálogo. Tienen presente que los resultados de la misma van a incidir con fuerza en las próximas elecciones municipales y generales. Ambas formaciones son conscientes, por mucho que la ANC y Òmnium sostengan lo contrario, de que su programa máximo es inviable. El movimiento independentista ha perdido vigor e Ítaca comienza a ser un espejismo en el que no cree ni Artur Mas. En Elna ondearon banderas al viento y las palabras de concordia se prodigaron tanto como los llamamientos a la lucha final. El hiper activismo que gastan los líderes independentistas tras la concesión de los indultos es una nueva huida hacia delante.
Cierto, pero digámoslo claro para que lo entiendan también los constitucionalistas refunfuñones: los unilateralistas saben cuál es su destino si reinciden en los errores del pasado. Predicar, con vehemencia y pasión, ideas maximalistas, es legítimo y democrático; claro que sí, pero seguramente es poco ético invitar al personal a perseguir una quimera imposible. Aún nadie ha pedido perdón a los miles de catalanes que creyeron que sus ilusiones podían durar más de cincuenta y seis segundos. Tampoco nadie ha pedido excusas por haber sometido el país a una parálisis gubernamental, ribeteada de fuga de empresas, durante una década. Aquellos que insistan en repetir errores se verán arrastrados a repetir la historia ‘como una miserable farsa’ (Karl Marx dixit). El inolvidable Terenci Moix sostenía que estamos especializados en una armónica repetición del desastre y la estupidez. Una pena.