La polémica alrededor de la inmersión lingüística en la escuela catalana será eterna. Y es lógico, porque Cataluña es un país bilingüe y porque en torno al carácter vehicular del catalán en el sistema educativo de Cataluña se asocian dos conceptos tenebrosos: el monolingüismo y el adoctrinamiento, que nada tienen que ver con la inmersión pero que suelen acompañar las argumentaciones de algunos defensores y muchos detractores de este consenso del catalanismo.
El debate de las lenguas en la escuela se envenena muy fácilmente cuando forma parte de transacciones políticas para otros asuntos. Ahí estamos. PSOE y Unidas Podemos buscan el apoyo de ERC para los presupuestos ofreciéndole unos retoques en la nueva Lomce para evitar que nadie pudiera llegar a interpretar que el castellano también podría ser lengua vehicular en la escuela catalana. La frase introducida por el ministro Wert no garantizaba nada y su eliminación tampoco presume nada, sin embargo, sus señorías andan revoltosos con el tema.
Cataluña es a día de hoy un país bilingüe porque un día la Generalitat, competente en exclusiva en esta materia, acordó que el catalán sería lengua vehicular de su sistema educativo. De no haberlo hecho, la lengua catalana seria minoritaria, porque el ecosistema lingüístico (medios de comunicación, industrias culturales, redes, relaciones laborales y sociales, además de las aulas) no le es favorable. El consenso existente sobre esta cuestión en el seno del catalanismo político tradicional no buscaba la implantación del catalán como lengua única del país como algunos pretenden sino su defensa para garantizarle la vida. Y lo ha conseguido, así, así.
Desde aquel lejano día de las postrimerías del siglo pasado, se han sucedido los intentos de modificar la jerarquía vehicular, sin éxito, hasta llegar a la fórmula actual, el catalán lengua vehicular y el castellano lengua para un determinado porcentaje de enseñanza, asegurando la competencia final de los alumnos en las dos lenguas oficiales. Y esto es así porque la educación es una competencia exclusiva de Cataluña y por mucho que le den vueltas en el Congreso de los Diputados para levantar falsas expectativas no van a modificar el modelo en su esencia, salvo quizás ajustar mejor los porcentajes de tiempo dedicados al castellano. Ya lo advirtió hace un par de años el sacrosanto Tribunal Constitucional, la escuela es de la Generalitat.
La nueva tormenta desencadenada en el Congreso por una enmienda de ERC al texto de la ministra Celaá que vendrá a sustituir a la ley Wert, eliminando unas frases vaporosas sobre el carácter vehicular del castellano en toda España, no servirá para nada, porque si algún cambio substancial se persiguiera en esta materia, éste debería introducirse en el Estatuto, una opción fuera del alcance de quienes aspiran a otro modelo, más cercano a las dos escuelas paralelas. Es solo ruido parlamentario que les vienen bien a ERC y JxCat para pelearse un poco más y al gobierno de PSOE-Unidas Podemos para profundizar la brecha con el PP.
Inmersión lingüística y PSC van de la mano y en cuanto se presenta un nuevo episodio de polémica sobre el asunto, la posición de los socialistas tiende a ser cuestionada por unos o por otros, depende de las causas directas del episodio. Los socialistas catalanes comparten la paternidad del modelo escolar catalán con PSUC y CDC, después de que Pujol renunciara al modelo vasco, dos escuelas, dos televisiones autonómicas. Cierto que el PSC ha ido abriéndose a la posibilidad de mayores porcentajes de educación en castellano (y de inglés), coincidiendo en esto con el propio conseller Bargalló, sin discutir nunca el tratamiento vehicular del catalán. No podrán hacerlo sin traicionar sus planteamientos fundacionales.
Tiene algo de irreal la aspiración de Ciudadanos y PP de arrastrar a los socialistas catalanes a sus posiciones lingüísticas y escolares, como lo tiene la idea del frente constitucionalista en el Parlament. Más allá del respeto compartido por la Constitución, al PSC le separa de la derecha españolista sus raíces catalanistas y de Ciudadanos, en concreto, el origen de este partido, nacido justamente para combatir la inmersión lingüística.
Por si esto no fuera suficiente para alejarse del frente anti independentista, los socialistas tienen vivo el recuerdo de sus éxitos electorales cuando militaban estrictamente en el espacio del catalanismo progresista. Tan irreal como pensar en un movimiento táctico en esta dirección es suponer que un día sucederá lo contrario y los socialistas catalanes se adherirán a las tesis monolingües soñadas por algunos sectores del soberanismo.