Según Oleg Cassini, existen personalidades románticas y personalidades eróticas. Uno puede ser muy guapo, pero no por ello erótico. Divertido con esta teoría, Kennedy quiso saber en cuál de los dos grupos le situaba el modisto. Este no lo pensó dos veces. “Sois definitivamente erótico”, respondió, para satisfacción del presidente, que sonrió halagado. Tal vez el diseñador, como buen cortesano, intentaba dorarle la píldora a su jefe, pero seguramente era sincero cuando le dijo que podía ser comparado con Don Juan o con Giacomo Casanova. Porque tenía los atributos físicos necesarios así como el encanto para seducir. No obstante, también puntualizó que dos obstáculos se oponían a que el mandatario jugara en la misma liga de conquistadores: la falta de tiempo material y la circunstancia, obvia, de que estaba casado.
A Kennedy, en realidad, esas dificultades no le echaron para atrás. Disfrutaba con las mujeres y, sobre todo, con el riesgo. Hoy no es ningún secreto que fue siempre un Casanova, por lo que parece empedernido. A él, esta doble vida no le creaba problemas de conciencia. Ni mucho menos, ya que no tenía sensación de culpa, como dijo en cierta ocasión su cuñada Lee, hermana de Jackie. A fin de cuentas, distinguía entre la moral del político en sus acciones públicas, que debía ser intachable, y su conducta privada, irrelevante para juzgar su obra como servidor público. No obstante, resulta difícil de entender cómo alguien tan preocupado por pasar a la Historia se involucrara en actividades de riesgo como si, tarde o temprano, no fueran a salir a la luz sus secretos. ¿Por qué puso en juego su reputación como lo hizo? Seguramente, porque le gustaba vivir con toda intensidad. “Tienes que vivir cada día como si fuera el último”, le dijo a un amigo.
La mano del FBI
En su momento, sin embargo, sus aventuras no trascendieron a la prensa porque tuvo la suerte de vivir en una época en la que el cuarto poder respetaba la privacidad de los gobernantes. ¿Tal vez porque los periodistas eran hombres y envidiaban las conquistas del líder demócrata? El hecho es que sus aventuras sólo llegaron a páginas sensacionalistas, que hicieron servir los supuestos galanteos como arma política.
La gente del entorno de JFK alegó que desconocía sus infidelidades. El FBI, sin embargo, sí estaba informado de los devaneos del líder demócrata. Tim Weiner señala que la agencia federal realizó un informe biográfico sobre Kenendy cuando ganó la candidatura presidencial. El documento hacía referencia a sus juergas con Frank Sinatra en Nueva York, Las Vegas y Palm Springs. Apenas diez días después de la toma de posesión, otro informe de similar naturaleza fue a parar a la mesa de Hoover.
El jefe del FBI no se privó de comunicar a Bobby Kennedy los rumores acerca de la conducta inmoral de su hermano. De esta manera enviaba al presidente una amenaza apenas velada: tenía en su poder información sensible que no dudaría en utilizar si su puesto se veía amenazado. A Bobby, la actuación errática del líder del mundo libre le producía una honda preocupación. No entendía que un político de tanto calibre pudiera irse a la cama con mujeres de las que no sabía nada. ¿Y si eran espías? Le pidió que tomara preocupaciones, pero todo hace suponer que el consejo cayó en saco roto.
Si el presidente de Estados Unidos ejerce de Casanova incorregible, eso no afecta, en exclusiva, a su propia privacidad. Se ha discutido mucho hasta que punto sus continuas aventuras --la “obsesión sexual de la que habla James N.Giglio-- afectaron o no a su manejo de los asuntos públicos. Se ha señalado, con razón, que el presidente mantenía muy separada su vida privada de la pública, pero esta precisión no despeja las dudas. Para muchos autores, como el propio Giglio, no hay duda de que la seguridad nacional estadounidense llegó a verse amenazada en algunas ocasiones. Michael O’Brien, por su parte, coincide en acusar a Kennedy de poner al país, y a su propia persona, en riesgo. Su actuación le hacía vulnerable al chantaje de mujeres despechadas, de la Mafia, del FBI, de servicios secretos extranjeros… Por suerte para él, sus amantes mantuvieron la discreción y no fueron a contar su historia a ningún editor sensacionalista.
La 'chica de la mafia'
Por sus brazos pasaron todo tipo de mujeres, incluidas prostitutas como la alemana Ellen Rometsch. De ella se sospechó que era una espía, por lo que Bobby Kennedy, como buen perro guardián de JFK, la hizo deportar a Alemania del Este sin contemplaciones, después de asegurarse de que no hablara a los periódicos sobre sus citas con el presidente. El FBI no pudo encontrar pruebas de que actuara en favor de otro país, pero, según Thurston Clarke, sí halló evidencias de que había pertenecido a las juventudes del partido comunista, además de tener parientes que vivían al otro lado del Telón de Acero. También contribuyó a exacerbar las sospechas el hecho de que se le descubriera una relación con un oficial de la embajada soviética en Washington.
No fue este el único caso de una relación peligrosa: Kennedy también mantuvo una aventura con Judith Campbell (1934-1999), a la que compartió con el jefe mafioso Sam Giancana. Judith, apellidada Immoor de nacimiento, había sido la esposa del actor William Campbell. Se convirtió así en una invitada habitual en las fiestas de Hollywood, pero el matrimonio se hundió a los pocos años. Tras su divorcio tuvo un breve asunto con Frank Sinatra. “La Voz”, siempre dispuesto a hace valer su amistad en beneficio de la Mafia, fue quien se la presentó a JFK, en 1960, cuando éste todavía era senador. El futuro presidente quedó encandilado ante aquella belleza con rasgos que recordaban a los de Elizabeth Taylor.
Robert Dallek, autor de una de las biografías más ecuánimes de Kennedy, nos explica que Hoover le informó de los vínculos de su amante con el crimen organizado. Él rompió con ella de manera tajante. Por lo que se dice, se negó incluso a cogerle el teléfono.
Los pormenores de la relación entre JFK y la chica del gánster son un terreno muy resbaladizo. ¿Destruyó la Casa Blanca pruebas acerca de este romance peligroso? No podemos asegurarlo al cien por cien. Tampoco esclarece las cosas que la propia Judith cambiara varias veces su versión de los hechos a lo largo de su vida. Primero, en los años setenta, afirmó que su relación con el presidente no iba más allá de lo íntimo. Así lo declaró ante la Comisión Church, que investigaba el asesinato de Kennedy, y en su propia autobiografía, My Story. Años después, sin embargo, aseguró haber mentido: en realidad ejercía de correo entre el presidente y Giancana, transportando sobres cuyo contenido dijo desconocer, aunque finalmente dio a entender que se vio envuelta en los planes para asesinar a Fidel Castro.
¿Qué pasó con Marilyn Monroe?
No quedaron aquí las revelaciones impactantes. Poco antes de su muerte en 1999, en las páginas de Vanity Fair, ella aseguró que JFK la había dejado embarazada. Según su versión, Giancana se ocupó de arreglar las cosas para que pudiera abortar en un hospital de Chicago. Pero… ¿Por qué iba a confiar el presidente en un gánster para un asunto tan delicado y deberle así un favor?
La gran cuestión es si podemos creer a una testigo tan volátil. En general, la respuesta ha de ser negativa. Para Michael O’Brien, el contenido esencial de My Story resulta creíble, al estar confirmado por los registros del FBI y del Servicio Secreto. En cambio, todo lo que Judit firmó en los años siguientes cae de lleno en el dominio de la fantasía. Nada resulta consistente. Kennedy no necesitaba usar como correo con la Mafia a una chica que acaba de conocer: contaba con muchos hombres que hubieran hecho ese trabajo con más fiabilidad.
Richard D.Mahoney también apunta que la idea de un Kennedy comunicándose directamente con Giancana requiere del auxilio de la credulidad. Cita en su apoyo el testimonio de William Campbell, antiguo marido de Judith, incapaz de imaginarla manejando información secreta.
Por su parte, Floyd Boring aseguró, en su Historia Oral para la Biblioteca Kennedy, que jamás había escuchado el nombre de Judith mientras trabajaba en la Casa Blanca en el servicio secreto. No obstante, cabe la posibilidad de que mintiera para proteger a su antiguo jefe, igual que hicieron algunos de sus colaboradores cercanos, que afirmaron en falso no saber nada del asunto.
Está claro que, si es cierto todo lo que se dice, nos hallamos ante una mujer que podía ser muy peligrosa para el presidente. El hecho de que nadie atentara contra su vida da a entender que es un infundio la teoría que señala a JFK como la mano siniestra que hizo matar a Marilyn Monroe. ¿Qué razón tenía para liquidar a la actriz y no a la chica conectada con los bajos fondos? Una vez más, la chismografía y la historia documentada siguen caminos divergentes. Judith Campbell pudo haber dicho alguna verdad, pero no toda la verdad.