Silencio, se rueda. Un vicepresidente y ministro del gobierno aparece en la mesa de su magnífico e impoluto despacho. Ataviado con una camisa blanca y respaldado por la bandera nacional y europea, comienza su alocución. Es un actor, no es una rueda de prensa. Es una grabación para ser distribuida por las redes sociales, sin preguntas que incomoden. Para dar sensación de seguridad y convicción, el actor/vicepresidente no muestra ninguna carpeta en la mesa. Causa algo más que extrañeza que en el despacho de un ministro no se atisbe ningún papel que sugiera que en ese espacio se trabaja. Ni al político ni a sus asesores se les ocurre pensar que una camisa blanca y la ausencia de un signo de laboreo potencia aún más la aureola de vagancia y de niñato caprichoso que rodea al vicepresidente. Su antigua amiga Teresa Rodríguez lo ha confirmado: el líder de Podemos es un irresponsable, para quien gobernar es lo de menos.
A Pablo Iglesias no le ha importado lo más mínimo que el Presidente del Gobierno no estuviera en España. Y le ha importado aún menos el republicanismo del que tanto alardea. Su declaración ha oscurecido el homenaje a don Manuel Azaña que, con casi honores de Estado, le hicieron ante su tumba Emmanuel Macron y Pedro Sánchez. Y para colmo de trilerismo político, el vicepresidente designa a su sucesora, en un alarde de frivolidad y desprecio hacia la Presidencia del Gobierno y la ciudadanía, a la que sólo se le invita a aplaudir o a contemplar su espectáculo codo con codo con el Gran Wyoming. Como si protagonizara un capítulo de su admirado Juego de tronos, el macho feudal designa, espada en mano, a la hembra que ha de continuar su magna e imaginaria obra.
Y para completar el Esperpento Nacional “¡España me debe una!”, declamó Isabel Díaz Ayuso. Dicho de otro modo: “Pa’ chula yo”, como si gobernar fuera bailar un chotis. La presidenta madrileña se ha erigido en una nueva heroína, una Agustina de Aragón reencarnada, una política mediocre que aprovecha una determinada coyuntura para incentivar la pasión y disparar su cañón con la convocatoria de unas elecciones, con las que sólo busca rentabilizar de manera rápida su oposición a la errática gestión que el Gobierno central ha hecho de la pandemia. Gobernar es lo de menos.
Este bochornoso deterioro de la política evoca el tópico de la dos Españas goyescas: los españoles a garrotazos mientras se hunden en el fango o en sus propias heces. Da lo mismo que sea una visión demasiado simple de una realidad mucho más compleja, pero es innegable que es una imagen que conviene y deleita a personajes como la hispanófoba Laura Borràs. Es sabido que la última convocatoria de elecciones en Cataluña no fue resultado de la inhabilitación del ínclito Torra, sino como consecuencia del manoseo que del gobierno autonómico hacen los partidos separatistas. Las destructivas parejas Forcadell-Puigdemont y Torrent-Torra han asegurado su continuidad con Borràs-Aragonés: el supremacismo y el totalitarismo que practican es idéntico. El engaño a su parroquia ha sido mayúsculo. Para repetir el mismo baile no era necesario convocar las elecciones. Gobernar era y es lo de menos, lo importante es oxigenar el esperpéntico procés.
El espectáculo continúa con estos mediocres actores en los circos políticos de Madrid y Barcelona. La tragicomedia murciana ha quedado como un ridículo entremés protagonizado por Ciudadanos. Ha pasado casi un siglo y el tiempo parece dar la razón a don Santiago Ramón y Cajal quien, a la propuesta del presidente Moret para que fuese el ministro de Instrucción Pública, respondió: “¿Ministro yo? Mire, don Segismundo, tengo mucho trabajo, no salgo de aquí, no voy siquiera al café. Le aseguro que no me queda tiempo para perderlo en tonterías”.