El Ayuntamiento de Ada Colau y Janet Sanz desborda buenismo sobre el plano de la ciudad, pero en la calle provoca reacciones vecinales firmes y muy razonadas. El gobierno municipal flota sobre aquel infantilismo altanero de la izquierda, que legó al mundo Simone de Beauvoir. Parece que Janet y Ada no aman la belleza; y en nombre de la verdad absoluta, nos infligen un supuesto bien colectivo. Defienden un urbanismo táctico y frugal, en el que la teniente de alcalde Sanz apuesta por el decrecimiento en la corona central de Barcelona, que incluye Ciutat Vella, el Eixample, parte de Sant Antoni y Poble-Sec y la Vila de Gràcia. Por lo visto, somos demasiados y los que nos visitan no caben en nuestra ciudad; no están invitados a disfrutar del buen hacer de los artistas que han llenado las fachadas de estatuas y de ornamentos florales labrados en la piedra.

Janet Sanz está especializada en espacios intersticiales y en gentrificación. Es el azote de los pisos turísticos con el balance de 16.000 expedientes en marcha, 8.000 sancionadores y 400 viviendas cerradas, en el último año. Es la misma Sanz, promotora de viviendas populares de la mano de la sociedad Coyoacan Invest SL, vinculada a Mediapro, una empresa que ha comprometido 1,2 millones de euros en dos entregas al Instituto Municipal de Vivienda y Rehabilitación a cambio del solar conocido como La Siberia en el cotizado Poblenou. Lo que ha hecho Janet es lo más parecido a las permutas de Porcioles, con los Andreu y los Güell, que hicieron más ricos a los que ya lo eran. Es una cacicada atómica para los tiempos magros que corren. Todo ello contando con que la edificación destinada a rentas bajas ha sido siempre el pretexto de las grandes operaciones del ladrillo. No olvidemos que fueron los grandes mastodontes de hormigón, como Bellvitge, Congreso, Ciudad Meridiana, San Ildefonso o Nou Barris, los que abrieron las puertas de la gloria a los promotores. Cuando hayan pasado las excavadoras, nadie reconocerá su barrio, como le ocurre al protagonista de Un día volveré, obra de Marsé, retina metropolitana y poética del pasado.

Janet Sanz / PEPE FARRUQO

Sanz quiere imponer su voz al oligopolio de la oferta edificable, un grupo reducido de constructores que secuestraron el suelo de Barcelona y lo mantienen en su poder: los Núñez, Reyna, Pulido, Amat, Llaras, Figueras y Massot, entre otros, o el mismo Joan Gaspart, más especulador que hotelero. Poco podrá hacer Janet sin contar con su ayuda. Ella sueña en una ciudad amable levantada por los planes quinquenales del operador público. Un modelo superado en la ribera mediterránea, descontadas la Constantinopla de Erdogan y Alejandría, altar del sol.

¿Por qué no vamos a ser la Florencia de Una habitación con vistas? ¿Es que nuestro gótico y nuestro modernismo no pueden competir con la cúpula de Brunelleschi de Santa María del Fiore o con la galería de los Uffizi? En Italia, hay mucha belleza arquitectónica, pero pocas cosas tan delicadas como nuestro Palau Moja, la joya de Antonio López, aquel marqués de Comillas, cuya estatua, situada a un lado del Palau de Mar, fue retirada por el ayuntamiento, en la primera legislatura de Colau. Dijeron entonces que el primer Comillas había sido un negrero; pues venga, destrocemos el conjunto escultórico del exalcalde Doctor Robert, en la Plaza de Tetuán, porque era un racista, un genetista a la altura de Heribert Barrera. Ah, pero con el patriotismo hemos topado; nuestros comuneros les permiten las peores especies a los partidarios de la independencia. Les importa el destello de la Tierra, no el de su gente. Y se llaman de izquierdas como los lamentables cupaires, a un tris de su desaparición.

La mano de hierro de Janet Sanz se ha dejado sentir en el Besòs, donde ella controla del Consejo Comarcal, dejando en la estacada a sus alcaldes: García Albiol (Badalona), Núria Parlón (Santa Coloma) y Joan Callau (Sant Adrià del Besos). Janet pasa de sus socios desde que se eliminó el consejo del barcelonés; es lo mismo que hizo Jordi Pujol cuando se cargó el Área Metropolitana de Barcelona para no toparse con la sombra del entonces alcalde, Pasqual Maragall. El Besòs, soñado por la Sanz, incrementará las rentas del suelo para solaz momentáneo de sus vecinos, que serán desterrados, aunque sean tácitamente un poco ricos. Como de plusvalías no se vive, la estrategia de Sanz obligará a los vecinos a vender y los desplazará de la corona. ¿Es así como gentrifica el Ayuntamiento de Barcelona? Por Dios.

Parece que la Casa Gran desconoce la dinámica de la Gran Barcelona, un espacio común que ha sufrido los mismos derrames y sombras que el Marais de París, tantas veces transformado, desde Notre-Dame al Louvre o al George Pompidou. Allí se mantiene la oferta ocupacional; aquí, la queremos vaciar, pensando en un final de la pandemia marcado por la sobreoferta. Pero no hace falta destruir ni limitar; basta con regular. Hasta ahora, las amenazas y sanciones a las plataformas de alquiler masivo, como AirbnbHomeawayBooking y a la patronal Apartur, no han funcionado. La gente paga precios abusivos por viviendas en malas condiciones; pero no es cuestión de cerrar el negocio sino de supervisarlo sobre el terreno.

La ciudad compacta está hecha para ser desbordada; aquí es imposible conquistar metros a la nada, como lo hacen Londres, Dublín o Madrid, hijas del modelo lineal. Pero si uno se encuentra, por ejemplo, en Alfama, el barrio lisboeta del fado, querrá ver desde su ventana un trozo del estuario del Tajo; si duerme en Budapest, preferirá hacerlo mirando al Danubio y si se encuentra en un enclave tan espectral, como Venecia, se conformará con un trocito del Gran Canal.

Hay ciudades que saben a sudor y polvo, como la Roma del cine en blanco y negro o la antigua Nápoles, siempre reconstruida, y también su extremo opuesto, la citada Florencia. Estas últimas son casos parecidos al de Barcelona, donde las piedras están el servicio del voyeur, sea morador o visitante; censado o no; vecino o curioso, llegado de cualquier punto del planeta. Los domicilios alquilados o adquiridos son parte de la evocación de las ciudades bellas. Señora Sanz: no podemos plantar coles donde había tulipanes.