Me duele España. El grito de la Generación del 98, todavía deja sentir su eco; nítidamente. Un Gobierno de 23 ministros en nuestro país, frente al gobierno alemán de 14 ministros y el doble de población, es una estructura megalítica. Sánchez mantiene por poco tiempo --espero-- a los ministros de Unidas Podemos y paralelamente refuerza su poder en el PSOE, con la sede de Ferraz (Adriana Lastra y Santos Cerdán, tras la salida de Ábalos), metida de lleno en el congreso de octubre. El golpe de Sánchez ha sido duro. El problema catalán deja de ser la prioridad y, si el Govern no confirma su capacidad de diálogo con Madrid, la España democrática y europeísta que lleva Miquel Iceta en el escudo sobre su solapa abandonará a ERC y Junts.
El partido republicano siempre ha acabado fracasando en los grandes momentos, aunque ahora está mejor que Junts, una superestructura con los cuadros de verdad en el PDECat y desperdigados en municipios. El momento actual vuelve a ser solemne y Pere Aragonès, president electo, tiene demasiadas dudas; no ha entendido que se acaba la etapa de los grandes contenedores, como lo ha sido el procés. Regresa la era de los partidos como aparatos ideológicos del Estado, vertebradores reales de la opinión, pero Junqueras y Jordi Sànchez tampoco lo han entendido. Yolanda Díaz sí, aunque es muy difícil que pueda unificar a la federación de sectas que la respaldan.
La última oportunidad del soberanismo catalán empieza en septiembre en la reapertura de la Mesa de negociación. Pero el problema catalán ha dejado de ser una prioridad; “ya no es el plato único”, primer adagio legislativo de Oscar López, el nuevo spin doctor de Moncloa. El golpe de timón de Sánchez pone encima de la mesa a la Economía vinculada al destino de la UE, con Ursula von der Leyen, como fanática de la parte alícuota de los fondos Next Generation que corresponden a España, y muy alejada de la queja resentida y antipatriótica de Pablo Casado.
La teofanía de la República Catalana se siente obligada a descomponer la sociedad tras la diáspora de los dioses. Anuncia un nuevo capítulo tenebroso de nuestra historia; y francamente, no estamos por la labor. En cambio, sí estamos por el crecimiento del lobi catalán en Moncloa. Empezando por Raquel Sánchez, la nueva ministra de Fomento (Transporte, Movilidad y Agenda Urbana), un departamento de resonancias regionalistas, que ejerció Cambó. La política española --estoy Españaahogándome proclamó también el 98-- no da tregua la invectiva. ¿Se imaginan lo tranquilos que estaríamos sin procés, sin Podemos, sin el eco lejano de Ciudadanos y sin Vox?
El equipo económico gana y arrasa: Calviño, Yolanda Díaz y Teresa Rivero; Economía, Trabajo y Transición Ecológica por estricto orden de aparición. Economía y Trabajo ya no son dos polos enfrentados, son dos voces de una misma síntesis. España pone su futuro en manos de Bruselas. Y de esta vocación arranca la renovada imposibilidad de una segregación. Desde que la Unión hizo suyo el grito de Mitterrand --“el nacionalismo es la guerra”--, nadie quiere oír hablar de escisiones; ahora se incluyen incluso los handicappatos italianos de la Lega Norte. Queremos vivir lejos de las mitologías aniquiladoras. En plena edad de oro de la ciencia nos hallamos ante “una edad de bronce de la verdad moral”, como escribió Rafel Argulloll. Aspiramos a que un nuevo homus economicus racional le gane la mano al caprichoso nacional, último refugio de los canallas.
El nacionalismo pangermánico en Mitteleuropa y el nacionalismo panserbio en los Balcanes fueron las trágicas consecuencias del nacionalismo tout court. El demonio de la exclusión y la xenofobia anidan eternamente en las patrias heridas. La vanguardia indepe ha hecho de la sociedad catalana el humus del resentimiento: aparta de mí este cáliz. Mientras España se europeíza, desde la etapa de Felipe González (OTAN y entrada en la actual UE) y la llegada del euro con Aznar, la política soberanista se estanca. Tanto que hemos entrado en el comienzo de la muerte térmica de Cataluña.