Estamos hechos a las maquetas. La ciudad de los prodigios es ahora la de los proyectos eternos, encabezados por el Hermitage, el museo con el que Sant Petersburgo tuvo intención de llegar a nuestras playas. Hace demasiado tiempo que la presidenta del Puerto de Barcelona, Mercè Conesa, y la alcaldesa, Ada Colau, se pelean por la conveniencia o no de esta infraestructura cultural. La primera habrá soñado en colocar una pica catalana entre el Báltico y el Mediterráneo, mientras que la segunda se encomienda a Janet Sanz, teniente de alcalde, que está en contra de todo menos de los trabucaires de Gracia. Conesa y Colau son el casi y la nada; viven llevadas por polémicas absurdas que han durado años, siguiendo la costumbre inveterada de la política canija. El PSC es favorable al proyecto del Hermitage, en el que colaborará el Gran Teatre del Liceu, pero los Comuns dicen que no y trabajan en la alternativa European Urban Teach, un edificio faro para abordar la transformación ecológica de Barcelona.
El pasado miércoles, el consejo del Puerto de Barcelona aprobó el proyecto de levantar el Hermitage en la plaza de la Rosa dels Vents, junto al Hotel Vela --estropicio metaloide--, pero con el voto en contra del ayuntamiento. Janet Sanz dice que el Hermitage no va con la “cultura del barrio” --manda narices-- y pide más tiempo para analizar el proyecto; otro paréntesis verde de la izquierda inodora, incolora e insípida. Si algún día Colau y los suyos dicen sí, habrá pasado más de una década respecto a la propuesta inicial; ellos deben saber que diez años de espera no son nada para los rusos, si nos atenemos al tempo literario de Guerra y Paz, la cima de Tolstoi.
Toyo Hito, el arquitecto encargado de la obra, cuenta con una superficie disponible de 12.930 metros cuadrados para levantar este Hermitage, “orgullo para Barcelona, punto de encuentro en el que se intercambiarán reflexiones entre ciudadanos de todo el mundo”. ¿Y para cuándo esto tan bonito? Espérate sentado. El Puerto ha dado un pequeño paso en el momento en que Conesa está a punto de ser sustituida como presidenta por Damià Calvet, el exconseller que ha dicho no a la tercera pista del aeropuerto de El Prat (otra maqueta malgastada). Claro, hombre, ¿por qué competir con Madrid?; al fin y al cabo, es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. ¡Hala!
Conesa ocupa el centro de un triángulo: Puerto-Municipio-Territorio. Ella se va del Puerto, Calvet la sustituye y Jordi Puigneró, hispanófobo, inveterado fundador de la NASA catalana, y flamante vicepresidente de la Generalitat, ocupará el nuevo Departamento de Políticas Digitales y Territorio. Cuando el Ayuntamiento acepte el Hermitage, faltará todavía el informe de impacto medioambiental del Govern y hasta puede que Puigneró vuelva a dilatar la decisión. Será el penúltimo escollo. Si los nacionalistas ponen palos en la rueda es porque no renuncian nunca a la oportunidad de una renta extractiva.
Además de dejar el Puerto, Conesa, que lleva encima la mácula de haber sido nombrada por el ingrávido Torra, ha prometido dejar también la presidencia del consejo nacional del PDECat. Ella llegó al cargo en 2016 por petición de David Bonvehí, presidente de la formación, cuando se refundó la vieja CDC; entonces, Conesa ganó por sorpresa al exconseller Santi Vila. Los rusos deben alucinar cada vez que ven a su Hermitage catalán dependiendo de las pugnas internas de partidos ya inexistentes o de los designios medioambientales de un ayuntamiento de barrio que gestiona una de las ciudades más dejadas de Europa, la urbe que rivaliza en vetustez con Nápoles y Catania, lejos ya de la bella Florencia maragalliana.
Conesa, exalcaldesa de Sant Cugat y expresidenta de la Diputación de Barcelona, le tiene apego al cargo a fuerza de desnaturalizar su poder a base de humildad fingida. Ella fue el relevo natural de Artur Mas. El día de 2015 en que CiU rompió su coalición, el expresident expulsado del Palau por decisión de la CUP --triste final del eterno delfín-- le propuso a Conesa que entrara en el Govern, pero ella le dio calabazas. “Conesa hubiese sido mi relevo natural”, dice a menudo el expresidente Mas, un contrapariente de aquel Rey Lear que liquidó a muchos de los suyos por el deseo de sentir la soledad del poder.
Los rusos que gestionan el auténtico Hermitage son pacientes pese a ver que su filial barcelonesa hace aguas antes de nacer. Una de las mayores pinacotecas del mundo, hecha a mano por mujiks, situada dentro del Palacio de Invierno y a orillas del río Neva, no se merece la indecisión pueril de la capital catalana. Leña para todos, menos para el conspicuo PSC.