Más de 3.500 hogares se quedaron sin electricidad este lunes después de que vientos huracanados azotaran la República Checa por segunda noche consecutiva. Fuertes vientos, árboles derribados y cortes de energía han azotado el país durante todo el fin de semana, causando daños materiales considerables y llevándose una vida, en un extraño accidente: un hombre, que escapó de ser golpeado por un árbol, salió de su automóvil para investigar lo ocurrido, pero fue aplastado por otro árbol que cayó segundos después”.
Y eso, ¿dónde sucedió? ¿En qué carretera o en qué calle de Bohemia o Moravia, y a qué hora del día o de la noche? La noticia de agencias no da detalles. ¿De qué marca era el coche? Un Skoda, probablemente. ¿Cómo se llamaba el desafortunado conductor? Y el árbol homicida, ¿era un castaño, un moteado álamo, un pino? ¿O sería un tilo, el árbol checo por excelencia?... El incidente ha sucedido sin que trasciendan las circunstancias, la hora. Así resulta difícil no ya empatizar con la víctima, sino simplemente visualizar la escena. No nos lo ponen fácil. No hay derecho. El incidente es casi abstracto. Cuatro elementos: el hombre, el coche, el primer árbol, y el segundo y letal árbol. Todo el resto del mundo es un decorado del que el redactor de la noticia ha prescindido.
No puedo dejar de especular con el tipo, lo veo detenido en medio de una carretera entre onduladas praderas, hacia alguna ciudad del norte, bella y desangelada. La humedad hace relucir como charol la cinta negra de la carretera. A lado y lado el viento sacude las dos hileras de árboles. El hombre ve caer uno delante, le da tiempo a frenar. Sale a mirar. Se rasca la cabeza. ¡Pam! Le cae en la cabeza el segundo, y se desploma.
También podría suceder en una calle de alguna ciudad, con casas modernas y algunos edificios antiguos, rematados por torres con chapiteles en forma de cebolla. A lo mejor junto al muro de una fábrica suburbial: por la calzada discurren las vías del tranvía. La acera junto al muro es estrecha y las raíces de unos árboles han reventado el pavimento… Cae un árbol. Frenazo. Martin (vamos a llamarle así) sale. Cae otro árbol. Martin muerto.
Es un golpe bajo, a traición. Y todo extrañamente lateral, insignificante, desplazado y vagamente grotesco. No tiene nada que ver con el Covid ni demás tribulaciones generales. No es como los chicos de Ghana, Senegal, Nigeria o Camerún que mueren en el mar, tratando de llegar aquí. El caso de Martin no llega a la categoría de tragedia, solo de azar desafortunado.
Ese hombre, Martin, con casi total seguridad no tenía ni la más remota idea de la existencia de Crónica Global. Ni siquiera sabía que vivo en Mieres, o en Lisboa. Me gustaría decírselo:
–Sí, como lo oye, Martin. En Briviesca, cerca de Burgos. Desde hace tres años.
Pero es demasiado tarde e imposible.
Allí, en la lejana Bohemia, son días tempestuosos, de vientos huracanados.
En el asiento de copiloto se dejó el abrigo, con una mascarilla en el bolsillo.
Y dentro del maletero un paraguas.