“Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”. Lo cantaba La Lupe, intérprete de boleros de origen cubano que triunfó en Estados Unidos. Pedro Almodóvar recupero la canción para la banda sonora de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Y así nos tienen: al borde de una crisis nerviosa. Podríamos parafrasear la letra de la canción y decir, aludiendo al espectáculo político: “teatro, lo suyo es puro teatro”. En tiempos de hostilidad múltiple, todo es posible: que haya Govern cualquier día de estos o que caminemos hacia nuevas elecciones. Paciencia: es lo que hay.
Algo pasa en un país donde las declaraciones de Rocío Carrasco alcanzan casi cuatro millones de espectadores y más de un 33% de audiencia, cuando no mejora el estado epidemiológico, se demora el inicio de la recuperación económica o llegan ecos alarmantes sobre los fondos de recuperación europea. Puede hacer pensar que tiene una inmensa pedrada en la cabeza. Veámoslo como un síntoma del limitado interés o la elevada desafección que suscita la vida política.
Vivimos en un permanente reality show que los medios informativos nos brindan en hora de máxima audiencia. Cuando acaba la función o la tournée, los integrantes de la troupe se buscan la vida dónde pueden. Un cómico, al margen de la calidad que cada cual pueda atribuirle, cambia de obra cuando otra se acaba. ¿Por qué tanto ruido con Toni Cantó? Es puro teatro, normal: cada cual hace lo que puede, de espectáculo en espectáculo o de show en show. La vida política, bascula entre el vodevil y el esperpento. Nada es predecible, todo queda al albur de quienes tienen el deber de gestionar nuestros destinos.
Quién sabe: quizá mañana se inmortalice un acuerdo ya cerrado hace días, incluido un paquete de cargos de segundo nivel para los cuperos, con Cataluña convertida en una birria y España, bueno, el resto, en una piltrafa. Incluso con una legislatura con fecha de obsolescencia programada. Lo ha dicho la CUP y punto redondo: dos años de Govern y moción de confianza para determinar como se revientan las costuras del Estado. Con un candidato a presidente, Pere Aragonès, ahora convertido en nen barbut y con una imagen juvenil de pánfilo mofletudo y paniaguado que parecía pedir a gritos un solemne sopapo. Aunque solo sea por su recalcitrante empeño en tratar de convencernos de que el suyo será un Govern de izquierdas. Ahí está su acuerdo con los anticapitalistas como gran coartada para quien desee creérselo. Incluso oímos hablar de un independentismo de izquierda y otro de derecha.
Quizá el pragmático aspirante esté dotado de habilidades desconocidas que tal vez se revelen para manifestar una capacidad de gestión ignota. Eso sí, gracias a un pacto de seguimiento de la acción del Govern “con una vertiente pública y otra más discreta”. ¿Ocultan algo? ¿Cómo se conjuga lo público y lo discreto? Hay mucho a repartir: más de quinientos puestos políticos en la administración: consejeros, directores generales, cargos de confianza u organismos dependientes. Debe ser la explicación de que el candidato insista en que quiere algo más que un intercambio de sillas, sino un “Govern fuerte”. Amén.
Mientras los republicanos, velan armas en torno al fuego sagrado de su acuerdo con los cuperos, los chicos de Waterloo hacen el paripé poniendo en escena Un Govern per fer, un Govern per ser, con libreto del maestro Puigdemont interpretado por Jordi Sànchez trinando que le gustaría “encarar un programa de gobierno sólido”. Con medio censo instalado en el hartazgo, una mayoría social inexistente y un Consejo de la República, especie de gran hermano y engendro de gobierno paralelo quebrantando la estructura institucional de la Generalitat, ¿alguien puede entender algo?
Está de moda adjetivar a los gobiernos: fuerte, sólido, serio aunque soso, de gestión... Parece que nos tomen por idiotas. ¿Acaso tenemos que pensar en gobiernos de broma y sin voluntad de gestionar? Visto lo visto hasta ahora, cualquier disparate es posible. Tras las semanas de despropósitos que llevamos, cualquier cosa es verosímil. Todo empezó con el esperpento de Murcia. Aunque cualquiera puede imaginarlo, nadie ha explicado quien fue el responsable del desaguisado que siguió y tampoco se atisba a entrever quién pagará los platos rotos. Incluso en Castilla y León apostaron los socialistas por un dispuesto funcionario del partido, Luis Tudanca. Absurda circunstancia: la tudanca es una raza de vaca autóctona de Cantabria en peligro de extinción. Más o menos, parecido a como están el PSOE o el PSC, que algunos burócratas pueden dejar como un erial.
Pura coincidencia: mañana, el mismo día en que el candidato republicano a President se somete de nuevo a la investidura del Parlament, Pablo Iglesias se despedirá del Gobierno, quizá con lágrimas de cocodrilo y risita floja bajo la mascarilla de sus colegas del consejo de ministros tarareando aquello de “Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla…”. Una canción que el colombiano Cuarteto Imperial empezaba “con alegría y con afán”. ¡Qué será de nosotros sin el aspirante a tocar el cielo!
Pero ¡que no decaiga la fiesta! El oráculo ministro de Universidades --que existe aunque no lo parezca--, Manuel Castells, deja un apocalíptico titular para la historia: “Si este gobierno colapsara, que no lo hará, España se desintegraría”. Cosas de la transparencia: lo dice el ministro que más patrimonio declara; probablemente fruto de un esfuerzo ahorrador y una afanosa vida laboral. Sinceramente, no creo que tal patrimonio sea fruto de una acumulación intensiva de capital durante este penoso año de Gobierno Frankenstein. Aunque, viendo la lista, parece que no pueda decirse lo mismo de todos. Es lo que tiene la farándula.