Mientras el PIB corre pendiente abajo y el virus se desplaza en las gráficas hacia arriba, a algunos actores políticos en Madrid, Cataluña y Waterloo les interesa seguir instalados en el inoportuno dilema ‘Monarquía o República’, o en el viejo ‘Visca Macià, mori Cambó’. El ciudadano de a pie comienza a estar saturado de tanta crispación y futilidad imaginativa, le cuesta comprender cómo las energías de los políticos electos no se concentran en abordar, prioritariamente, los problemas sanitarios y económicos del país. No deja de ser grotesco contemplar, en el Congreso y en medios de comunicación, cómo diputados y ministros se enzarzan en debates estériles. En las circunstancias actuales no procede pleitear sobre la legitimidad de la monarquía o el advenimiento de una tercera república. No toca. Si a ello añadimos los intentos de apropiación en exclusiva de la bandera rojigualda, o los vítores entusiastas e interesados al Rey para ocultar liderazgos erráticos, el panorama deviene desolador... Y mientras eso ocurre en villa y corte, en Cataluña los trabajadores autónomos, restauradores y profesionales de todo tipo ven peligrar, con las últimas medidas del Govern de la Generalitat, los ingresos económicos que garantizan su subsistencia. Osaría afirmar que a todas estas gentes, que hoy temen por su peculio, les parece obsceno que algunos políticos, en lugar de emplearse a fondo en la gobernanza del país, estén medrando para convertir en plebiscitarias unas elecciones autonómicas aun lejanas. Como grotesca, obscena y mezquina se les debe antojar esa competición por ostentar, sobre la testa, el aura que irradia la más genuina intransigencia patriótica contra el estado español.
Hace ya algunos años, en un debate de política general celebrado en el parlamento catalán, Pasqual Maragall acuñó un nuevo concepto de patriotismo. Desde la tribuna de oradores instó a todos los diputados presentes en la cámara a considerar que hay múltiples tipos de patriotismo, y que todos ellos tenían cabida en uno genérico al que bautizó como patriotismo social o cívico. Afirmaba el President que desde la derecha a la izquierda, con mayor o menor grado de identificación nacionalista, se podía compartir la idea de un compromiso político basado en garantizar derechos sociales y calidad de vida a los ciudadanos. ¿Acaso no es eso lo que ahora necesitamos? Desde el ámbito nacionalista nadie le contradijo en exceso pero optaron, como de costumbre, por ningunear la propuesta. Recientemente, en el debate de investidura, Pedro Sánchez reutilizó --no sé si conscientemente-- ese concepto de patriotismo social que blandió Pasqual Maragall entre los años 2003 y 2004. El candidato socialista a la presidencia española hizo uso de la idea y recogió el aplauso entusiasta de Pablo Iglesias. El de Podemos quizás creyó, erróneamente, que el socialista se inspiraba en el Manifiesto Comunista o en la retórica bolchevique de los años veinte. Vayan ustedes a saber, cada cual tiene sus referentes.
El país atraviesa una situación compleja y difícil. Urge tocar a rebato y ello sólo es posible mediante un ejercicio de responsabilidad y generosidad política, de patriotismo social bien entendido. Hay quien opinaba en las páginas de ABC, como el fallecido Manuel Martín Ferrand, que el patriotismo admite mal los calificativos. Probablemente sea cierto, pero dadas las circunstancias por las que atraviesa España conviene buscar un nexo de unión entre todos los actores mediáticos, políticos y sociales que sea útil y no levante sarpullidos. Se hacen cábalas de todo tipo, se escribe mucho y se discute hasta la saciedad acerca de los jueces, las ofertas electorales y los posibles pactos post. De acuerdo, sigamos barajando todas las variables para concertar en un futuro cercano gobiernos eficaces y eficientes. Ahora bien, conviene recordar que la ciudadanía no perdonará a aquellos que se muestren reacios a colaborar en la reconstrucción de la normalidad y la gestión de lo desagradable. Ha llegado el momento de practicar un patriotismo cívico sin banderas, constructivo y con la dosis de humanidad que reclaman el momento. ¿Estamos dispuestos a ello?