Hoy hablare de un sinvergüenza, el rey emérito Juan Carlos I. Me duele hablar de él porque me molestan sus fechorías, aunque no las contaré, porque ya las saben. Me siento defraudado porque nadie es monárquico, pero una mayoría de españoles somos monárquicos constitucionales, y él se ha aprovechado de su prestigio.
Antes era un republicano Juancarlista. Viví el 23-F como todos españoles aquella noche, que se llamó la noche de la radio. Nadie durmió, temiendo volver a la dictadura.
Pero muchos años después, a principios del siglo, hablé con un empresario que daba conferencias por todo el mundo. Es de Granollers, fue fichado por el Ayuntamiento socialista de Josep Pujadas. Lo conocí entonces y nos hicimos amigos, y fue uno de mis confidentes, de confianza del alcalde. No revelaré su nombre, porque me leen todos los alcaldes de la democracia.
Este conferenciante y confidente me dijo que el rey Juan Carlos I enamoraba a todos. Era el rey de América y el más popular de todos los reyes democráticos. España era, de facto, un República coronada. Admirada por todo el mundo. Era el modelo que imitar por los Estados sudamericanos, porque como buena parte de esos países, España había salido de una dictadura militar pacíficamente, sin cortarse el pelo, y la única violencia que había era la de salvaje ETA, que había intentado asesinarle en un verano en Palma de Mallorca. En la Zarzuela, no había ocasión. Juan Carlos había convertido a España en alegre y faldicorta.
Era admirado en Occidente, y en Arabia. Era una figura universal, por eso los republicanos del PSOE apoyan la Corona de Felipe VI al contrario de la banda de Podemos, que son unos antisistema.
El único periodista al que el rey tenía ojeriza era Pedro J. Ramírez, cuando dirigía El Mundo. El resto de la prensa le hacía la ola. Lo callan, pero lo reconocen porque saben que es cierto. El error periodístico del mismo periodista fue creerse que los atentados del 8 de marzo de 2004 no eran de autoría islámica. Fue cesado diez años después por la pinza del rey y del presidente del gobierno Mariano Rajoy, que presionaron a los italianos socios mayoritarios de Unidad Editorial, la empresa de El Mundo. Pedro Jota desveló los líos de faldas del rey, la tristeza de la reina, y todo lo demás: sus manos largas, de un impresentable que nos avergüenza a todos lo que no hemos perdido la vergüenza.
Nadie tan alto ha caído tan bajo.