En los últimos 40 años, las políticas de familia en España han brillado por su ausencia. Una consecuencia del escaso interés de los sucesivos gobiernos por el aumento de la población a través del fomento de la natalidad. Probablemente porque en España jamás habían faltado habitantes, más bien habían sobrado. Por eso, históricamente fuimos un país de emigrantes.
En pocas décadas, hemos pasado de la generación del “baby boom” a la del “baby scarce”. En número, la primera es la más prolífica, pues desde 1958 a 1977 nacieron anualmente más de 650.000 bebés y el índice de fecundidad se situó por encima de 2,6 hijos por mujer en edad fértil.
En términos relativos, la segunda es la más escasa y comprende el período entre 1983 y 2009. Durante éste, solo en 2008 los nacimientos anuales superaron los 500.000. En ningún año, el anterior índice llegó a 2,1, la cifra que garantiza el reemplazo generacional y la estabilidad de la población. En el pasado ejercicio, se sitúo en un 1,3, un valor muy por debajo de la media mundial (2,31) y el más reducido de la Unión Europea después de Malta.
La generación del “baby scarce” hará que en las próximas décadas necesitemos muchos inmigrantes. Su número dependerá en gran medida de la evolución de la economía. Si ésta va muy bien, llegarán anualmente más de los 463.172 que en promedio vinieron entre 1999 y 2008. Una etapa en que el número de extranjeros pasó de 637.085 (1,6%) a 5.268.762 (11,4% de la población). En cambio, si la economía va mal, también tendremos inmigración neta, pero su magnitud será notablemente inferior.
Un país que elige tener pocos hijos, decide sustituir los que no han llegado por la importación de ciudadanos extranjeros. También implícitamente opta por un gran cambio social. Una sociedad en la que casi todos sus habitantes poseen unas similares costumbres, tradiciones y maneras de vivir cede el paso a otra de carácter multicultural. No constituye un retroceso, sino un avance, pues de las mezclas casi siempre ha salido lo mejor.
Los nuevos inmigrantes los podremos clasificar en dos grandes categorías: adinerados y profesionalmente muy cualificados versus pobres y escasamente preparados. Los primeros los quieren todos los países. Los segundos es más difícil que sean bienvenidos. No obstante, ambos son igualmente importantes, ya que unos aportan capital y otros trabajo. Sin duda, uno combinación exitosa.
Un ejemplo de ello es Estados Unidos. A lo largo de su historia han sido tan importantes los que ha traído riqueza desde otros países que los únicamente podían aportar sus manos. Estos últimos continúan siendo esenciales para que el país siga siendo la tierra de las oportunidades. En la actualidad, sin los inmigrantes mexicanos, su sector servicios padecería una gran escasez de trabajadores.
Los anteriores motivos hacen imprescindible que España disponga de una clara política inmigratoria. Hasta ahora, ésta se ha centrado en impedir la llegada de inmigrantes ilegales mediante cayucos o barcazas. Ha de fijar el número que necesitamos anualmente, las naciones de donde provendrán y las zonas en la que prioritariamente deberían instalar su residencia. En gran medida, de ellos dependerá que la España vaciada deje de serlo.
En definitiva, después de las vidas perdidas en la nave industrial incendiada en Badalona, casi toda España se siente solidaria con los inmigrantes. Espero que nuestro dolor sirva para que el gobierno mejore la gestión de la inmigración y, si decide que se queden una parte de los que han llegado ilegalmente en el país, los cuide y atienda como si fueran españoles.
Me parece escasamente humano dejarlos en una ciudad a su suerte, tal y como recientemente ha sucedido en Granada con algunos de los que han llegado sin papeles a Canarias. Estoy seguro que nadie desearía que su abuelo, que emigró a Alemania, Francia o Suiza para salir de la pobreza, hubiera tenido que hacer frente a una situación similar en los años 50 y 60.
Nuestros hijos son el futuro del país, pero también los próximos inmigrantes, pues los primeros son muchos menos de los que España necesita. Nos van a dar mucho más de lo que nosotros les ofrezcamos. No vienen a robarnos nuestros empleos, sino la mayoría a trabajar en las actividades donde nosotros no queremos hacerlo. La continuidad de nuestro Estado del Bienestar está principalmente en sus manos y especialmente el importe de las futuras pensiones.
El ejemplo a seguir es muy claro: Estados Unidos, Alemania, Francia o Suiza de la posguerra. En los tres últimos países, los emigrantes españoles fueron una pieza clave de su milagro económico. También el que hay evitar: Japón. Un país con la política de inmigración más estricta del mundo, abocado a un declive permanente por una población donde los jóvenes son escasos y los mayores de 65 años cada vez más abundantes.