ERC y JxCat recuerdan poderosamente a esas parejas que se han separado una docena de veces porque se llevan fatal, pero que siempre están dispuestas a intentarlo de nuevo. A ver lo que duran esta vez, suelen decretar amigos y conocidos, que no acaban de entender muy bien qué es lo que los empuja a repetir hasta la saciedad una convivencia que es evidente que no funciona de ninguna de las maneras. A ver cómo se lo montan ahora, decimos los catalanes ante el nuevo gobiernillo que se nos viene encima y que acaban de pactar el niño barbudo de ERC y el presidiario de JxCat (que ya no sabemos cuándo está en el trullo, pues en TV3 lo vemos siempre paseándose a cuerpo gentil por donde le place: ¡cuánta represión y cuánta dignidad!).
Tirarse tres meses para repartirse unas consejerías que al final se reparten en diez minutos suena a tomadura de pelo y probablemente lo es, pero intuyo que a los involucrados en el reparto les hace sentir importantes y deseados. También Elisenda Paluzie, esa tieta regañona que está al frente de la ANC, debe estar convencida de que el gobiernillo se va a formar gracias a sus amenazas de retirar el apoyo de su secta a los partidos involucrados en la discusión, amenazas expresadas hace unos días en la plaza de Sant Jaume frente a sus leales (apretujados, sin respetar la distancia sanitaria, indignados por costumbre), la habitual masa de jubilators que cada tarde destaca a sus mejores elementos en la Meridiana para amargarles la vida a conductores y vecinos de la zona (es lo que tiene regar con dinero público al servicio, que al final te sale la criada respondona y te amenaza con dejar de pasar el trapo por el piano si no le compras una cofia nueva cada mes).
Como la pareja que vuelve a intentar salvar lo suyo, todo son buenas palabras por parte de ERC y JxCat. Ahora sí que se van a llevar bien, nos dicen. La confrontación inteligente con España va a ser de campanillas, nos aseguran. Van a trabajar conjuntamente por la independencia, aunque la promesa de compatibilizar la mesa de diálogo con Madrid con las ocurrencias unilaterales chirríe un tanto. El célebre Consell per la República de Puchi no se va a imponer sobre la presidencia de Aragonès, pero se le va a tener muy en cuenta (aunque no se sabe muy bien para qué). Y así sucesivamente. Y nosotros nos miramos la escena, que es más bien repetitiva y empezamos a sabérnosla de memoria, e intuimos que la paz durará dos días, si es que llegan a la investidura del niño barbudo sin tirarse los platos por la cabeza. Lo importante, que era impedir cualquier gobierno no independentista, se ha conseguido, aunque haya sido a trancas y barrancas. Y Junts x Puchi consigue poner la economía catalana en manos de Elsa Artadi (¡ni un catalán sin su Barbour y su forfait en Baqueira!), a la que nadie en su sano juicio confiaría ni los fondos Covid de la Unión Europea ni la hucha de su hijo de seis años, y la salud, previsiblemente, en las del doctor Argimon, al que hay que premiar no por su gestión de la pandemia, sino por haber contribuido a que a policías y guardias civiles los vacunara su tía, que en el imaginario nacionalista era algo mucho más importante.
Nada nos cuentan por el momento de cómo piensan repartirse el aparato de agitación y propaganda del régimen. Cultura está en manos de ERC, pero también es verdad que cualquier relación entre la cultura y TV3 y Catalunya Ràdio es pura coincidencia: si hay en estos momentos algún catalán cuyo comentario no sea “A ver lo que duran”, ése es Pepe Antich, director de El Nacional y aspirante a dirigir la nostra, cuyo mantra debe ser “¿Qué hay de lo mío, estimado Puchi?”
No se aprecia mucha alegría en el nuevo matrimonio de conveniencia. Y entre la población, ya ni les cuento, pues nadie espera nada más que un remake del desastre en que consistió la última cohabitación entre post convergentes y seudo republicanos, lo que podríamos definir como la era Torra. Si no hay bofetadas de aquí a la investidura, ya podemos darnos con un canto en los dientes. De momento, han conseguido salvar los muebles (y los cargos: 300 paniaguados de Junts x Cash peligraban si el partido se quedaba fuera del gobiernillo). Y calmar a la tieta de la ANC y puede que hasta a Lluís Llach, que ya puede despertar de su anunciada siesta para volver a decirnos que está mayor y la independencia le corre prisa (antes le volverá a crecer el pelo que asistir a la liberación de la patria, pero de ilusión también se vive, sobre todo si fabricas vino, pero no te lo bebes porque eres abstemio).
La oposición gruñe. ¿Qué va a hacer? ¿Qué le queda aparte del derecho al pataleo? El gobiernillo saca pecho y sigue con sus quimeras: el mandato popular del 1 de octubre (que ya veremos cómo lo interpretamos), el embat contra el estado (que no sabemos en qué consistirá), la confrontación inteligente (no sé qué hay de inteligente en pegarte con alguien más fuerte que tú) o el mítico 52% de independentistas que, según ellos, hay en Cataluña (aunque en las últimas elecciones la mitad de la población se quedara en casa y optase por la abstención). Sea lo que sea lo que se nos viene encima, no se prevén grandes sorpresas, más allá de las previsibles broncas y la inevitable tangana por ver quién es más indepe, quién gestiona mejor el embat y quién se muestra más inteligente en la confrontación con el estado opresor. En resumen, viene más de lo mismo y Cataluña proseguirá durante un tiempo más su viaje a ninguna parte. Al parecer, eso es lo que quiere el 52% del 50% de seres humanos que se tomaron la molestia de ir a votar en las últimas elecciones para que los obedientes servidores del mandato popular se tiraran tres meses repartiéndose cargos y monises en plena pandemia y plena crisis económica. ¡Ya tenemos gobierno! O algo parecido. A ver lo que dura la paz entre los Corleone y los Genovese…