No hay justificación posible. Salvador Milà, el responsable de presidencia del Àrea Metropolitana de Barcelona (AMB) fue a trabajar sabiendo que era positivo en coronavirus, pero la alcaldesa Colau y presidenta de la institución regional se inhibe. “No pasa nada”; hombre, solo es un cargo público, un exdirigente de Iniciativa que desempeñó la Conselleria de Medio Ambiente de la Generalitat durante el Tripartito. Entonces, ya antes del deshielo, acabó mal con Pasqual Maragall. El exconseller tuvo choques con la compañías eléctricas, haciendo como el que defendía a los pobres; muy propio de la cosa reivindicativa del rebelde sin causa; hasta que zas, un buen día de 2006, Maragall lo cesó.
Milà no se olvida: Es uno de estos progres con gorro frigio que se llevan mal con el españolazo estamento socialista. Así lo demostró en un artículo, titulado El cierre digital, donde explicó que las ayudas que recibe la Fundación Maragall tienen que ver con los pactos entre Colau (En Comú) y Collboni (PSC), el último sensato de la Casa Grand. Milà es una anticapitalista de piedra picada, un traje que se lleva sin costuras en tiempos de desesperanza. Él ya puso a caldo a los de Agbar, cuya Fundación había entregado 12.000 euros al patronato que lleva el nombre del expresident, destinado a combatir el alzhéimer. ¡Hombre!, que poca gracia. ¿No se lo merecen los enfermos de alzhéimer?
Pues atento, porque lo de ir a trabajar con la PCR positiva canta a despiste de los gordos. Háztelo mirar. ¿O lo hizo para chinchar? Lo hizo para demostrarnos a todos que somos unos blandos; a lo mejor se ha hecho negacionista, como los de Vox. No me extrañaría; los extremos se tocan por donde más les duele. Ortega Smith y Abascal hablan el mismo idioma testosterónico que los descendientes de Lister y compañía. De bruto a brutico va un trecho corto.
Sea como sea, al camarada Milà, el rollo de combatir a las utilities le pone, especialmente en el caso del agua. Él mantiene una batalla unidireccional contra Agbar y defiende que sea Acciona la distribuidora del agua de boca en la región metropolitana. Lo tiene judicialmente perdido, pero se trata de mantener el morro alto y de perfil. Va en el paquete de Eloi Badia y Leonard Carcolé; son la troica acuífera y protestona ante todo lo que suene a solución. Badía, concejal de Emergencia Climática y Transición Energética de Barcelona, ha decidido invertir nueve millones del erario municipal, destinados a expropiar tres casitas en la calle Encarnació de Gràcia para proteger una encina situada en el jardín comunitario; la planta va al paraíso y los que viven dentro a por ellos que son pocos y flojos. En fin, este Badía es una especie de ecoantropólogo que, cualquier día, planta la tienda troyana de Schliemann y se lía a excavaciones en la Plaza del Sol. Carcolé, por su parte, va de sabio. Es el expresidente de Aigües Ter Llobregat que dimitió como director de la Agencia Catalana del Agua (ACA); sabio sí será, pero vive rodeado de nubarrones de dudas sobre sus manejos acuíferos. En fin, a Milà le sale por los codos el rencor y a los otros dos, por más que defiendan charcos y plantas, les ha costado poco saltar del aparente compromiso a la insensatez.
Todo tiene su historia y además hay instancias encalladas en las piedras de antaño. La actual AMB es la continuidad alicaída de la Corporación Metropolitana en la etapa expansiva de la Gran Barcelona; iba bien, pero duró hasta que Pujol se cargó la institución por motivos sectarios o por simple envidia. El exhonorable suprimió la Corpo en 1987. Laminó el contrapoder socialista municipal y punto. La anomalía se resolvió mucho después, en 2010, con la aprobación de la ley de creación del consorcio del Área Metropolitana de Barcelona, dotada de competencias en territorio, movilidad, medioambiente y desarrollo socioeconómico. Actualmente, ERC participa en el gobierno de la institución junto a PSC y Entesa pel Progrés Municipal. Casi nadie sabe lo que hace, pero su enunciado lo dice todo. Las ruinas desenterradas de Micenas tampoco aportaron luz; como en el caso del laberinto helénico, las escaleras, cámaras y galerías no se acaban nunca de entrelazar. Lo que se había hecho hace más de 30 años en la Corpo ha dejado de ser útil, como le ocurre a lo que quedó de miles de años en medio del mar.
Al ver el descosido, Colau trató de rehabilitar la función de la antigua Corpo, pero claro todo le cuesta tanto que resulta imposible. En cada rincón debe decidir primero si pone una estelada o una cuatribarrada y después reúne a sus asambleas opinantes para pedir permiso antes de herir a los sensibles. Aquella maravillosa experiencia de desarrollo regional resulta hoy tan inoperante como las arenas de la sala del trono en Gnosos. La solución de Colau fue digna de una deidad del Consell de Cent: le encargó a Salvador Milà la dirección de la presidencia de la AMB; la responsabilidad de gestionar el día a día retomando las competencias y las urgencias que se quedaron por el camino.
Mal paso. Este chico no encuentra la corbata ni el día de la visita ministerial. Es un eterno interino; y tampoco debe saber dónde están los lavabos de la primera planta. Él solo odia a los sociatas que, inopinadamente, suben y suben en los sondeos del 14F. La estrategia silente del sabio que capitaneó a los capitanes, un tal Iceta, es propia de un hombre que promete bailongos y protege silencios.