Al comienzo de la pandemia pensábamos que el SARS-CoV-2 afectaba sólo al sistema respiratorio, de ahí incluso el nombre que se le ha dado al virus. Pero el incremento del número de casos nos ha demostrado que la reacción inmunológica de nuestro organismo puede derivar en procesos inflamatorios y coagulatorios que pueden afectar prácticamente a cualquier órgano. Lo que no está descrito por la medicina, pero es una evidencia empírica, es que este virus ha afectado severamente al sentido común de nuestros políticos, al menos así lo evidencian las absurdas decisiones con las que nos castigan. Pensar que lo hacen por manipular sería dar demasiada relevancia a sus capacidades.
Existe una obsesión enfermiza por poner impedimentos a la economía, por empobrecernos. Sabíamos de algunos políticos que se habían anclado en las leyendas de la edad Media para fundar en ellas sus ensoñaciones nacionalistas pero parece que esa etapa de la historia es la que también inspira a los responsables (¿?) de la salud pública tanto autonómicos como estatales. Aislar ciudades, cerrar negocios y encerrar a la población son medidas que no deberían usarse en plena era digital.
La combinación de poder y salario asegurado debe nublar la razón de los politicastros, pues las recetas para convivir con la epidemia basadas en el sentido común no son tan complejas, porque tenemos que saber convivir con un problema que será largo.
No es tan difícil entender que contagian las personas y no las actividades. En lugar de demonizar ciertas actividades lo que hay que hacer es aislar efectivamente a los infectados. Para ello no solo hay que vigilar a quien dé positivo, que también, sino es imprescindible entender las limitaciones que cada afectado pueda tener. No es lo mismo pedir un aislamiento a quien puede teletrabajar en una vivienda en condiciones que a quien sobrevive como puede gracias a un empleo precario o a quien ha de cuidar a una persona dependiente. Hay centenares de hoteles cerrados, usémoslos para garantizar el aislamiento de quien no puede hacerlo correctamente en su domicilio y en lugar de complicar el cobro de las prestaciones o el ingreso mínimo vital aseguremos con una tarjeta prepago o directamente con alimentos que quien no puede permitirse el lujo de no trabajar siendo asintomático pueda parar dos semanas. Si no se aísla efectivamente al 100% de los contagiados de poco sirven tantas pruebas. Y salvo unos pocos incívicos, a quien sin duda hay que perseguir, la gran mayoría de quien no se aísla es porque no puede.
Para romper la cadena de contagios hacen falta manos y sobre todo tecnología. Desde junio está disponible una aplicación para móvil que ayuda a realizar rastreos. Ni se publicita ni se obliga a usar en las comunidades autónomas, siendo Cataluña, como no, la comunidad rebelde. No sé si es mejorable o no la app, pero si existe es de necios no usarla. Y a la tecnología hay que apoyarla con manos para entre una y otras lograr identificar cuantos más casos mejor para romper la cadena de contagios. No llego a entender por qué les cuesta tanto a las autonomías poner batallones de rastreadores en un momento donde lo de menos es el coste.
Si somos gente sociable, que lo somos, nos vamos a reunir con los bares abiertos o cerrados. Ante esa circunstancia es mucho mejor el ocio regulado que el desorden. En restaurantes, bares, discotecas, cines, teatros… se puede exigir un registro del que tirar una vez identificado un positivo. Cerrar la hostelería y los espectáculos en todas sus formas implica un ocio desordenado imposible de controlar. Si se quiere seguir usando tecnología medieval es infinitamente más útil un toque de queda que un cierre de locales. A las 22:00 todos a casa, sin salir, hasta el día siguiente.
Lo que carece de sentido es el cierre perimetral, salvo que se pretenda que toda una ciudad se contagie y se alcance así la famosa inmunidad de rebaño. Si acaso habría que cerrar las ciudades que no tuviesen casos para mantenerlas limpias, al estilo de lo que están haciendo Australia y Nueva Zelanda. Algo parecido ocurre con las fronteras. Pidiendo un test negativo a los viajeros se pueden abrir los famosos corredores seguros que no se han puesto en marcha supongo que por desidia. Condenar a la miseria al sector turístico es pegarse un tiro, de cañón, en el pie.
Pudiendo aplicar el sentido común los políticos parece que sólo saben aplicar un arma, el miedo. Nos tratan como a niños o como a seres sin capacidad de razonar asumiendo que con miedo somos más manipulables. La medida más efectiva es el autocontrol, como lo demuestran una gran mayoría de nuestros mayores que rehúyen voluntariamente del contacto, incluso de sus seres más queridos. Sin duda son los mayores y quienes tienen patologías graves identificadas quienes mejor se cuidan, sin necesidad de coacción, simplemente por la cuenta que les trae. En el otro extremo están los jóvenes, para quienes esta enfermedad no es, salvo contadas excepciones, grave. Poco o nada se ha hecho para concienciar a los menores de 30 años y menos por los canales que ellos usan para mirar al mundo. Cuando todas las marcas que se dirigen a la gente joven se gastan millonadas en influencers, porque son el camino más seguro para llegar a su mercado objetivo, el gasto del Ministerio de Sanidad o de la Conselleria de Salut en este canal es prácticamente nulo.
Como ni en Madrid ni en Barcelona va a volver el sentido común tenemos por delante un futuro negrísimo pues quienes nos malgobiernan ni saben ni les importa ni nuestra salud ni nuestra economía. Al final tendremos que hacer caso del mantra de la actual Generalitat y habrá que desobedecer, pero a ellos.