Los valientes toman decisiones que van en contra de los adeptos, de los que viven con comodidad en la trinchera. Los que tienen agallas prefieren pensar en su comunidad, en todos los ciudadanos que la forman, aunque ello suponga un coste personal. Sin embargo, en Cataluña todavía no han surgido esos patriotas que deseen ofrecer un horizonte de esperanza y un futuro mejor para sus propios hijos y los hijos e hijas de sus compatriotas.
En los últimos años, el proyecto político independentista ha traicionado a Cataluña, aunque asevere que, en realidad, pretendía salvarla de las garras de un Estado español que caminaba, sin remedio, hacia la mayor de las decadencias. La ha traicionado, porque lo que se explicó desde el inicio de los tiempos --desde la Transición, pero ya antes, desde finales de los 60 y los años 70-- es que se iba a construir un proyecto para todos, en el que la cohesión social iba a ser primordial.
La puntilla ha llegado poco antes de la cita con las urnas. El escrito, firmado por los dirigentes de los partidos independentistas, para conjurarse en contra de facilitar la gobernabilidad al PSC es una muestra de bajeza, es de una extrema gravedad. Lo es porque lo que mueve a esas fuerzas políticas es puro tacticismo, es la búsqueda de unos miles de votos, sin ser conscientes de que se quiere orillar a un partido político --con todos sus errores y todas sus renuncias-- que ha sido una de las columnas --tal vez la más importante-- de la Cataluña contemporánea. La gestión del PSC, junto a ICV --los herederos del PSUC-- en los barrios de las grandes y medianas ciudades de Cataluña transformó por completo el tejido social, ofreciendo oportunidades que han hecho grande de verdad a Cataluña.
Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) ha vuelto a tener problemas internos. El escrito lo firmó Sergi Sabrià, el jefe parlamentario en esta última legislatura, y provocó la perplejidad de una gran parte de la dirección del partido, que todavía no sabe cómo reaccionar, y que espera con ansiedad los resultados de este domingo. Esa parte de ERC, que no quiere saber nada de los socialistas porque son vistos como unos cómplices del españolismo que ha llevado a Oriol Junqueras a la prisión, no dejará actuar a la dirección. Y, sin directrices claras, porque ERC nunca ha sabido qué partido quiere ser ni qué intereses debe defender --desde su misma fundación en los años 30--, Sabrià se atrevió a firmar el documento.
Otro caso es el de Àngels Chacón, la candidata del PDECat. Tiene claro que se debería poder colaborar con el PSC, pero es que tiene una frontera de entre 40.000 y 50.000 votantes con JxCat, y se inclinó también por esa firma, con el deseo de que nadie la pueda acusar de botiflera. A su pesar, y así lo explica, Chacón estampó su nombre en contra de Salvador Illa. Respecto a Laura Borràs, es un despropósito todavía mayor, porque en el interior de ese movimiento-partido hay destacados dirigentes que desean cuanto antes “pasar página”, la expresión que emplea Illa, y comenzar a negociar y a llegar a acuerdos. Desde Elsa Artadi a Damià Calvet, a los dirigentes y cuadros medios de JxCat, no se les ha olvidado de la noche a la mañana la cultura política de gobierno de Convergència.
Por eso es muy grave la firma de ese documento, y por eso es imperdonable el proceso independentista desde su inicio. Porque ha primado la frivolidad, la táctica, la lucha por el poder a corto plazo, las ganas de seguir al frente de una Administración que se ha convertido en un chollo: se puede figurar, se puede acceder a buenos cargos, y no es necesario dar muchas explicaciones: se gasta, pero no se ostenta una gran responsabilidad en el capítulo de ingresos. Justamente por ello es tan necesaria la reforma del modelo de financiación autonómica.
Con esa frivolidad, con ese tacticismo, se ha consumado la traición a Cataluña, la traición al proyecto de lograr una sociedad cohesionada y más justa, sin preguntar a nadie sus orígenes, tratando a todos como ciudadanos, con derechos y obligaciones. El nacionalismo ha traicionado la tradición más liberal de Cataluña y sigue mirando hacia el suelo, utilizando tretas de adolescente.
Hay compatriotas que buscan soluciones, que no quieren herir a nadie, y que son tachados de buenistas, de terceristas bienpensantes. Es el caso, como él mismo admite, del historiador Roberto Fernández, que utiliza, precisamente, ese término de “compatriotas”, sean independentistas o crean en la España democrática emanada de la Constitución de 1978. Lo que pide Fernández es entrar en las cuestiones que se puedan mejorar, como esa reforma pendiente del sistema de financiación, sin ahondar en las grietas identitarias. Se podrá estar de acuerdo o no, pero es que en el campo independentista no se ha producido ningún paso. Al revés. Al intento de pasar página, a la voluntad de mirar hacia adelante, sin reproches sobre los 10 años perdidos, se replica con un documento que margina al PSC. Y todo para arañar, en el último momento, algunos miles de votos pertenecientes --se entiende-- a puristas que no quieren ningún diálogo.
Esa es la realidad, la que tenemos en estos momentos. Es la reacción de un independentismo que sabe, además, que todo se ha acabado, que el procés no ha tenido ninguna concreción, que todo ha sido un largo sueño de una noche de verano. Pero no hay la valentía para decirlo, y para señalarles a esos puristas que han sido engañados.
La democracia es muy generosa y todos nuestros “compatriotas” podrán votar este domingo. Al margen del valor de todos esos votos, y del equilibrio de poder que puedan generar, la constatación es que Cataluña ha sido traicionada, y que costará mucho tiempo que eso se pueda revertir.