¡Desintoxicación, ya! Si no queremos acabar con el camino realizado desde 1978, año de la Constitución, nos toca relajar el gesto y tender la mano. No podemos aceptar por más tiempo una Orden Negra eugenésica y xenófoba como Vox, montada sobre el odio al diferente y el ataque al débil; tampoco parece normal el futuro inconcreto de los que españolean por la Carrera de San Jerónimo, como lo hacía Espronceda, aquel poeta romántico mantenido por el marqués de Salamanca. El estallido del pasado viernes en el debate de la Ser empezó cuando Pablo Iglesias le exigió a Rocío Monasterio que condenara las amenazas recibidas por varios altos cargos o él se levantaba y se iba. Ella se negó, como estaba cantado y él polarizó el debate. Díaz Ayuso cambia el comunismo o libertad por el de democracia o socialismo y finalmente cristaliza su libertad a la madrileña. La muerte del ágora es un buzón postal en el que algunos buscan un problema para cada solución.
Los extremistas ven una España en descomposición donde los demás vemos la riqueza de la diversidad. La ideologización del mundo destroza la sensibilidad del ciudadano tolerante. Los que antes de hablar exponen su ideología entran en el túnel de lo preconcebido y anteponen la acción a la reflexión.
La falta de argumentos de Rocío Monasterio se traduce en puro clima. La crispación, un invento de la Grecia de Pericles, es un mal endémico de la política, no de la sociedad. Una minoría crispa y deposita su grito sobre el terreno abonado del malestar social de muchos. Y este veneno solo tiene un antídoto: “la ilustración de la ciudadanía”, afirma el filósofo Javier Gomá (Fundación March) en su libro Ejemplaridad pública (parte de una tetralogía, publicada en Taurus), a diez años de su primera edición. Para evitar la ilustración, la Inquisición condenó en el setecientos al afrancesado y reformador Pedro Olavide, pasto de la maledicencia popular --Olavide es luterano/ es francmasón, ateísta/ es gentil, es calvinista/ es judío, es arriano…-- cantada por las calles en estos versos de la inmundicia, como recuerda Mauricio Wieshental en Hispanibundia (Acantilado).
Es insufrible convivir con las cuatro balas y la navaja ensangrentada. Vox es interpelada y se defiende diciendo que lo de las balas y la navaja es un invento del Gobierno. Incalificable. ¿Por qué acusar antes de conocer? ¿Se utiliza el engaño de la víctima por pura justificación? Excusatio non petita, acusatio manifiesta, aunque nadie dice que Vox haya amenazado y menos yo, por supuesto. Y al otro lado, tampoco es de recibo una Facultad de Políticas de la Complutense --germen de Podemos-- en la que se suspende una conferencia del opositor venezolano, Leopoldo López, porque “crispa el ambiente”. Pues no; la altura democrática de la España constitucional no se lo merece. Cuando la derecha dura considera que el Gobierno de izquierdas es una anomalía, la izquierda radical reacciona prohibiendo la discrepancia. Ni lo uno ni lo otro.
“La polarización es oxígeno para Vox”, dice Luis Arroyo en el debate de Canal 24 Horas de Xabier Fortes. Y tiene razón. La paciencia y el aburrimiento de la democracia desesperan, pero solo la democracia liberal nos hace libres. Solo funciona aquel esbozo de Churchill en Zurich, recién terminada la II Guerra Mundial, cuando dijo que Francia e Inglaterra podrían ser un mismo país porque “comparten las reglas de la división de poderes”. Las actas de la UE han demostrado que aquel primer ministro, misántropo, ambiguo y raro, que estampó su eternidad en un habano, tenía razón. Sin embargo, el francés Charles De Gaulle, levantó entonces la bandera del nacionalismo --la perniciosa grandeur-- en señal de disconformidad.
La crispación nos infantiliza; es el fin de las formas, de las buenas maneras; extermina la educación que limita nuestros impulsos pasionales. El odio de los dirigentes ultras solo se merece la distancia de las formaciones democráticas. Admitimos la opinión, pero no la institucionalización de los antisistema. La opinión, se cual sea, está reconocida en la inclusiva Constitución del 78; se puede ser ultra y soberanista vasco o catalán, pero no se puede violentar la ley de bases de nuestra convivencia, como hicieron los 'indepes' en otoño del 17. Se puede ser xenófobo u homófobo (un oprobio ciego, digo), pero no se pueden lanzar proclamas en esta dirección desde un gobierno territorial o estatal. ¿Qué dirá Rocío Monasterio sobre sus temas incriminatorios (comunista, feminazi, criminal abortista, etc) en un gobierno de Díaz Ayuso? Opinar es lícito en la cámara legislativa o, en la calle, pero sobrepasar desde el poder ejecutivo los límites de la Constitución es otro tema. La autocracia no puede esconderse más tiempo detrás del centro derecha.
La democracia liberal de Churchill tiene sus fronteras y de ello existen ejemplos de sobras en Europa: Chirac, que no era ningún progre, le trazó una línea roja a Jean Marie Le Pen y Merkel, una demócrata cristina de firme conservadurismo en lo ético y estético, le cerró el paso a AFD, el partido nazi. La République y la Republica Federal marcan el camino que seguir. El eje franco-germánico predica con el ejemplo, y el dibujante de viñetas, Manuel Fontdevila, resume así la respuesta del sentido común, desde el otro lado del abismo: “entre ser demócrata y no serlo, no hay centro”.