Todo parece indicar que Iván Redondo ha obligado a Pedro Sánchez, camino ambos del barranco, a releer el Eclesiastés. O que, por lo menos, le ha hecho escuchar Turn, turn, turn, la vieja canción de Pete Seeger (popularizada por los Byrds en 1965) que se nutre de ese texto sagrado. Parafraseándolo, Seeger y los Byrds nos decían que hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para nacer y otro para morir, un tiempo para plantar y otro para cosechar, un tiempo para matar y otro para curar, un tiempo para reír y otro para llorar, y así sucesivamente. Yo diría que de ahí sale la teoría presidencial de que hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia, en la que se apoya para tirar adelante los indultos de los presidiarios catalanes del 1 de octubre pese a la firme oposición del Tribunal Supremo, que no entiende (al igual que un número muy elevado de sus compatriotas) por qué hay que indultar a una gente que no ha manifestado el más mínimo arrepentimiento de sus fechorías y que, no contentos con ello, aseguran que en cuanto los suelten la vuelven a liar (Sánchez hasta les ha comprado el lenguaje hablando de que hay que evitar la venganza).
Lo que es una concesión a quienes le sostienen el sillón, Sánchez nos lo vende como un acto de valor, como una negación del inmovilismo, como la más noble actuación política posible ante el avance de la infame judicialización de la realidad. Y si cuela, cuela. Y si no cuela, ahí está ese barranco por el que no tendrá que arrojarse solo, sino cogido de la manita de su fiel jefe de gabinete. Aunque el Eclesiastés no dice nada de que hay un tiempo para meter la pata y otro para pagar las consecuencias, no sería de extrañar que hubiese que añadir esa estrofa a la versión Redondo del tema de Pete Seeger. A corto plazo, ya las está teniendo: conato de motín en el PSOE, berrinche escandalizado del patriarca González y preocupación generalizada por cómo puede afectar al partido la apuesta del jefe por la concordia entendida a su particular manera. A medio plazo, la posibilidad de que los españoles no se tomen bien el indulto de marras (demasiada generosidad para tan escaso, por no decir nulo, arrepentimiento) y en las próximas elecciones gane el PP por goleada y forme gobierno con el apoyo de Vox, perspectiva no muy apetecible, aunque con una particularidad destacable: la casi segura desaparición de Pedro Sánchez de la escena política y el necesario reset del PSOE para convertirse en un partido socialdemócrata decente y dejar de ser el club de fans de un sujeto que solo piensa en conservar el poder a cualquier precio.
Intuyo que Iván Redondo, tras archivar el Eclesiastés o devolver a su funda el disco de los Byrds, debe estar dándole vueltas al asunto. A fin de cuentas, en el mundo de Sánchez todo gira en torno a lo que más le conviene a Sánchez. Llevarle la contraria al Tribunal Supremo es de muy mal tono y, además, en el caso que nos ocupa es darles armas a las defensas de presidiarios y fugitivos patrióticos en la escena europea. La eficacia de la medida, por otra parte, es más que dudosa, pues demuestra que desafiar al estado y atentar contra la convivencia sale bastante barato, lo cual anima al sedicioso medio a seguir en sus trece. Esa gente nunca se apea del burro. La tolerancia y la concordia siempre las tenemos que poner los demás, mientras ellos no ceden ni un centímetro en sus exigencias, para las que son capaces incluso de inventarse mandatos populares.
Aún no hemos llegado al final de esta historia. Según cómo salgan los cálculos del señor Redondo, puede que su jefe recule con lo de los indultos, momento en el que también encontrará una explicación relacionada con el bien de la nación y la concordia bien entendida, que empieza por la que debe darse entre uno mismo y su sillón.