Toda acción y en mayor medida una concentración de carácter reivindicativo, puede interpretarse de múltiples formas, según el punto de vista del que mira, como la vida misma.
Asistimos a la primera manifestación cívica, masiva, (concentración en la plaza Colón) contra un gobierno débil que necesita del apoyo, a cualquier precio, de independentistas, ex terroristas y radicales de todo tipo, para sobrevivir. Se trata de un gobierno implantado en un sistema económico y social democrático al que atacan sistemáticamente sus componentes para intentar acabar con él desde la oscuridad de su propia caverna.
Y esa concentración fue convocada por una plataforma civil. Supone un primer paso para el desarrollo de algo que, cada día, deviene más necesario: dar la palabra a la ciudadanía, dejarla que se exprese, que hable, y que instalada en la ética y el buen hacer, se constituya como contrapunto frente a los abusos e intereses de un poder que sólo entiende de rentas y prebendas que mantener por encima de cualquier otra consideración.
Como tal primer paso, supone un avance notable en relación con la futura organización de la sociedad en que nos ha tocado vivir y por ello, hay que agradecer la valentía y determinación de sus organizadores.
Justo es, sin embargo, reconocer que a muchos de los allí presentes, bien nos hubiera gustado ver en el escenario, junto a los promotores del acto --Unión 78-- a representantes de las más importantes asociaciones de carácter civil de nuestro país. Bajo la tutela de sus impulsores se hubiera conseguido una sensación de potencia, de capacidad y también, porque no decirlo, se hubiera dado un paso más hacia el futuro. Tal vez, incluso, se hubieran podido soslayar las dificultades técnicas que daban cuenta de la bisoñez de los organizadores. Pero, ya sabemos de la importancia y hasta la trascendencia de los egos.
Hoy existe una enorme variedad de asociaciones a lo largo y ancho de nuestra geografía, con un objetivo común: la defensa de los valores consitucionales. Esa variedad --riqueza-- anda desperdigada, pues cada una lleva su música propia obviando la existencia de una obra común que permitiría llevar adelante excelentes sinfonías sobre la base de partituras acordadas conjuntamente y debidamente coordinadas.
Con calor sofocante, exigencias de seguridad y sin altavoces, los presentes se agotaron. Mostraron, no obstante, su determinación y buena voluntad. Los eslóganes, asomaban tímidamente.
Y salió Trapiello y la cosa funcionó. Trueno en días tormentosos, libre, hombre libre sin ataduras, anunció su presencia “por respeto a sí mismo”, entonando un celebrado “basta ya” a tanta tropelía que sufrimos los españoles. Luego un joven catalán de buena presencia le siguió en el discurso que cerró Rosa Díez.
Una trompeta solitaria tocaba el himno y la bandera llenaba con su presencia el espacio de la enorme plaza repleta de una multitud anónima, globos al aire. Los partidos políticos en segundo plano --como debe ser-- repletos de miedos y temores: conservadurismo irredento.
Bienvenido este acto civil, bienvenidos sus organizadores. Ha llegado el momento de la unificación de las fuerzas ciudadanas, para devolver la voz, el deseo y la ilusión por una España mejor --la de todos--, a esas gentes anónimas que pueblan nuestra geografía. Si somos capaces de unir nuestras voces y ensamblar nuestros actos lo conseguiremos, no lo duden.