Estamos en pleno verano y los termómetros en Waterloo al mediodía superaban los 20 grados. En la Casa de la República, sin embargo, la temperatura era gélida. Junqueras, acompañado por los expresos republicanos y por Meritxell Serret que estuvo autoexiliada en Bélgica y ahora es diputada en el Parlament, llegó a la residencia de Puigdemont, pero el expresidente no se dignó a recibirlo. Nunca estuvieron solos. Siempre acompañados. Del “histórico reencuentro” apenas una foto de familia al finalizar y unas escuetas declaraciones de Junqueras: “Ningún reproche, en absoluto”, dijo. Mal síntoma si lo más destacable de la reunión es que no hubo reproches.
Fue una cita que ambos acordaron a regañadientes, pero que el conjunto del independentismo esperaba. Junqueras y Puigdemont no hablaron por teléfono para prepararla. Lo hicieron sus equipos. De hecho, Puigdemont no ha llamado a Junqueras desde que salió de prisión y eso que durante tres años, el presidente de la Generalitat y el que fuera su vicepresidente solo han tenido una videoconferencia, algún cruce de misivas y contados contactos telefónicos.
El “histórico reencuentro” careció de todo glamour. Hay diferencias de criterios entre los dos dirigentes independentistas, y no es menos cierto que entre ellos no hay ningún tipo de feeling. No sólo es cuestión de su pugna por liderar la hoja de ruta del procés, sino que en esta pugna pesan mucho sus pésimas relaciones personales que se han plasmado en los golpes bajos que se han lanzado en los libros que han publicado. Uno desde la cárcel, asumiendo su responsabilidad, y otro desde el autoproclamado exilio. Dice Puigdemont que se fugó para internacionalizar el procés, y en este tiempo se ha convertido en su abanderado. Ahora, Junqueras está dispuesto a quitarle la bandera sin demasiados miramientos.
Se desconoce de qué hablaron en el “histórico reencuentro” más allá de temas personales, como dijo Junqueras, algo que se hace poco creíble. Dos horas solo para hablar de la familia parece más una excusa de mal pagador. Junqueras y Puigdemont cumplieron su papel pero no tienen ganas ni de verse ni de coincidir. Que se lo digan a Jordi Cuixart, que quiere que ambos estén presentes en el acto del 50 aniversario de la entidad que quiere realizar en la Catalunya Nord a finales de mes, y todavía no lo ha conseguido. Hubiera sido Waterloo un buen sito para escenificarlo, pero no fue así.
La frialdad del “histórico reencuentro” se palpaba en su génesis. Junts hablaba de reunión. ERC solo de encuentro. Junts se felicitaba porque Junqueras iba a ver al presidente legítimo. ERC insinuaba que iba a ofrecerse a Puigdemont: “¡en qué podemos ayudarte, que estamos en libertad!”. Quizás por este motivo, Puigdemont no fue a Estrasburgo para encontrarse con Junqueras. Sabe que la batalla ahora se centra en liderar la “internacionalización del procés”. Junqueras se lo dejó claro. Primero visitó a Marta Rovira en Ginebra. Después fue a Estrasburgo para reunirse con ALE, su grupo parlamentario, cuyo secretario general es un eurodiputado republicano. Y tercero, fue a cumplir en Waterloo para visualizar que puede moverse por doquier sin tener las precauciones de Puigdemont.
Los republicanos están dispuestos a explorar su bicefalia. Aragonès se dedica al Govern y Junqueras a fortalecer el partido y a ser el abanderado del independentismo en Europa, en el mundo, en Cataluña y también en España. No sería de extrañar que Junqueras aprovechara un momento para ir a Esparragalejo, el pueblo de sus bisabuelos en Extremadura, amén de otros desplazamientos al meollo de la M-30. Lo hará en calidad de presidente de un partido que gobierna la Generalitat y no como el presidente del Consell de la República, una entidad privada que en las negociaciones del Govern se quedó sin premio de consolación. El cabreo de Puigdemont se concretó en la fuga de Artadi o Rius del Govern. Junqueras será el portavoz oficial. Puigdemont el oficioso.
Además, Junqueras como presidente del partido se reunirá con Jordi Sánchez, el secretario general del partido socio en la Generalitat. Una forma de meter el dedo en la herida que surgió entre ambos tras el acuerdo que llevó Aragonàs a la presidencia. Quizás por eso, Aragonès debería ir con pies de plomo para no verse metido en el lodazal. La propuesta de avales de Jaume Giró todavía no tiene banco conocido, genera muchas dudas legales, no está acordado ni por asomo con el Gobierno de España, ha abierto una línea de ataques jurídicos que han dado alas a la oposición de la derecha y pone en entredicho la estabilidad de la nonata Mesa de Diálogo. Las astucias, las argucias, no suelen ser buenas consejeras en momentos de tribulaciones. Aragonès tiene que afrontar el frente interno para evitar que el remedio sea peor que la enfermedad. ERC dice que está poniendo en marcha su modelo PNV, la bicefalia, para aprovechar sus sinergias. De momento, Junqueras hace su papel. A Aragonès le han marcado algún gol. Ha remontado en varias ocasiones, pero el decreto de avales puede darle más de un dolor de cabeza porque Puigdemont no es adversario pequeño y utilizará todos sus resortes para no perder posiciones en la larga competición para liderar el movimiento independentista.