Volvemos a la casilla de salida: a ver quién arregla esto. Pasarán días antes de que sepamos quiénes y cómo gobernarán nuestros destinos. Al menos para la mitad de los votantes, la palabra que mejor definiría la situación es “tristeza”. Para este viaje no hacían falta alforjas. Si no se hubiesen celebrado las elecciones, tampoco habría pasado nada, salvo liquidar a Ciudadanos y dar entrada a Vox, a quien --por cierto-- se le ha votado aquí, no en Madrid. Quizá sea todo fruto de una inclinación a la parodia. Lo único claro, de momento, es la victoria apabullante de la abstención: la más alta de la historia democrática reciente de Cataluña. Algunos, los que tomen las riendas de la comunidad cuando sea, deberían reflexionar sobre la declaración de desconfianza que ello representa.
A la espera de la confirmación de resultados por la Junta Electoral y al margen de las combinaciones especulativas de sumas posibles, hay algo fundamental: quién gana en votos y quién en escaños, tanto a nivel general como por bloques. En primer lugar, porque ya hace días que en ERC se debatía este espinoso asunto de cara a un eventual renovado acuerdo con JxCat para saber quien encabeza el Govern y cuál es el reparto en el mismo; sin olvidar el presidente del Parlamento que deberá hacer las consultas pertinentes para proponer un candidato a la presidencia de Cataluña. En segundo lugar, porque es decisivo conocer si el independentismo suma más del 50% de los votos, admitido por supuesto que lo harán en escaños. En esa situación sería mucho más complicado que ERC optase por algún tipo de tripartito que rompa el bloque independentista, con lo que seguiremos con la matraca de dejar de ser independentistas para ser independientes.
Es complejo aventurar el futuro en una comunidad en donde se da una llamativa situación: la gran mayoría de ciudadanos (entre el setenta y el ochenta por ciento según los estudios) se declara de izquierda. Apenas el 9’7% se dice claramente de derechas porque está mal visto. Se trata de un posicionamiento que, de forma simplista, se asocia al catalanismo y el independentismo en cualquiera de sus manifestaciones; mientras que la derecha se identifica con el centralismo e incluso con el franquismo. Es una paradójica situación en la que el ascenso de Vox, convertida en cuarta fuerza política en Cataluña, beneficia al independentismo porque representa el españolismo más rancio y la derechona más auténtica; pero también beneficia a La Moncloa que se ha encargado de dar cancha a esta formación: simplemente para fundir al PP a nivel estatal.
Tomando como referencia un eje identitario, a un lado queda ERC y al otro el PSC, por citar los dos partidos mayoritarios, con los Comunes manteniendo un pie en cada sitio. Ahora bien, la situación del auto posicionamiento político se ha agudizado especialmente en estos últimos veinte años debido a la acelerada polarización vivida, sobre todo desde que Artur Mas se echó al monte en 2012. Porque en 2001 había un 43% de indecisos (ns/nc) que no querían manifestar su opinión ideológica y el año pasado descendía al 18’5%. Expresiones de esta situación las hemos podido ver durante la campaña electoral. Laura Borràs llegaba a declarar que “soy más de izquierda que el señor Illa”. Visualmente ha sido especialmente llamativo que los representantes del centro y derecha (Cs, PP y Vox) participasen en los debates sin corbata, como si fuese más moderno: el mundo al revés, aunque cada uno es muy libre de vestir como considere y le venga en gana.
Ese proceso de inclinación a la izquierda de la sociedad catalana tiene otras manifestaciones significativas. Más allá del lenguaje, digamos que áspero, de Oriol Junqueras, su foto con Arnaldo Otegi es posible que pase a la historia. Podría dar título a una novela de Jane Austen, Firmeza y falsedad, a partir de la forma de cerrar el puño. El vasco, apretando los dedos con firmeza; el catalán con los deditos extendidos sobre la palma de la mano, presto a estirarla en espera de diezmo o dádiva cualquiera en plan falsario. El lenguaje se construye a veces con un rosario de disparates sobre los que se arma un relato falso y engañoso, una construcción mentirosa que invita sobre todo a la desconfianza.
Ha sido una campaña extraña por muchas razones. Al final, podemos llegar a la conclusión de que estamos en manos de lo que decida ERC. Pero ¿son de fiar? ¿Exigirá Esquerra amnistía, referéndum, indultos… para cualquier negociación? ¿Se les concederá desde el Gobierno? Ya se verá. Habrá que esperar a ver hasta qué punto se cumplen las proclamas de Oriol Junqueras contra el PSC o de qué sirve el documento de pacto antipacto con Salvador Illa para abortar cualquier posibilidad de permitir su acceso a la presidencia de la Generalitat. Cierto es que los papeles tienen patas y en ocasiones salen corriendo. Artur Mas registro ante notario en 2006 sus promesas electorales y la negativa a pactar con el PP: se quedó todo en papel mojado y él quedó arrumbado en la papelera de la historia. Lo incomprensible es que sus herederos más directos, el PDECat, suscribieran ese documento matando la posibilidad de entrar en el Parlamento representando una convergencia de catalanismo y constitucionalismo. Tal vez olvidaron que, para la mayoría de los mortales, entre la fotocopia y el original siempre es mejor el original.