En tiempos de trinchera frentista, de “ni olvido ni perdón” (desde ambas trincheras), de hispanofobia y catalanofobia, pocos son los que se atreven a reflexionar con justeza y mesura sobre lo que nos está ocurriendo a los catalanes con eso del procés.
Lo hace Roberto Fernández Díaz, prestigioso académico, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Lérida, en Combate por la concordia. Cataluña en España, un fututo común (Espasa, 2021). No es un libro más en la frondosa literatura sobre el procés, es una reflexión objetiva, ecuánime, sobria, rigurosa y realista. Es un libro más que necesario.
De entrada, llama a los secesionistas compatriotas catalanes, con un argumento de peso: se han equivocado profunda y gravemente, dividiendo a los catalanes y dañando a la misma catalanidad, pero sus errores no los privan de la condición de catalanes, de compatriotas nuestros. Evidencia con ello la abismal distancia ética que le separa de los ideólogos secesionistas, para los que los no independentistas somos malos catalanes (por no asumir la “causa”), traidores (cuando nos oponemos a los desastres del procés) o, la peor de las denigraciones --según ellos--, somos (sólo) españoles, con toda la connotación despreciativa con que cargan el término, queriendo despojarnos así de la condición de catalanes.
La obra es densa y completa. Examina desde distintos ángulos la gestación del procés: Jordi Pujol impulsó la reconstrucción de Cataluña oponiéndola a España, mediante una nacionalización (forzada) de la sociedad catalana, pudiendo haberlo hecho en y con España --en la larga Transición no hubo un rechazo de Cataluña, al contrario--. Después llegó el vendaval independentista y la definitiva apropiación sectaria de las instituciones de la Generalitat, de sus recursos y de sus medios, entre los que destaca TV3, que ha contribuido metódicamente a la división de la sociedad catalana.
Fernández lo desmenuza y analiza todo, la creación del odio contra España, las narrativas del procesismo, el secesionismo económico de las clases medias pudientes, el supuesto expolio fiscal, la nociva división de los catalanes, la manipulación de la historia, el papel de los intelectuales (que se inhibieron ante el procés o apostaron algunos por él) y de la Iglesia montserratina (que bendijo el procés, “Ser independentista no es pecado”).
Tampoco deja pasar la calculada ambigüedad de Pujol, que nunca se declaró abiertamente independentista, es cierto. Optó, en lugar de por el ius sanguinis, por el ius soli (“Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña”) y sentenció que “Ser catalanes es nuestra manera de ser españoles”, pero al contraponer conscientemente Cataluña a España sentó las bases ideológicas y culturales del independentismo.
Fernández aprovecha para señalar la diferencia entre catalanismo e independentismo. El catalanismo hispánico, del que se considera un convencido partidario, nunca ha propugnado la separación de España y ha participado de la idea de España como patria común. El independentismo no es el inexorable corolario final del catalanismo; éste es, precisamente, lo opuesto a aquel, por eso los secesionistas tratan de desarraigarlo. Donde hay catalanismo hispánico no cabe el independentismo.
Como historiador se detiene con ganas en la denuncia de la aberrante manipulación de la Historia que han practicado los ideólogos del secesionismo, desde la interpretación épica y embustera de 1714 hasta la patética ridiculez de los que sostienen que fueron catalanes Colón, Cervantes, Teresa de Jesús, los hermanos Pizarro o Hernán Cortés, entre muchos otros.
Una de las apreciables aportaciones de Fernández es el saneamiento conceptual: no estamos ante un conflicto de Cataluña con España, sino ante el conflicto de los catalanes secesionistas con los catalanes no independentistas y de aquellos con el resto de los españoles. Es una constante de los secesionistas “ser” (ellos) Cataluña (“Cataluña no tiene Rey”, vociferan), y considerar el procés como la realidad insoslayable de Cataluña entera e ignorar (sistemática y agresivamente) a todos los catalanes no independentistas.
Fernández sostiene sus tesis demoledoras sobre el procés con maneras discursivas de guante blanco, manifestando su consternación por el daño causado a Cataluña, pero sin acritud, lo que resulta mucho más efectivo que la crítica de brocha gorda y el sarcasmo.
Imposible resumir la sustanciosa amplitud de la obra, valgan dos consideraciones a modo de conclusión.
En el fondo, el profesor Roberto Fernández dirige una carta-libro a los compatriotas secesionistas, invitándoles a compartir la reflexión sobre lo ocurrido, en una búsqueda apasionada de la concordia perdida. Sus propósitos y propuestas --“un desiderátum reformista esperanzado”, lo titula-- no son ingenuos, sino animosos.
Sabe (sabemos) que los dirigentes secesionistas, que viven políticamente del procés, son irreductibles e irreformables, pero muchos de sus seguidores pueden ser sensibles a la honestidad intelectual y al ofrecimiento de concordia. Por eso, afirma, no cejará de porfiar en las tres “C”: conciliación, concordia y cohesión social.
Y, por último, nos hace lamentar que no haya salido de las filas del ideologismo independentista (por imposibilidad ontológica) un libro de una honradez y calidad equiparables a las de la obra de Roberto Fernández.
Si hubiera que hacer una observación constructiva al libro sería la de que incorporara un juicio sobre la legitimidad de las “ilegitimidades” del independentismo.