Detalle del retrato oficial de Kennedy, publicado tras su muerte, realizado por Aaron Shikler

Detalle del retrato oficial de Kennedy, publicado tras su muerte, realizado por Aaron Shikler

Política

¿Por qué Kennedy nos gusta tanto?

A los 50 años del asesinato del presidente de los EEUU, todavía hoy la prensa en España sigue recordándolo. ¿Por qué? Kennedy fue un presidente mediocre y le debe parte del mito póstumo a su sucesor, Lyndon B. Johnson.

28 noviembre, 2013 07:58

Lyndon B. Johnson esperaba apoyado en la pared de un cubículo en el sótano de un hospital de Dallas. Allí le había escondido el servicio secreto, que vigilaba el pasillo. A su lado estaba su mujer. Al otro lado, un par de asesores. A las 13:20 horas, 50 minutos después de que hubieran disparado a John F. Kennedy, el asesor del presidente Ken O’Donnell fue a ver a Johnson: "Se ha ido", le dijo. Menos de dos horas después, dentro del Air Force One en el aeropuerto de Dallas, Johnson juraba su nuevo cargo.

En Amazon, 136 personas han votado con una media de 4 estrellas el libro LBJ: el cerebro del asesinato de Kennedy (un libro serio sobre Kennedy tiene 350 valoraciones). Su argumento es simple: el vicepresidente Johnson mató a Kennedy como venganza y para ocupar su lugar. Johnson era en los 50 el líder del Senado. Un par de años antes de las elecciones de 1960, era el favorito. Pero el joven senador Kennedy le birló la candidatura demócrata. Desde entonces, como vicepresidente, había perdido toda esperanza de llegar a la Casa Blanca: "Mi futuro está detrás de mí", dijo a uno de sus asesores. La conspiración está a huevo.

Es asombroso que en 2013 periódicos no norteamericanos dediquen aún portadas a la muerte de Kennedy. Diría que hay dos motivos. Primero, las presuntas conspiraciones hacen que aún hoy hablemos de la muerte de Kennedy. "¿Quién mató a Kennedy?" es una pregunta que ha entrado en el imaginario colectivo. La presunta trama castrista-soviética-mafiosa que asesinó a Kennedy es el mejor relato que ha dado la vida real del género Código Da Vinci. Para los periodistas es además un tema fácil; lo tienen ya preparado del último aniversario.

Segundo, Kennedy parece un presidente digno de recordar. En una encuesta de Gallup de 2011, Kennedy es el presidente mejor valorado de los últimos once, desde 1952. En otro sondeo, sale como uno de los cuatro más grandes de la historia. El periodista Alistair Cooke locutaba cada semana en la BBC su célebre "Letter From America". En el texto de aquella semana de noviembre de 1963, leyó este fragmento:

"Si paramos y repasamos la translación lenta de estos ideales [del discurso inaugural de Kennedy en 1961] en ley -la derrota por un pelo del plan de cuidados médicos para ancianos, el archivo tras un año de trabajo de la reforma fiscal, la peligrosa reluctancia del Congreso a amansar la revolución negra con una ley de derechos civiles- debemos admitir que el claro sonido de las trompetas de la inauguración de Kennedy hace tres años ha sido agriado".

El mito de Kennedy

Kennedy fue un presidente mediocre. Aparte de no tener ningún gran logro legislativo, había animado una absurda invasión de Cuba en Bahía de Cochinos, que fue el origen de la crisis de los misiles con la URSS de 1962. Está además en disputa si fue un éxito su gestión de aquel momento crucial de la guerra fría.

Lyndon B. Johnson no fue el cerebro del asesinato de Kennedy; fue la causa de su éxito póstumo. Las dos grandes presuntas proezas de Kennedy las convirtió en ley su sucesor: la ley de los derechos civiles y la sanidad pública para ancianos o Medicare, pilar de la "Gran Sociedad" de los años 60. La aportación de Kennedy fue desgraciada pero básica. Sin su muerte, ni Johnson lo hubiera logrado: "Ninguna oración ni elogio podría honrar con más elocuencia la memoria del presidente Kennedy que la aprobación inmediata de la ley de Derechos Civiles por la que luchó tanto", dijo Johnson. Era una razón de peso. Aunque Kennedy no había luchado tanto. Su primera gran defensa com presidente de los derechos para los negros fue en un discurso de junio de 1963. La propuesta de ley que salió de allí quedó bloqueada en un comité del Congreso que dirigía un segregacionista del sur. De ahí no iba a pasar.

El impulso de Kennedy catapultó también a su hermano Bobby. En la convención demócrata del verano de 1964, los delegados concedieron a Bobby Kennedy una ovación de 23 minutos. En noviembre, Bobby ganó un escaño de senador en Nueva York a pesar de ser de Massachusetts contra un senador republicano, Kenneth Keating, que sonaba para presidente. El país estaba dispuesto a perdonar todo a los Kennedy.

Su aura dura aún. En cambio, Johnson es hoy peor valorado que George W. Bush y solo algo mejor que el dimitido Nixon y el breve Ford. Johnson tuvo su desastre -Vietnam-, pero su aportación a la historia es enorme, justo lo contrario que la de Kennedy. El otro día puse una foto en clase de Kennedy. Pregunté a los jóvenes universitarios si sabían quién era. "¡Sí!", respondieron ofendidos. Pregunté luego quién sucedió a Kennedy. No tenían ni idea.

La historia es así de rara. Aunque es mejor vivir para contarlo -¿qué hubiera pasado si Reagan hubiera muerto en el atentado en 1981, a los meses de ganar?-, las conspiraciones venden y los asesinatos favorecen.