Disculpen la redundancia, pero lo que resume el presente de estos pagos catalanes, a la vista de los slogans electorales es “hagámoslo” (PSC), por “una Cataluña mejor” (PP) que esté “al lado de la gente” (ERC) e inaugurar “un nuevo ciclo para ganar” (CUP) en el que “recuperemos Cataluña” (VOX) y así “ganemos todos” (CS), “juntos para hacer y ser” (JxCat), a fin de que así “ganemos el futuro” (Cs) por “el cambio que merece Cataluña” (ECP) y, si quieres, vota “Chacón” (PdCat). Aunque todo puede cambiar en función de horas. Y si no, miren el ridículo de “vota abrazo” que lanzó Cs o el inicio de campaña de los comunes con “siempre hay una primera vez”, que más parece el anuncio de una casa de lenocinio que claim electoral.
Decía el Barón Pierre de Coubertin, o al menos a él se atribuye, fundador de los Juegos Olímpicos modernos, aquello de que “lo importante no es ganar sino participar”. ¡Qué alivio, que consuelo, que alegría! ¡Al fin, podemos votar y participar en eso que algún cursi llamó “la fiesta de la democracia”! Sobre todo, después de prácticamente un año en el que, en general, hemos perdido masa muscular y, en particular, ganado tejido adiposo. Eso sí: acumulamos incertidumbre en menoscabo del potencial industrial, acumulamos deuda y se hundió el PIB… mientras descubrimos que la nueva normalidad es este carajal y nos preguntamos sobre cuándo llegara el futuro con un fondo de cabreo contenido que no sabemos cuándo estallará. Porque estallar, seguro que estallará. Cuándo y cómo ya lo veremos porque, siguiendo las tesis de Murphy “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Hasta que reviente el hartazgo.
En esto de las previsiones es siempre posible equivocarse, máxime con un presente tan incierto. Así que es mejor dejarlo al albur de las cosas y ya veremos, en la noche del 14F, como se cruzan las apuestas de eso que se llama aritmética parlamentaria. Sume quien sume, será una desgracia más. El Reloj del Apocalipsis, aquello que inventaron los científicos atómicos de la Universidad de Chicago tras la Segunda Guerra Mundial, cerraba el año pasado dándo cien segundos para el fin del mundo, más cerca que nunca. Pero, hasta los más sabios se pueden equivocar. Es justo por ello reconocer que la historia actual es como para desternillarse.
La previsión más sencilla es que quien puede ganar las elecciones, y de calle, en Cataluña es el Partido de la Abstención. Como diría el clásico: fuentes generalmente bien informadas del ámbito de la demoscopia aseguran que la abstención puede situarse incluso por encima del cincuenta por ciento en las elecciones de San Valentín, patrono de los enamorados. Sería la expresión más acabada de una máxima: “¡Iros a la mierda, panda de ineptos!”. Lo malo es que implica una idea de generalización populista de que todos los políticos sin distinción son unos farsantes. Mande quien mande será una desgracia para Cataluña; el único rasgo diferenciador sería el fenotipo: la fisonomía, el comportamiento o la influencia de la alimentación, el medio ambiente (incluidos los purines)…
La verdad es que tampoco es preciso hacer grandes estudios de opinión: simplemente, con que cada uno pregunte en su entorno, puede hacerse una idea aproximada de eso que se llama desafección a los políticos, que no a la política. Lo cierto es que se aprecia un salto cualitativo: hemos dejado atrás la idea de que son unos incapaces e incompetentes, para empezar a manifestarse la convicción de que ir a votar, por encima del hastío que provocan, supone una subordinación servil a quienes pretendidamente gobiernan para que mantengan su poltrona. Es un verdadero drama social, porque lo que se percibe es una absoluta situación de incompetencia a la hora de gestionar. Además, cualquiera puede cambiar de estrategia, incluido el maldito virus, que está en su perfecto derecho.
Eso sí: ¡Qué bien, ya estamos en campaña! ¡Hasta podemos asistir a algún mitin! Pero no se fíen: muchos de los que aseguran ir a votar, no lo harán, y viceversa. Además, siempre ha habido voto oculto. Pero no se preocupen: gane quien gane y sea el resultado el que fuere, desde la Plaza Sant Jaume se dirá que la culpa es de la pandemia y nadie asumirá un ápice de culpa o responsabilidad. Ayer reclamaba Manuel Campo Vidal la necesidad de que los científicos, una vez resuelta la vacuna contra el bicho, continuaran su trabajo su trabajo de investigación hasta “encontrar una fórmula mágica para proteger al ser humano mediante una vacunación selectiva de líderes políticos”. ¡Aunque encomiable, ardua tarea la de encontrar una vacuna contra la estupidez política!
Cuándo la ciencia y el sentido político común no llegan más allá, tenemos la insana costumbre de trasladar el problema a la justicia. Es mejor por ello no pensar ni un momento en el peso del factor humano en las decisiones de un tribunal obligado a asumir la responsabilidad de mantener unas elecciones en plena expansión de contagios y con el riesgo de que ello signifique un incremento sustancial de los mismos. Mientras, las minas de la infección van estallando alrededor, al tiempo que nos preguntamos en dónde y porqué o la UE se columpia con las vacunas. Da igual. Los pronósticos negativos suelen ser aseverativos. La negativa del Gobierno para cambiar el estado de alarma para hacer las elecciones partía de una estrategia electoral más que sanitaria, tanto como el ambiguo decreto de aplazamiento de la Generalitat. Es todo un despropósito. No vale la pena hacer previsión alguna.