Si están hartos de estar hartos, si creen que este país necesita iniciar una nueva etapa libre de hipotecas y resentimiento; si intuyen que ha llegado la hora de gobernar con la cabeza y no con las vísceras; si consideran que conviene acabar con el histrionismo friki y la gesticulación de los desnortados, si piensan que todo eso tiene solución, les invito a ir a votar el día de San Valentín. ¿Con qué fin? Muy sencillo: para conseguir que, en la gestión gubernamental de la cosa pública, la eficiencia y la eficacia primen sobre el exabrupto y las quimeras suicidas. Lo sé. Ustedes son libres de hacer lo que más les plazca ¡Faltaría más! Pero si optan por pasar de largo de este combate cívico, les ruego que no nos vengan luego con milongas, ni lloriqueando por las esquinas. Por favor, si se recluyen pasivos en casa, absténganse de fabular el próximo lunes sobre lo que pudo ser y no ha sido. A partir del 15 de febrero no se admiten excusas.
Cuentan los historiadores de las guerras carlistas que fue el militar Carlos Luis O’Donnell --compañero de armas del general Zumalacárregui-- quien, al regresar de sus acciones militares, harto de escuchar comentarios tipo: “Ojalá hubieran hecho tal o cual movimiento”, “Ojalá hubiesen ustedes atacado por tal o cual parte” se encaró con un grupo de esos comentaristas para espetarles visiblemente enojado: "Siempre están ustedes con el ojalá. ¿Por ventura son ustedes ‘ojalateros"? Al respecto recuerdo que fue Josep Fontana, en una de sus clases magistrales en la Universidad Autónoma de Barcelona, quien nos explicó que el nombre ‘ojalatero’ fue empleado profusamente por los oficiales más fogueados en combate para calificar despectivamente a “los cortesanos que acompañaban al gobernante sin contribuir a la lucha con otra cosa que no fueran los ‘ojalas’”. Por su parte fue Josep Carles Clemente, investigador destacado por sus estudios sobre el carlismo y sus guerras, quien en su obra nos dejó escrito que se empleó ese término para definir a “los que lejos del combate soñaban con ganar la guerra sin otro esfuerzo que su adhesión pasiva a la causa contribuyendo a la lucha sólo con sus ‘ojalá’”. Benito Pérez Galdós también nos habló de ello en sus Episodios Nacionales.
Obviamente no estamos en guerra ni se oye a lo lejos el fragor de los cañones. Lo único que se ha mantenido inalterable a lo largo del tiempo es la costumbre de algunos de ponerse de perfil, de no ‘mojarse’, de callar sumisos esperando verlas venir para caer de pie y no lastimarse. El deterioro de la vida política catalana ha llegado hasta tal punto que urge reaccionar, hacer un reset y gobernar con corrección de una puñetera vez. Para ello el lamento de los escépticos y los suspiros de los melancólicos se han de convertir en votos, los ‘ojalá’ en realidades y el derrotismo en esperanza. Todo es posible porque nada está escrito, ni engaño al ciudadano que dure eternamente. No nos servirán doctos análisis a posteriori si, a priori, no ha habido definición clara, compromiso y voluntad de cambio. Ustedes saben bien lo que pensaba Jesucristo de los tibios... A partir del 15 de febrero no valdrán ni un céntimo los ‘ojalá’ de los pusilánimes, ni el silencio de los acomodados.