A lo peor, que nunca se sabe, el próximo fin de semana tenemos un nuevo Govern. Eso sí: sin que sepamos para cuánto tiempo ni para qué. Total, la sorpresa acecha tras de cada esquina y nunca sabemos cuándo es mejor o peor. La modernidad líquida, la vida en tiempos de incertidumbre, es ya una antigualla. Tanto como aquello del estudio concreto de la realidad concreta, porque ésta tiene interpretaciones diversas según el cristal ideológico con que se mire. Lo mismo que nadie se afiliaría a un partido cuyo futuro estuviese vinculado a un eclipse de luna porque es ajeno a la voluntad humana. La única certeza es que la realidad siempre supera a la ficción. Ahora, los tiempos ya no son ni raros: son simplemente nanos. Estamos en una época infinitesimal.
Jamás hubiera imaginado Luis García Berlanga una comedia tan histriónica como la actual vida política. Ni Luis Alcoriza en cualquiera de sus mejores días con Luis Buñuel. Y eso que los unía un peculiar sentido del humor. Esta es una época impredecible para el instante siguiente. Todo es nano prefijado: atrapados en la nanopolítica. Tuvimos una nanorepública catalana de unos segundos; contamos con un nanoaspirante a president de Cataluña; vamos camino de ser un nanopaís donde el PIB cayó un 11’5%. Hasta estamos viviendo el ridículo de un nanosatélite llamado Enxeneta con el que comienza la carrera espacial catalana cuyo lanzamiento se suspendió el sábado por un "aumento de voltaje", lo que vulgarmente se llamaría un calentón. Tal vez salga disparado hoy mismo desde Kazajistán por ganas de perder esto de vista, más que por razones tecnológicas. Puede que esté gafado. Al final, resultará mucho más realista aquella película de El astronauta protagonizada por Tony Leblanc camino de la luna.
Con tanto entretenimiento, ¿para qué vamos a preocuparnos por otras cosas? Y, después de la semana que hemos tenido, lo mejor es pensar que todo es posible. La velocidad es de vértigo. ¿Alguien se acuerda ya de aquello del Barçagate? Siempre lo superará la realidad. No hay más que fijarse en el FC Barcelona: alguien podrá corregirme, pero no recuerdo toma de posesión alguna de su presidente a la que asistiera o asistiese el president de la Generalitat o del Parlament de Cataluña. Pero los tiempos adelantan que es una barbaridad, como las ciencias de las coplas de Don Hilarión y Don Sebastián en la zarzuela La verbena de la paloma. Pues nada, allí teníamos en Can Barça el otro día al nanocandidato Pere Aragonès y la megapresidenta Laura Borràs respaldando al avalado --aunque sea por alguien que confiesa importarle un bledo el fútbol-- nuevo titular del club, Jan Laporta. ¿Por qué? Vaya usted a saber. Total, da igual. Pero, por algo será y ya se verá.
Al final, normalmente, las deudas acaban pagándose. Y llevamos una temporada en la que esto parece un mercado persa. Jaume Roures seguro que está convencido de que Jan Laporta le debe una; como Ada Colau se lo debe a Manuel Valls que nos ha dejado un regalito impagable, o a Jaume Collboni, por incomparecencia; o el nanoaspirante Pere Aragonès al enjaulado Oriol Junqueras. Isabel Díaz Ayuso, más conocida por el acrónimo IDA en la intimidad, lanzó aquello de “España me debe una” cuando Pablo Iglesias decidió inmolarse cual bonzo renunciando a la vicepresidencia del Gobierno en aras de salvar al partido que creó y va camino de demoler. Ignoramos si lo hizo siguiendo aquello de “pensar rápido, pensar despacio” del Nobel Daniel Kahneman. De hecho, con alma de destrucción masiva, se ha mutado en un Saturno cualquiera que devora a sus hijos. Todo sea en aras de mantener viva su verborrea demagógica y populista trufada de deslealtad a su socio de gobierno. Quizá, con el tiempo, acabe de entender, como aprendió el viejo sindicalismo, que lo mejor es siempre lo posible; sobre todo cuando hay que negociar y transaccionar.
Ahora bien: no se preocupen y tómenlo con mucha paciencia: cuerpo a tierra que arrecia la marejada. Ahora, la vista está fijada en Madrid. El que quiera, podrá ver una campaña en torno a las palabras y encuestas, muchas encuestas. Será la lucha por el 69, todo un universo simbólico que supone la mayoría absoluta en la comunidad madrileña. Además de un profundo dilema entre deseo y realidad. Pero todo acaecerá al margen de las necesidades de los ciudadanos, sus problemas y angustias, cada vez más alejados de la clase política, que no de la política. Normal, con solo escuchar un pleno del Congreso cuando hay sesión de control los miércoles como expresión de la nanointeligencia política. Más bien podríamos decir de descontrol: una verdadera jaula de grillos en donde sería recomendable cerrar la cafetería para eludir las estupideces de los adoradores de los dioses Dionisio o Baco, según la ascendencia griega o romana.
Llega un momento en el que no sabemos que es mejor: soñar o vivir. Resulta que lo fundamental es esperar a ver qué ocurre en Madrid. ¿Se acuerdan de la mesa de diálogo? Aquella en la que debían sentarse el Gobierno y los absurdamente llamados pragmáticos de ERC. ¿Y los indultos? Ya no habla de ello ni Miquel Iceta, y mejor que siga callado. Mientras tanto: inacción nanopolítica. Eso sí, mientras la CUP marca la agenda catalana, la capital del reino que siempre fue una gran caja de resonancia, vuelve a emitir ecos de adelanto electoral en otoño: pura especulación. Moncloa decidirá a partir del 5 de mayo. Total, llevamos cuatro elecciones generales en cinco años; no viene de una.