Guillermo Górtazar (Vitoria, 1951) apuesta por un periodo de moderación en España, por una “reflexión” que permita el entendimiento y el poder acometer reformas de calado. Historiador, fue diputado del PP, y en sus años de juventud, en la universidad politizada de la transición, militó en Bandera Roja, como tantos otros jóvenes que se enrolarían años después en el PP, como Josep Piqué. Górtazar pide que tanto el PP como el PSOE busquen ese espacio central, aunque ahora parezca complicado. El historiador se reivindica. Tras una extensa obra, acaba de publicar Romanones. La transición fallida a la democracia (Espasa), la primera gran biografía de Álvaro Figueroa y Torres, el político liberal de la Restauración. Y lo hace “con sus luces y sombras”, con lo que aportó al sistema político español, sin dejar de lado sus debilidades y sus errores. La biografía le sirve a Górtazar para señalar que España caminaba hacia un sistema parlamentario democrático, que fracasó con la dictadura de Primero de Rivera, y que derivó en la Guerra Civil. Y pone de manifiesto un hecho que nos lleva a la actualidad. La Constitución de 1876 no se reformó, como todavía no se ha reformado la Constitución de 1978. ¿Peligros de no hacerlo? "Las reformas en España debe circunscribirse entre el PP y el PSOE".
--Pregunta: Usted ha biografiado a Romanones, un político clave, que sirve para interpretar también lo que ocurre ahora en España, y que fue un liberal, reformista, con luces y sombras, que, en todo caso, sigue siendo poco conocido.
--Respuesta: Sin duda, fue un político reformista, limitado, en todo caso, porque no era un estadista en el sentido de proponer un cambio en la Constitución de 1876. Fue un reformista táctico, que buscaba resolver problemas en cada momento. Es cierto que es un nombre que suena mucho, pero se conoce poco. No tenía una biografía completa. Es la primera que se realiza. Y la explicación es clara. La izquierda nunca ha tenido simpatías por Romanones, por alguien que siempre le ganó las elecciones, por Guadalajara. Y a la derecha autoritaria y a la derecha monárquica no les gustaba tampoco, al acusarlo de la marcha de Alfonso XIII.
--¿Le faltó más atrevimiento, más complicidades para plantear una reforma de la Constitución?
--Su horizonte, muy vinculado a Canalejas, que explica la posición de los liberales sobre la Constitución, no gustaba al Rey, que tampoco veía un movimiento amplio para plantear esa posible reforma. El Rey, cuando algún político le pedía una reforma constitucional, no lo llamaba para formar gobierno. Y es cierto que era una Constitución para el siglo XIX, pero no ya para una sociedad que era muy distinta en los años 20. Era muy diferente a la España de Cánovas y Sagasta. Romanones, que tenía más mentalidad del XIX que del XX, tiene una parte de responsabilidad en el estancamiento político, pero la mayor es la del Rey. Romanones no tiene capacidad suficiente para superar ese estancamiento.
--Y Alfonso XXIII sucumbe, a pesar de su reformismo inicial, facilitando la dictadura de Primo de Rivera. ¿Por qué?
--Alfonso XIII era un regeneracionista, más que un reformista. Quiere cumplir con los preceptos de su madre, y no desea tocar la Constitución. Influye en él esa línea de pensamiento del regeneracionismo, de Costa, de Polavieja, una línea que pretende no contar con el Parlamento. El Rey no se percató de la dirección que se tomaba y se plegó a Primo de Rivera. Ese fue el error, porque aceptar la dictadura ponía muy difícil su papel posterior. Nadie quiso saber nada de él, al final de la dictadura, salvo los más viejos, los más monárquicos. Y con las elecciones de 1931, que no estaban pensadas para un cambio de régimen, se precipitó, precisamente, ese cambio.
--Es complicado pronosticar si todo hubiera podido conducir hacia otra situación. En 1917, con Eduardo Dato al frente, se había podido neutralizar hasta tres movimientos distintos: las Juntas de Defensa del Ejército, que pretendían un cambio de régimen, el sindical, con la CNT de Barcelona que se extiende, y el movimiento de diputados catalanes que querían un estatuto confederal. Pero tras el asesinato de Dato, el Gobierno no tiene la resolución para aguantar y percibe que Primo de Rivera tenía la fuerza necesaria. Romanones no promovió ni defendió ese golpe de Primo de Rivera, no se opuso frontalmente.
--Lo que usted indica con la biografía de Romanones, que coincide con otros trabajos, como el de Roberto Villa, es que España no difiere de los países de su entorno, y que se caminaba hacia una democracia parlamentaria. ¿Se podía haber llegado?
--Yo tengo esa percepción. Hasta 1923, con liberales y reformistas, con personalidades como Melquiades Álvarez, republicano que preside la cámara parlamentaria, con sindicatos reformistas y republicanos, se estaba en una línea que caminaba hacia la democracia, con mayores índices de alfabetización, con una literatura muy potente, con muchos cambios sociales. Pero en el contexto europeo el liberalismo estaba dañado. Y España tuvo la fortuna de salvarse de dos guerras mundiales, aunque sufrió una terrible Guerra Civil. Las monarquías no volvieron a muchos de esos países, aunque sí a España, ya con la transición.
--Ahora que tenemos, de nuevo, el problema catalán en el centro, ¿qué objetivo buscaba el nacionalismo catalán? ¿Cambó quería un estado para Cataluña?
--Hay un Cambó idealizado, con la biografía de Pavón. Es la hagiografía de un estadista, pero como ha apuntado Roberto Villa hay otro Cambó, que no es un golpista como Carles Puigdemont, pero que pretende algo similar. En 1918 se le propone ser ministro para presidir un gobierno del Rey. Pero en 1917 pretende una España confederal, con Cataluña en un papel primordial. La biografía de Pavón es parcial y termina en 1936. Y sabemos que la Lliga de Cambó apoyará el franquismo, sin haber interiorizado que agitar el extremismo separatista se los ha llevado por delante.
--En aquel momento no se quiso reformar la Constitución, la de 1876. Hay quien considera que se puede trazar un paralelismo, y que la no reforma de la Constitución de 1978 podría derivar en una situación de ruptura.
--La historia se debe estudiar como maestra de la vida. Entre 1975 y 1978 se comprobó que la clase política instalada y la ascendente eran capaces de encontrar una salida, necesaria para un país de todos. El enfrentamiento entre 1923 y 1936 condujo a una Guerra Civil. Y creo que la Constitución de 1978, en cambio, ha funcionado razonablemente bien. Pero en los últimos cinco o seis años se ha evidenciado la necesidad de reformas, con una partitocracia acusada. Pérez Rubalcaba envió una carta a Rajoy, en 2017, con una reforma pormenorizada. Rajoy, sin embargo, que no ha sido un reformista, no la tomó en consideración. Y está claro que el régimen da síntomas de agotamiento, con la abdicación del rey Juan Carlos y con la crisis de un bipartidismo imperfecto. Hace falta una reflexión de la clase política y que espero que la haga, porque, o se resuelven los problemas o se producen rupturas.
--¿Se debe incorporar a Cataluña, a través de una relación mucho más estable? ¿Qué se debe hacer?
--Es terriblemente complejo, porque la sensación es que nunca es suficiente con lo que se concede. Se ha ido pidiendo más y llega un momento en que la estabilidad y la convivencia exigen moderación y entendimiento. La clase política catalana debería reflexionar sobre la posibilidad de una ruptura o un enfrentamiento civil interno. Cataluña ha pesado mucho en las crisis políticas españolas, salvo cuando el régimen en Madrid ha sido muy fuerte. En esos casos, Cataluña se adapta y se somete, hasta gustosamente, como pasó entre 1939 y 1975. Los separatistas catalanes deben entender que hay catalanes que no son independentistas, que aprecian la enseñanza en castellano, y que hay que convivir entre todos. Ellos cuestionan la monarquía y el sistema de 1978, pero es lo que ha permitido un autogobierno como nunca han tenido. Lo que se evidencia es que nunca tienen suficiente.
--¿Los indultos, por tanto, que ha concedido el Gobierno, ¿son un error?
--Es extraño que el presidente de un partido que forma parte de la coalición gubernamental esté en la cárcel (Junqueras), y parece lógico encontrar esa solución. Pero se debe pedir esfuerzos en las dos partes. Y lo que parece es que con los indultos se gana tiempo. Sin embargo, el independentismo pide amnistía y la independencia. Creo que estamos ante dos trileros, Sánchez y Junqueras, que ganan tiempo. Junqueras, para someter a los más radicales de su partido, y Sánchez también gana tiempo para su gobernabilidad.
--Pero, ¿qué debe hacer el propio sistema político para encarar una nueva situación? ¿El Rey debe adaptarse tras su discurso del 3 de octubre que para unos fue formidable y para otros una oportunidad perdida?
--Tengo para mí que, así como en la transición se produjo un acuerdo global desde la izquierda, desde el PCE hasta los nacionalistas, las reformas en España deben circunscribirse entre el PP y el PSOE. Y esas dos fuerzas centrales deben poder arrastrar al resto. Si gana Pablo Casado las elecciones, con el apoyo de Vox, para afrontar cualquier reforma debe contar con el PSOE. Y, de la misma forma, el PSOE no puede llevar a cabo reformas sin el PP, concentrado ahora en cuestiones feministas, sobre el cambio climático y no se sabe cuántas cosas más.
--Dice usted el PP con Vox, ¿no imposibilita eso un acuerdo con el PSOE?
--Es que, para empezar, Vox es un partido constitucional y mucho más constitucional, seguro, que Podemos o el nuevo PCE. Parece mentira que el PCE de ahora derive de lo que había representado Santiago Carrillo. Pero la fuerza central está entre los dos grandes partidos. Tienen entidad para persuadir y convocar al resto. Y no hay nada imposible. Se requieren acuerdos sobre el Consejo General del Poder Judicial, y para evitar lo que ha ocurrido, que es una ocupación del poder político en espacios de la sociedad civil. Con un gasto de tipo político enorme, con un tamaño del Estado excesivo. Se requiere una reforma de calado.
--Insistamos en la figura del Rey. ¿Debe tomar un papel más relevante para esa nueva etapa, para legitimar su propio reinado?
--El Rey actúa con una prudencia enorme, con una paciencia ejemplar con la clase política. Es evidente que para una parte en Cataluña no gustó nada su discurso del 3 de octubre. Pero el conjunto de España aplaudió con las orejas, frente a un presidente catalán inútil, al que se le fue todo de las manos. Si les parece mal que el máximo guardián de los artículos 1 y 2 de la Constitución reaccione, deberían pensar en los fondos que reciben del Estado, un Estado al que se han comprometido respetar, con el cumplimiento de las leyes que comporta, cosa que no han hecho.
--¿La burguesía catalana ha sido el problema, al querer estar en los dos lados?
--Es muy posible. Es difícil de entender a la burguesía catalana. Es distinta al resto, y en parte se entiende, por el proceso más temprano de industrialización que se vivió en Cataluña. Pero cuesta entender. Debería acometer una reflexión sobre su propia experiencia. Y es que cuando ha apoyado movimientos radicales, éstos les han desbordado. Es un tiempo ahora de reflexión, dentro de España y en Cataluña.