Mañana Madrid vota y todo el mundo aguanta la respiración, porque la victoria de la izquierda es posible. Lo saben hasta en el cuartel general de los populares. Iván Redondo, el jefe de Gabinete del presidente del Gobierno, lo dejó claro cuando se convocaron las elecciones. Solo hay un 1% de posibilidades de ganar y hay que exprimirlas, dijo en aquellos días a Ferraz, al PSM y al candidato Gabilondo cuando tuvo que coger las riendas de una misión imposible. Enfrente, Miguel Ángel Rodríguez lanzado porque su candidata iba viento en popa devorando a Ciudadanos y a Vox, convirtiéndola en la líder del Partido Independentista de Madrid. Las dos estrategias se han puesto frente a frente. Una, la de Rodríguez Mourinho, una estrategia del siglo XX, frente a otra, la de Redondo Guardiola, más actual, más del siglo XXI.
Redondo Guardiola lleva un carrerón en el PSOE. Una moción de censura ganada, cinco victorias consecutivas, dos en generales, una en municipales, autonómicas y europeas, sin olvidarnos de Cataluña, donde tuvo el reconocimiento público del PSC. En Madrid todo ha sido otra cosa, porque el Partido Socialista de Madrid es otra cosa, no es el PSC. Un carrerón que le ha granjeado un buen número de enemigos que ven en la derrota la panacea para eliminar del tablero a la persona que sacó del ostracismo a un PSOE en descomposición en 2017.
El PSM lleva encadenando 26 años de derrotas, ha estado desaparecido como oposición en estos dos últimos años y su moción de censura a Ayuso llegó tarde. Si Madrid es villa y corte, el PSM es un ejemplo del que no es villano es cortesano. La influencia de Redondo, al que Pedro Sánchez le pidió que asumiera el reto, provoca recelos y envidias en un PSM que, con el inestimable apoyo de Ferraz, ha desatado un feroz ataque contra la campaña del candidato, para delicia de la derecha, que ase con fuerza las críticas del aparato socialista para socavar las escasas posibilidades de éxito de Gabilondo. Dicho de otra manera, los adversarios de Redondo en el PSOE están encantados de encontrar la piedra filosofal de culparle de la derrota madrileña. Son los mismos que se jactaban en marzo de presentar una moción de censura en Murcia de la que Redondo no sabía nada como se encargaban de remarcar a los periodistas que siguen las tribulaciones del PSOE. Santos Cerdán así lo reconoció en una entrevista en el Diario de Noticias de Navarra. El desaguisado de Madrid empezó en Murcia, una operación que las crónicas de aquellos días daban la paternidad a Ábalos, Lastra, el propio Cerdán y Félix Bolaños. Ahora, estos se han puesto de perfil y se afanan en conseguir su objetivo: cambiar el tablero de juego en torno a Pedro Sánchez y situarse en buena posición ante el congreso de octubre, aunque el cambio político empezó por una boutade de su ambición.
Los críticos de Redondo ya intentaron defenestrarlo en las generales del 19 acusándole de la repetición electoral –una memez sin más calificativos—, y son los mismos que afilaban los cuchillos el 14 de febrero en las elecciones catalanas. El ardor guerrero de Ferraz en esos comicios fue una intervención de José Luis Ábalos la noche electoral de un escaso minuto “para celebrar la victoria”. ¡Nadie lo hubiera dicho! Los ataques internos de Ferraz a la campaña han arreciado en los últimos días. El candidato cuenta con el apoyo de Redondo y su equipo, pero ni Redondo ni su equipo dirigen la campaña. Lo hace un PSM que tendría matrícula de honor si existiera una carrera de “confrontación interna”.
No es la campaña de Redondo, pero el jefe de Gabinete del presidente asume el reto, a petición del secretario general, Pedro Sánchez, de intentar vencer en campo contrario, con dos jugadores lesionados –el PSM y el propio candidato—, algunos jugadores pasando de todo para hacer caer al entrenador –sus enemigos íntimos—, los árbitros un poco caseros y el público –los medios de comunicación—, desatado en apoyo de una candidata prefabricada en FAES y moldeada por Miguel Ángel Rodríguez que hace de la confrontación su leit motiv y que le ha robado el discurso a la extrema derecha.
La campaña socialista ha intentado centrarse en ese 1% de posibilidades, en encontrar el resquicio que hiciera posible un cambio en Madrid. Un cambio inexistente desde hace 26 años, conviene recordar. Los socialistas asumen esta campaña con la gran debilidad de la herencia recibida, teniéndose que improvisar una campaña en poco más de un mes. Sin embargo, el 1% existe y puede dar mañana una gran campanada.
Un buen amigo, politólogo, me cuenta cuando le pregunto sobre ese 1%. La respuesta es rápida, “el objetivo del PSOE es ganar en votos y escaños como bloque de la izquierda y gobernar”, porque el PSOE por sí mismo no tiene la fuerza ni el empuje suficientes. Esta definición es fundamental para entender cómo se ha jugado el partido entre Redondo Guardiola y Rodríguez Mourinho. Estas son las claves de la coreografía de la campaña socialista.
Primera. Multipartidismo frente bipartidismo. El PSOE se ha presentado como el partido alfa de la izquierda interiorizando el multipartidismo y desde esa concepción ha trabajado por el crecimiento de las tres izquierdas, consciente de sus debilidades en algunos segmentos electorales intentando maximizar sus activos. Es decir, la única posibilidad de ganar se centra en fortalecer a las tres izquierdas bajo una premisa: no perder un solo voto, el que no lo consiga yo que lo consiga otra izquierda, para que sobre todo ese voto no se quede en casa porque cada voto cuenta. Así Gabilondo se ha presentado como el único que puede gobernar en serio, alejando la confrontación y la crispación. El único que puede ser alternativa a Ayuso. No hay más variables, o Ayuso o Gabilondo, y para lograrlo pone bajo su manto el conjunto de los votos de la izquierda, votes a quien votes, vota izquierda. Enfrente, la derecha se ha obsesionado con la mayoría absoluta, en un claro ejemplo de su concepción bipartidista. El PP ha jugado a quedarse con todo el espacio poniendo en peligro la representación de sus dos socios: Vox y Cs.
Segunda. La izquierda coordinada. Esta ha sido la máxima novedad en una campaña. No recuerdo un modelo similar desde la transición. La ausencia de ataques entre las tres izquierdas tuvo su broche de oro el Primero de Mayo con foto natural de las tres incluida. En los dos debates, y me atrevería a decir que desde el inicio de la campaña, se hizo de la fraternidad bandera para que cada izquierda se centrara en sus segmentos y públicos electorales, marcando los liderazgos de las tres formaciones y con una clara llamada a la movilización en una coreografía clara y coordinada.
Tercera. Abrir espacio a Podemos para que gane a Vox, para que la extrema derecha sea la última fuerza parlamentaria, de aquí que su actitud en el debate de la cadena SER reforzó el eje democracia-fascismo, para poner en evidencia el blanqueo de la ultraderecha por el PP y buena parte de los medios de comunicación. La izquierda no ganará si Podemos no gana a Vox.
Cuarta. Ciudadanos. La sala de máquinas de la izquierda madrileña era consciente de que Ciudadanos implosionaba y que su voto se iba mayoritariamente al PP de Ayuso. Sin embargo, la demoscopia detectó un cierto espacio de electores naranjas que no veían con buenos ojos el acercamiento a la extrema derecha. Desde el inicio de la campaña, Gabilondo ha buscado captar 21.000 votos –lo que vale un escaño en la Comunidad— que puede ser decisivo y, además, los votos que reciba Ciudadanos pueden desperdiciarse si no entra en la Asamblea y pueden llevar al PP a la derrota. Todo un ejemplo de win-win.
Quinta. Todos estos movimientos buscan la sorpresa, ese 1% de posibilidades de ganar la izquierda. La idiosincrasia de la Asamblea madrileña puede arrojar un empate electoral a 68 escaños. La izquierda ha jugado para dar la sorpresa con un 69-67. Algo que no ocurre desde hace 26 años con una campaña en la que han tenido todo en contra. ¿Puede pasar? Nadie lo reconoce en público, pero nadie lo descarta. Hasta Miguel Ángel Rodríguez me dijo el jueves “hasta el rabo todo es toro”.