Se ha convertido en un tópico afirmar que ERC es un partido de izquierdas, lo repiten sus voceros y le siguen la corriente políticos, opinadores y tertulianos de diverso signo y condición. La idea central de esta organización la resumió muy bien su líder Oriol Junqueras a una pregunta de la periodista Ana Pastor, pasada la jornada electoral. Después de repetir por enésima vez que su proyecto de gobierno era imponer su República, fue interpelado por alguna medida de izquierdas que implementar y respondió: República. El error no estuvo en la respuesta sino en la pregunta.
Es muy común esa equivocación. Muchos consideran todavía, pese al tiempo transcurrido, que la subida al poder del Tripartito en diciembre de 2003 fue un triunfo de las izquierdas que trajo consigo cambios en la manera de gobernar Cataluña, tras la hegemonía pujolista y el escándalo del 3%. En la práctica no se produjo tal cambio porque en la Generalitat se instaló una coalición nacionalista que puso en manos de ERC ingentes cantidades del presupuesto público destinadas a un mayor control de los medios y la educación, fue un impulso aún mayor para el proyecto identitario iniciado por Pujol. ¿Cuánto dinero que debía haberse destinado a favorecer los derechos de los trabajadores o a la mejora de los servicios públicos fueron empleados en afirmar que Cataluña era una nación oprimida por el malvado y centralista Estado español?
No ha de extrañar que, cuando esa coalición naufragó, el testigo independentista lo retomasen los herederos convergentes. Se inició la desbandada en el seno del PSC y de Iniciativa en busca del calor identitario del poder. ¿Cuántos estómagos agradecidos de estas formaciones están ahora en ERC o en JxCat? Fue una salida masiva de independentistas del armario.
Una de las diferencias entre la derecha y la izquierda es que mientras la primera cree en una política que busque el beneficio económico inmediato para los ciudadanos sin preocuparse demasiado del reparto ni de su impacto ecológico, la segunda apuesta por un proyecto a largo plazo en el que la redistribución de la riqueza y la conservación del entorno han de generar un mejor bienestar de la sociedad. En este sentido, el nacionalismo parece ser de izquierdas puesto que su proyecto identitario busca, a medio plazo, construir un Estado acorde con su imaginaria nación que ha de mejorar las condiciones de sus creyentes o agnósticos afines. Una vez alcanzado ese horizonte de independencia se supone que aplicarán los aspectos secundarios de su ideología, sea conservadora, liberal o progresista.
Si nos atenemos a las prioridades de las distintas fuerzas políticas, no se debería mezclar nacionalismos con izquierdas o derechas. ERC, JxCat y CUP están condenados a entenderse por que los fundamentos de su credo son los mismos: nación y separación. Tienen en común con Vox la esencia nacional de su ideología, pero les distancia el matiz, en este caso unidad frente a separación. Forman parte de la misma ecuación, aún más, Vox es la respuesta españolista al separatismo catalán. Se necesitan. Unos y otros son, por encima de todo, fuerzas ultranacionalistas, no son de derechas o de izquierdas. Si leemos sus programas electorales se puede comprobar que anteponen su nación --una, grande y libre-- por encima de todo lo demás. Llamarlos de izquierdas o fascistas es hacerles un favor.
Harían bien las izquierdas y las derechas --y los centros si los hubiere-- en no mezclarse con los nacionalismos, aunque estos los necesiten para blanquear su sesgo más que reaccionario, autoritario. Es lo que, por ejemplo, estos días ha intentado ERC con los podemitas catalanes. Cualquier pacto de gobierno con nacionalistas es ceder el bien común al antojo insaciable de grupos insolidarios y sectarios. Si ERC es de izquierdas es porque es una izquierda fantasma, existe porque no se ve.