Si G.K.Chesterton, el ‘príncipe de las paradojas’, levantara la cabeza, estaría satisfecho. Los avatares de la política catalana supondrían para su creación literaria una fuente de inspiración fuera de lo común, extraordinaria. Seguramente no le pasaría inadvertida una administración regional europea deseosa de mandar al espacio --desde Rusia con amor-- un nanosátelite. También le causaría una cierta perplejidad el obcecado intento de un nanopresident de la Generalitat, llamado Quim Torra, por lograr un trending topic en twitter arropado por Pilar Rahola. Incluso me atrevería a decir que al creador de El hombre que fue jueves le costaría establecer una narración constructiva a partir del rostro rubicundo de Torra, o del flequillo desarreglado de Carles Puigdemont.
Pero más allá de estas nimiedades, lo que realmente dejaría boquiabierto al escritor británico, sería comprobar que un grupo de anarco-nacionalbolcheviques liderado por Dolors Sabater, obtiene sus mejores resultados electorales en los barrios acomodados de las ciudades. Y por si ello fuera poco descubrir, a partir del CEO, que los votantes de esa formación radical son los que tienen contratados el mayor numero de seguros privados de salud y planes de pensiones. Paradoja digna de Chesterton el contraste entre el ideario anticapitalista que defiende la CUP --contrario a la liberalización de los servicios y favorable a la nacionalización de los mismos-- y la realidad. Esos que, tras leer a Proudhon afirman que la propiedad es un robo, son los mismos que habitan en esa zona de confort que solo poseen los vástagos de las élites. La señora Sabater, por ejemplo, podría ensayar sus propuestas alternativas en alguna de las fincas rústicas que ha declarado ante el registro del Parlament.
Y ¡Oh paradoja! El bueno de Chesterton podría narrar que el líder de Vox, la formación más carca y reaccionaria de la cámara catalana, es un tal Ignacio Garriga personaje de escaso peculio y casi insolvente económicamente. Curioso, y digno de estudio, el fenómeno de la posesión de la riqueza ahora que ya no está de moda hablar de la lucha de clases. A más de un apoltronado le conviene reducirlo todo a una cuestión patriótica e identitaria; o a la simple y maniquea dicotomía de ‘los de arriba y los de abajo’. Pero desde el punto de vista estrictamente político, el contrasentido más escandaloso es la intención de Laura Borràs de reformar el reglamento del parlamento catalán. Su empeño por conseguirlo es un intento, in extremis, de blindarse ante los procesos judiciales anticorrupción que la acechan. Paradojas hay todas las que quieran. Por ejemplo, ahora resulta que muchos antiguos votantes de edad avanzada del partido del 3% se han hecho adictos a la independencia exprés; eso nos lo explica magistralmente el politólogo Oriol Bartomeus, al tiempo que, desde Junts, su candidata nos dice que son de izquierdas de toda la vida (sic).
Se da la circunstancia también, que los contrarios a los eventos taurinos en el pleno del Parlament, cuando viajan a les Terres de l’Ebre, callan y otorgan etc... Pero G.K.Chesterton --hombre juicioso que basaba sus argumentos en la razón, la experiencia, la sensatez y la historia-- no comprendería, a día de hoy, cómo se intenta desplazar hacia los márgenes a la fuerza política más votada en unas elecciones democráticas. Y todo ello ocurre mientras los segundos clasificados se enzarzan en una guerra sin cuartel por conseguir la hegemonía en su espacio ideológico. Los independentistas, incapaces de articular una propuesta político-social coherente, se chantajean y siembran el desconcierto tanto en la gestión gubernamental como en la economía del país. No me atrevo a aventurar qué va a pasar en Cataluña a lo largo de los próximos meses, pero les vaticino que se aproxima una época de inexplicables paradojas e incongruencias. ¿La última? Negar a los Mossos d'Esquadra los mecanismos necesarios para ejercer con seguridad su misión de garantes del orden público.