Señoras y señores: hay partido. Se juega el 14 de febrero, día de San Valentín. El hasta ayer favorito ya no lo es tanto, y el principal aspirante a desbancarlo, Miquel Iceta, da muestras de renovado vigor. El primer secretario de los socialistas catalanes sabe que se ha convertido en el objetivo a abatir de sus adversarios, de todos sin distinción. Para llegar a esa conclusión no le hace falta aplicar la prueba del nueve; basta con observar cómo el iracundo Sergi Sabrià vende a los suyos, y a los medios de comunicación, que el rival de verdad es el PSC de Iceta. Ni que decir tiene que, una vez puesto en la diana, al bueno de Miquel le da un subidón vitamínico de campeonato para afrontar la campaña electoral. Sí amigos, hay partido. En la sociedad catalana crece el cansancio ante una liga en juego desde hace más de una década. Son muchos los que abogan por un cambio de competición deseando, sin más dilación, una final de copa, otro campeón y un nuevo estadio. Incluso crece el número de ciudadanos dispuestos a abandonar el insano deporte de intentar meter el gol del conflicto en la portería del adversario en lugar de practicar el ‘jogo bonito’. Han sido tantos los despropósitos vividos hasta el día de hoy que, a la buena gente, le place mucho más refugiarse en los movimientos pausados del ajedrez que no en el griterío de los hooligans. Iceta es hábil en el terreno de la reflexión y emplea con maestría, ténganlo en cuenta, el gambito de dama. Hay partido porque toca jugarlo y hay equipos claramente diferenciados. Aunque algunos pretendan, por intereses partidistas, su suspensión indefinida, conviene jugar a tope por higiene democrática.
Ustedes me dirán, y tienen razón, que hay otras ofertas y equipos en liza, como el que capitanea la señora Laura Borràs. Cierto, pero… ¿Quién puede confiar en una líder que no duda ni un solo instante en hacer ‘trapis’ con las apuestas, que ha hecho de la radicalidad una bandera, y que aspira a perpetuar un método de gestión inspirado en Quim Torra y los herederos del tres por ciento? Es más necesario que nunca superar el legado del peor presidente que ha tenido la Generalitat de Cataluña. ¿Y qué se puede esperar de aquel equipo ganador --Ciudadanos-- que, poseyendo el liderato parlamentario y la gloria de ser el primer partido en votos de Cataluña, permitió que su estrella más rutilante --Inés Arrimadas-- marchara a otra liga? Las encuestas auguran la decadencia de la naranja que nos salió amarga y sólo ha servido para mermelada de última hora. Para otra ocasión dejo los comentarios acerca de las formaciones que pugnan por escapar del descenso y jugar la promoción. No vean en ello un intento de ningunear a nadie; nada de eso, soy consciente de que, en tiempos de fragmentación parlamentaria, hasta el más humilde de los votos de un grupo minoritario o de un diputado díscolo puede ser decisivo.
Insisto, hay partido. El día de san Valentín también está en el aire dos formas de hacer política últimamente contrapuestas hasta el desgarro. Por un lado, los partidarios de respetar las reglas del juego democrático y la legalidad constitucional vigente, por otro, los aspirantes a subvertirlas camino de una quimera que ha esquilmado la economía del país y ha dañado la convivencia. En esa misma jornada electoral se podrá optar por apoyar un modelo de gestión gubernamental eficaz, digna y eficiente o, en cambio, seguir bajo la batuta de los epígonos de un gobierno de los mediocres. Será un buen día para premiar a los amantes del diálogo y obviar a los cainitas de turno. Y, créanme, aunque el match este bajo la supervisión del VAR manipulador de la televisión pública catalana, hay partido, hay que jugarlo.