Dícese que, en tiempos antiguos, el Oráculo de Delfos, lugar de culto dedicado al dios Apolo, era el lugar indicado donde personajes y mandatarios célebres de todo el mundo conocido, acudían para conocer su futuro. Incluso el rey Leónidas, el de los 300, estuvo allí antes de sucumbir en el paso de Las Termópilas.
El 14 de febrero último los ciudadanos de Cataluña fuimos convocados a las urnas para elegir a nuestros representantes políticos en una nueva legislatura. El resultado, como cabía esperar, fue esperanzador para unos y desilusionante para otros. Los datos son concluyentes, el partido más votado ha sido, tras casi dos décadas de incomprensible decadencia, el PSC con 652.858 votos, seguido por los partidos independentistas ERC con 603.607 votos y JxCAT con 568.002 votos. El resto, desde Vox hasta el PP, pasando por los anarco-independentistas de la CUP, rondan en una horquilla variable entre los 217.883 votos y el que menos 109.067 votos.
Cerrado este apartado, de nuevo, volvemos a preguntarnos, ¿Y ahora qué? Respuestas hay para todos los gustos, depende de a quién se le pregunte; sin embargo, algo está cambiando en esta sociedad y en sus representantes políticos o en parte de ellos, bien sea por hastío o por convencimiento. De entrada, parece ser que el desencanto de la ciudadanía va en aumento pues, aunque 2.939.597 ciudadanos ejercieron esta vez su voto, incluidos los nulos y en blanco, otros, 2.494.382 ciudadanos, la llamada abstención, decidieron quedarse en casa.
Pasado algún tiempo, volvemos a la parodia de interpretación de resultados, esta vez en el ámbito parlamentario, donde hemos podido comprobar; por un lado, el fracaso de un modelo de gobierno obsoleto que se aferra a un objetivo inalcanzable, la ruptura de España, a costa de hundir la convivencia social, con la ayuda de los anarco-independentistas; y por el otro, el resurgir de un nuevo liderazgo socialista ganador de las elecciones, cabeza visible del denominado sector constitucionalista, que junto con otros partidos, desde Podemos hasta la extrema derecha representada por Vox, nos guste o no, forman el contrapeso a la vorágine secesionista. El desánimo en la sociedad catalana está servido y pocos hay que auguremos una salida positiva a este bucle en que nos encontramos.
Llevamos más de dos siglos y cuatro guerras civiles, si contamos las carlistas, fermentando y envenenando cada vez más a una sociedad, la española, y una parte de ella, la catalana, que ninguna de las dos se lo merece. Hasta ahora, y más en el último siglo, hemos optado por el sistema que ya el filósofo Ortega y Gasset lo mencionaba como la “conllevancia”, o sea, dos sociedades diferenciadas en connotaciones lingüísticas y culturales que se complementan bajo el pacto no escrito de “vamos a llevarnos bien”. El fracaso cada dos o tres generaciones estuvo servido, llegando al conflicto en la mayoría de las ocasiones con un final traumático. No obstante, quien sea asiduo lector orteguiano habrá notado que, en sus escritos, el filósofo nos enseña el camino hacia una posible solución al problema teniendo como principio que las sociedades modernas, aunque convivan en un mismo territorio y, a pesar de existir entre ellas un hecho diferencial como describía Maragall, siguen desarrollándose en constante dinamismo y no evolucionan por el simple hecho de estar juntas sino ¡cuando hacen algo juntas! y sus objetivos son comunes.
Estamos viendo que Europa, aquella por la que Josep Borrell y tantos otros hemos luchado, se va descomponiendo política y socialmente tras el reto de la pandemia por sus egoísmos antagónicos que ya creíamos superados. Este es un reto que conseguir por todos. Es el momento de demostrar que Ortega se equivocaba al afirmar que “ser de izquierdas es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser imbécil”. Es el momento de aceptar que la clase política actual, reflejo de nuestra sociedad, arrastra con su fracaso a una desconexión con la realidad social. Por tanto, debemos dejar a nuevos interlocutores que reanuden el trabajo efectuado antes de ese alejamiento y que, con un nuevo enfoque, reanuden la búsqueda de objetivos comunes donde todos podamos encajar en lo posible. En esta tarea, intuyo que Salvador Illa, como líder de la oposición anti independentista está por la labor. Su posicionamiento sobre el cumplimiento de las leyes vigentes en defensa de las instituciones y de la Constitución lo demuestran. Ha comenzado un camino sin retorno tras años de ambigüedad identitaria y tiene claro que líneas rojas no se deben traspasar, una revolución tranquila que espero nadie la detenga.
Los errores deben corregirse. No tiene sentido que un partido ganador con más de 40.000 votos con respecto al segundo, ni siquiera pueda contar para formar gobierno. Es un fraude electoral a los que votaron mayoritariamente. Lo mismo añado a la proporcionalidad de votos por escaño. Estamos en la era digital y las distancias territoriales han dejado de tener la importancia anterior. También es necesario flexibilizar y modernizar lo que todos conocemos como la Ley de Inmersión Lingüística, respetando los derechos de los hablantes, tanto en catalán como castellano, defendiendo una escuela común sin separar por razón de lengua, aunque, eso sí, rehuyendo de la estrategia de entender la lengua catalana como el centro de gravedad del sistema educativo y de comunicación pública. La lengua sirve para entenderse, no para diferenciarse.
En estos días, se cumple un año desde que se dio la alarma por la llegada de un intruso viral que nadie esperaba pero que, sin ser invitado, entró en nuestras casas, en nuestras vidas, arrasando todo lo que venía por delante. Pasado un tiempo, comienzan a proliferar aquellos personajes conocidos a lo largo de la historia de la humanidad, que sin tener una idea o solución clara de lo que hablan, se atreven a pronosticar cómo será nuestro futuro. Son los llamados “sabios ignorantes”. Ante esto, no queda otro remedio que luchar contra ellos antes de que nos arrastren con sus predicciones. Si Biden y la sociedad norteamericana han podido derrotar al mal ¿Por qué no podemos nosotros? Como dicen los sabios, sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender, aunque parezca que eso es un lujo específico del intelectual, por eso, siempre se ha de estar mirando el mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Y si eso no funciona, solo deseo no verme en la tesitura de pedir a estos políticos endiosados en su verdad que suban el monte Parnaso para encontrar la inspiración perdida, y que tengan la suerte que yo no tuve, de captar la atención de la Pitonisa en la búsqueda de una respuesta que satisfaga su curiosidad de ¿qué quieren ser de mayores?