No nos engañemos. El año 2020 también ha traído cosas buenas. Mi alegría fue máxima cuando hace un mes se confirmó la victoria de Joe Biden en Pensilvania y, por fin, después de cuatro años, pude borrar mi estatus de WhatsApp: “UnTrump the World”. Lo he cambiado por  “UnTrumping the World”, confiando en que la caída de Donald Trump como presidente de la mayor potencia del planeta solo puede suponer la caída gradual de otros líderes populistas hipernacionalistas esparcidos por el mundo: Netanyahu en Israel, Bolsonaro en Brasil, Johnson en Reino Unido, etc. (siéntase libre el lector de poner los ejemplos que le plaza en clave local). 

Sin embargo, mi entusiasmo inicial tras la derrota de Trump se esfumó un poco esta semana mientras escuchaba en streaming un debate entre Michael J. Sandel, profesor de Filosofía de Harvard, y Yuval Noah Harari, el conocido historiador israelí, autor de bestsellers como Sapiens  y Homo Deus . El debate, ocurrido en el marco de la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), llevaba por título Los dilemas de un mundo que colapsa y los dos humanistas fueron invitados a debatir por qué el auge de los populismos y nacionalismos antidemocráticos se ha producido en sociedades tan diferentes como Estados Unidos, Brasil, Hungría o Rusia, y si hay alguna forma de frenarlos.

Por un lado, Sandel, autor de La Tiranía del Mérito, plantea que la victoria de populismos como el Brexit en Reino Unido o Donald Trump en EEUU, así como el hipernacionalismo creciente en muchas partes del mundo, tiene que ver con un sentimiento de enojo y resentimiento de la sociedad, que en cierta manera está justificado por haber cuajado de forma general la idea capitalista de que “quien ha tenido éxito, cree que es por mérito propio”. Eso invita a ver el mundo en función de ganadores y perdedores, a que unos piensen que los otros los miran por encima del hombro. “El auge del populismo de derechas se debe al fracaso de los partidos de centroizquierda a la hora de eliminar los excesos del capitalismo, a actuar como contrapoder al capitalismo”, dijo Sandel. El filósofo puso como ejemplo líderes como Tony Blair o Bill Clinton, que abrazaron la llamada “tercera vía”, pero no desafiaron la idea de que el mercado libre, por sí solo, favorecía el bien común. Y así empieza la meritocracia, según Sandel: “abrazaron la idea de que “si tienes un título universitario y estás fracasando en la nueva economía, es tu culpa”.

“Los partidos de centroizquierda deberían estar planteándose por qué 70 millones de americanos siguen votando a Trump, a pesar del desastre que ha sido. Es demasiado simple pensar que son todos racistas o misóginos (…) muchos de ellos tienen ofensas legítimas que sus líderes han ignorado”, insistió el filósofo americano, recalcando que hasta que no se cambie el discurso “tu fracaso es tu culpa”, el problema no estará resuelto.

Globalización, desregularización financiera… todos estos problemas han hecho a los trabajadores más pobres y a las élites más ricas, generando un sentimiento adverso. Pero Harari se plantea: ¿qué sentido tiene decir que el populismo se alimenta del resentimiento contra las élites si éstas no saldrán perjudicadas con su victoria? (las víctimas serán los de siempre: los migrantes, la comunidad LGTB, las mujeres…).  Y otra pregunta clave, según Harari: ¿por qué se canaliza en partidos antidemocráticos, que, además, se autodenominan “nacionalistas”?

Según el historiador israelí, las naciones son “comunidades imaginarias”, que no se corresponden con una realidad física, y los nacionalismos nos ayudan “a ser leales y ser solidarios (con nuestros impuestos, por ejemplo) con otras personas que no conoces, sean de la raza o etnia que sean, pero que residen en tu mismo país. Por lo tanto, los que trabajan por dividir a un país, por diferenciar entre “nosotros” y “los otros”, como Trump, son en realidad “antinacionalistas”. “Hoy en día EEUU está más dividido que nunca: hay más resentimiento entre demócratas y republicanos, que contra el surgimiento de Rusia o China”, dijo Harari durante el debate.

Y añadió otro dilema: “Si no compartes un sueño de futuro con otros, no hay sentido en aceptar el resultado de unas elecciones democráticas”. Según el humanista israelí, si crees que un candidato a las elecciones es estúpido o te odia, no puede haber democracia. Sandel le dio la razón: “quizás sea este el reto”, dijo. “En un mundo globalizado, donde cada vez tienen menos peso la identidad nacional y los gobiernos nacionales, ¿puede funcionar un modelo democrático a nivel global?, planteó.